El arroyo está seco porque la sequía es grande. Nadie le teme a ese arroyito cuando empieza a llover en la parte sur del Litoral argentino. El agua cae con furia y no para. Un día y otro más. No es un diluvio bíblico porque ya nadie cree en esas categorías. Pero la lluvia es incesante y el caudal de ese río chico, el Ludueña, crece. Estamos en la llanura, en el taco de la bota que dibuja la provincia de Santa Fe, pero lo que aquí ocurre, es digno de la montaña. De esos riachos cordobeses que sorprenden a turistas de noche y se llevan carpas o autos. Este arroyo seco, coletazo de un medio ambiente que muta hacia nadie sabe bien donde, crece exponencialmente durante la noche, como el virus en la pandemia 2020. Y nadie habla de diluvio bíblico cuando el agua llega a Rosario y arrasa con todo. Los botes se hunden, los muelles se parten y desde la entubación de dos kilómetros de largo del arroyo Ludueña, justo sobre la desembocadura al río Paraná, emerge un chancho gigante de 250 kilos que no entiende nada. Un chancho gigante que tampoco entenderá a la mañana siguiente por qué tres pibes lo atacarán con piedras, las cámaras de televisión lo seguirán y la Policía montará un curioso operativo para enlazarlo. No sabrá por qué lo llevan a una granja en dónde deberá permanecer oculto, clandestino, por su propio bien. Mucho menos comprenderá por qué tanta gente se esfuerza en evitarle un trágico destino final.
El ataque, la captura
Entre el 27 y el 28 de abril pasados cayeron 104,5 milímetros de agua, lo mismo que en todo un mes. El miércoles 29, un día después de la crecida del Ludueña que provocó destrozos en guarderías y embarcaciones de la zona norte de Rosario, el encargado del Club Náutico Malvinas le contó sus males al periodista Juan Pedro Aleart. Cinco lanchas se hundieron, exclamó. “Fue una ola de agua que arrasó con lo que había, una creciente repentina de un metro y medio”, describió y mencionó al pasar al cerdo gigante que atravesó el largo tubo rodeado de hormigón y bajo tierra del Ludueña.
“Ahora está descansado”, dijo cuando eran las 13 de ese miércoles y la cámara de El Tres mostró al animal por primera vez. Juan Pedro vio entonces a dos jóvenes que aguardaban al cerdo en la costa y se acercó. Uno de ellos era un albañil que le pidió un lazo a su suegro con el objetivo de llevarse 250 kilos de carne. La cuarentena estricta por la pandemia de coronavirus ya había cumplido el mes y las necesidades básicas se multiplicaban.
A los pocos minutos llegaron más personas. Vecinos, changarines; buscas y curiosos. Tres hombres empezaron a tirarle piedras al animal. El periodista pidió aire y El Tres transmitió en vivo el intento de cacería, a metros del shopping Alto Rosario.
La escena se interrumpió cuando arribó la Policía. Los agentes le pidieron la soga al albañil y terminaron enlazando al chancho con apoyo de Defensa Civil. Subieron al animal por la barranca que da al arroyo. Mientras tanto un agente de la Guardia Urbana Municipal (GUM) le exigía a los presentes, que ya eran muchos, que se pusieran un barbijo y respetaran la distancia social. A su lado, el albañil suplicaba a un oficial.
– Por favor devolveme la soga que me tengo que ir y es de mi suegro.
“La Policía actuó de oficio cuando vio la nota en la televisión y se acercó. Después llamaron a Defensa Civil por qué no sabían qué hacer y como no existe un protocolo de actuación, me llamaron a mi para ver a dónde llevaban el chancho”, cuenta hoy la abogada Angelica Mioti, de la organización Amparo Animal. Esa inquietud aún resuena dos meses después.
Lo trajo la lluvia
Nadie sabe bien de dónde llegó el cerdo gigante hasta el fin del Ludueña, un arroyo de unos 20 kilómetros de extensión que se alimenta de los drenajes de los campos del oeste y noroeste; e ingresa a la ciudad por Fisherton, cruza Circunvalación y Sorrento. “Claramente vino del tubo del Ludueña. Hace dos años tuvimos una situación igual con otros dos chanchos. Debe haber un criadero o alguien que tiene animales sobre la barranca y que se les cae el animal al agua. El chancho nadó hasta acá a duras penas”, afirmó aquel día Augusto, el presidente del Club Náutico.
Otros dudan de esa versión. “Fue todo muy raro. Yo no creo que haya pasado por el aliviador del Ludueña. Son dos mil metros de entubamiento bajo tierra (de cinco metros de diámetro excavado a doce metros de profundidad). Es muy difícil sobrevivir a eso. Es muy largo y cuando hay crecida se juntan ramas y objetos. En nuestra experiencia con personas nadie sobrevive a eso”, discrepa el subdirector de Defensa Civil de Rosario, Gonzalo Ratner.
El funcionario local, acostumbrado a todo tipo de operativos de rescate y auxilio, se inclina por otra teoría: un criadero informal cercano o alguien que estaba trasladando al chancho y por la lluvia se le perdió sobre la costa del Paraná. No cree en una travesía épica desde el oeste.
En cambio, Angelica Mioti, la abogada especializada en derecho animal que intervino en el caso y realizó una denuncia penal por maltrato, cree que cruzó por el aliviador desde algún campo o granja. Aclara que es apenas “una hipótesis” que no puede probar pero ofrece indicios: “El chancho estaba muy cansado y en shock, es muy probable que haya llegado nadando. Le pedí a la Justicia en la causa que oficie al Senasa para que comunique un listado de criaderos de la zona y si hay denuncias sobre lugares ilegales (nadie reclamó al animal y no tiene marcas)”.
