Noelia Giovanni hace una pausa a la urgencia para hablar desde Varsovia. Es docente de español pero junto a su marido José, un argentino con ascendencia ucraniana, llegaron hace 13 años en misión evangélica. Padres de dos niños pequeños, complementan la docencia con la acción pastoral.

“Soy misionera y pastora de una iglesia hispana en la ciudad. Llegamos acá con esa misión”, dice mientras intenta organizar la ayuda a los refugiados.

Por las fronteras de Ucrania y Polonia llegan cientos de miles de ucranianos. Cerca de un millón ya han pasado por allí con poco más de lo puesto. Con frio, en estado de shock han visto de cerca el horror de la guerra: la muerte en la calle, el miedo en la huida sin dinero ni pertenencias y separados de padres, maridos y hermanos, que se quedaron en las trincheras de las principales ciudades resistiendo como neo partisanos al invasor ruso.

Noelia y su familia viven en Legionowo, una ciudad a 30 minutos al norte de Varsovia. Pastora, misionera, docente de español y madre de dos hijos que eran niños cuando partieron de Argentina, ahora los encuentra universitarios y hablando polaco mejor que nadie. 

“Al enterarnos de la cantidad de latinos que huían de Ucrania los ayudamos. Nos comunicamos con embajadas latinas, organizamos alojamientos, mi esposo va y viene a la frontera a buscar a las familias: chilenos, ecuatorianos, colombianos. Hacemos lo que se puede. Toda la comunidad polaca ha reaccionado masivamente para brindar ayuda. No somos los únicos que tenemos gente en casa. Los profesores hemos hecho esto. En colegios, en gimnasios. Cada uno está haciendo lo que puede para ayudar a los que pasan la frontera. Se alojan en garajes, livings, cualquier lugar de la casa”. 

No se pueden detener las ganas de ayudar. Hoy Polonia, como otros países europeos, vive el deja vu de lo que pasó hace 80 años: una guerra donde todos son necesarios, para defender o auxiliar.

Las manos no dan abasto. Estamos a dos horas de la frontera. Nosotros trabajamos, somos laburantes. Cuando tenemos días libres vamos a buscar refugiados. Estamos tratando de dar ayuda legal a los latinos sin residencia. Hacemos lo que podemos. Vino una chica con solo con lo puesto. Y en situación de trauma. Nadie está preparado para estar en medio de las bombas. Han perdido su vida estando vivos. Sus casas, sus trabajos, sus cosas. Llegan traumatizados con mucho dolor. Intentamos darles un lugar tibio, después de unos días acá se recuperan y muchos siguen viaje. Tendemos redes para ayudar a esa gente”, cuenta Noelia.

Polonia tiene un invierno larguísimo y una primavera muy dura también, con dos grados de temperatura promedio. Noelia cuenta que ayer, sábado, hubo temperaturas de dos a cuatro grados bajo cero. En la frontera todo es bravo, no pueden cruzarla en auto. Los que huyen cruzan caminando con frio, hambre, miedo y con sus niños a cuestas.

“Es muy duro para ellos. Una vez que cruzan en Polonia está todo muy organizado. Carpas con comida y traslado”, afirma. 
Nadie sabe que va a suceder mañana. Lo incierto cala fríamente hasta los huesos. 

“Lo peor está por venir”, dicen los líderes políticos que conocen a Vladimir Putin. O, parafraseando al notable periodista Tomas Friedman, “el mundo no será igual después de esto”. 

Los relatos esperanzadores de Noelia chocan con una realidad sangrienta. 

“Muchos no quieren salir de sus casas. Tuvieron que obligarlos a dejar sus hogares. Incluso a los latinos; ellos quieren volver a Ucrania, se niegan a regresar a Latinoamérica. Vinieron muchas mujeres con sus hijos, pero sus maridos se quedaron peleando y eso es muy duro. Hay tal shock, que es muy difícil hacer planes. Lo que más le preocupa que sus hijos, padres y hermanos sobrevivan a esta locura. Piensan y sueñan con ese reencuentro”, cuenta.

Legionowo es una pequeña ciudad polaca de 50 mil habitantes. Ubicada a 30 minutos de Varsovia, sus calles eran habitualmente tranquilas. Barrios de casas y edificios de pocos pisos, las avenidas amplias y limpias. 

“Hace 13 años llegamos con mi marido. Éramos pastores en Argentina, fuimos convocados en una misión evangélica. Llegamos con esa idea, conseguimos trabajo como docentes de español y además, enseño literatura en la universidad de Varsovia. 

Tenemos a nuestra familia aquí. Hay un montón de gente latina que se congregó a nuestro alrededor con las mismas creencias. 

—¿Volverían a Argentina ahora?
—Mis hijos son argentinos, pero pasaron más tiempo acá que en su tierra natal. Se sienten polacos. Y tienen sus planes aquí. Construimos la vida aquí. Y repetimos la historia de nuestros abuelos. Los míos, de Italia, y los de mi esposo, de Ucrania. Eso es un flash. No pensamos en volver sino hacer lo mismo que hicieron ellos, la migración esta en nuestra cultura.

Mientras apura el diálogo “porque hay muchas cosas para hacer” en la emergencia del auxilio, Noleia reflexiona: “Tal vez todo lo que hicimos fue para llegar a este momento. Las piezas se mueven de tal manera que es muy fuerte ver que tus manos son necesarias y no podés ser indiferente. Hacemos lo que es necesario hacer”.