Juan Pedro, el periodista que fue testigo de aquel primer operativo sobre el Ludueña, no puede asegurar cómo llegó el chancho a esa zona pero escuchó a todos y concluye dos meses después: “Es incomprobable que haya llegado por el arroyo y atravesado el entubamiento”.
Una pareja clandestina
Angelica Mioti explica que Amparo Animal es una asociación civil que trabaja en casos de maltrato. Cuando vio el ataque al chancho decidió actuar y se activaron las redes de Whatsapp y Facebook. “Consideramos que hubo maltrato animal cuando le tiraron piedras y lo denunciamos (ley 14.346 del año 1954, conocida como “Sarmiento”, pionero en la materia)”, recuerda y aclara que ella no tiene un perfil punitivista o de perseguir a los agresores sino de cuidar al ser vivo.
Mientras tanto y a pedido de Defensa Civil empezaron a buscar un lugar de urgencia para el cerdo. Esa agrupación tiene un espacio en Camino Soldini pero es para caballos. La misión era difícil: existen reservas para animales silvestres pero no para los de granja. “No son salvajes ni domésticos; son para consumo y no hay refugios para ellos”, resume un especialista del tema.
Cuando finalmente encontraron una granja para el porcino, surgieron dos problemas: había que arreglar el cerco para que no se escapara y hacía falta comida; mucha comida. Nació entonces una nueva organización: Proyecto interseccional antiespecismo (Piara). Un grupo de personas (de “La tiendita vegana” y otros) que ya discutía sobre la discriminación entre especies se vio interpelado por este caso y consolidó su formación oficial. Piara juntó los primeros 40 mil pesos para arreglar ese alambrado.
En medio de eso, cuatro días más tarde del primer hallazgo, el domingo 3 de mayo a la mañana, apareció una chancha en la misma zona del Ludueña, frente al hospital de Niños Zona Norte. Otro animal imponente de 200 kilos. Alguien la llamó como la pareja de “Boby”, por el cerdo encontrado el miércoles anterior. Y ese nombre llegó a los medios.
“Boby es completamente despectivo. Al macho le pusimos Prometeo, tiene cinco años, y ella se llama Amadea, de dos años”, aclara Angélica. “No podemos decir dónde están ahora porque tememos que los vecinos del lugar puedan carnearlos. Ya ocurrió con un cabrito y no podemos poner en riesgo a ese lugar”, agrega.
La felicidad y el antiespecismo
Después de esa inversión inicial, la flamante organización Piara debió hacer frente a la comida y una nueva urgencia: una orquiectomía (extracción de testículo) para Prometeo. Es que la convivencia con Amadea en el mismo corral era complicada. El encargado del predio donde están los cerdos reconoció que el problema se podría haber multiplicado de no ser por esa medida.
La agrupación que refuta el especismo (que piensa a los humanos como una especie superior) vendió 2.500 rifas y juntó más de 150 mil pesos para alimentar a esos dos animales de 200 kilos. El objetivo es mínimo y gigante al mismo tiempo: mantenerlos vivos.
“El activismo antiespecista se basa en la no discriminación entre las especies”, afirma Angélica y compara esa reinvindicación con los movimientos contra el racismo o el feminismo. “Se trata de defender que todos somos seres vivos. ¿Por qué adoptamos y queremos a los perros pero matamos y nos comemos a los chanchos?”, plantea.
“Casi no hay santuarios de animales de producción, de consumo. No hay lugares para, digamos, darle una vida feliz a estos chanchos”, dice el encargado del predio que tienen los cerdos en custodia y que pide no ser identificado por prevención.
La abogada de Amparo Animal agrega: “Buscamos una sociedad y una Justicia que ampare las nuevas conciencias sociales, ambientales y de género. No hay infraestructura judicial para esos derechos".
“Somos críticos de quienes nos dicen lo que tenemos que pensar, decir y hasta comer. Cuando la gente logra individualizar a un animal en riesgo, aunque sea un chancho peludo y feo, le gusta y apoya estas causas. De hecho hubo muchas donaciones. Pero a la vez la gente se sigue comiendo a los cerdos. Nosotros cuestionamos qué hacemos con los animales y con la naturaleza”, define Angélica.
Un accidente y el traslado
Liberados del cautivero, dejado atrás el estrés de los ataques y solucionados los problemas del cerco y el espacio, los chanchos se relajaron. "Se aprecia cómo logran conectarse entre ellos y con su entorno a través de juegos con ramas", dice el informe veterinario del 28 de mayo.
“Son animales muy sociables y tienen la inteligencia de un niño de tres años. Empezaron a saltar entre ellos pero tienen unas patitas muy cortas. A la chancha se le quebró una rodilla a mediados de junio”, describe la abogada especializada.
Otra vez juntar fondos para el tratamiento. Otra vez hacer algo inédito (en general un chancho que se quiebra es sacrificado). Otra vez aparecieron los voluntarios que lo hicieron posible: el equipo del Centro Médico Veterinario que sólo cobró los gastos en las dos intervenciones.
En la búsqueda de un lugar definitivo, se acercaron voluntarios “sospechosos” para cuidar a Prometeo y Amadea. Criaderos que juraban que no irían a faena sino que serían productores y otros anónimos que decían quererlos como mascotas. Ninguno de ellos les inspiró confianza. Hasta que encontraron un emprendimiento privado en Lavalle, Mendoza: un Ecoparque (de Edith Bunjeil).
La abogada de Amparo Animal afirma que la semana que viene se reunirá con los directores locales del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa). Terminarán de acordar los permisos para cruzar el país en medio de la pandemia y los trailers necesarios para el traslado. Se iniciará así el tramo final del operativo de rescate que comenzó hace dos meses. “Para nosotros es necesario que esto tenga un final feliz”, resume Angélica.