¿Y si todo lo que vemos, tocamos y sentimos no fuera real? ¿Si nuestra existencia, con sus complejidades y emociones, fuese una suerte de videojuego del que participamos involuntaria e inadvertidamente? Algo similar a Los Sims, pero con gráficos impresionantes, tramas elaboradas y niveles de dificultad que varían tanto en función del punto de regeneración (o nacimiento) como a medida que los personajes progresan en la historia. Vidas simuladas en un mundo artificial que se ejecuta en una supercomputadora creada por una civilización más avanzada.
Esto es lo que plantea la Hipótesis de la Simulación, un argumento filosófico presentado en 2003 por el filósofo sueco Niklas Boström, profesor de la Universidad de Oxford, en un paper titulado “¿Estás viviendo en una simulación por computadora?”, donde explora, justamente, esa posibilidad. Boström no es un lunático que decidió compartir una idea extravagante en un oscuro foro de internet, sino todo lo contrario. Es una personalidad de la ciencia y la filosofía, reconocido por sus trabajos en el campo de la ética y los dilemas morales que presentan los avances tecnológicos, especialmente la inteligencia artificial, en relación al futuro de la humanidad.
En líneas generales, Boström plantea tres alternativas posibles sobre la naturaleza de la realidad, donde al menos una de ellas es probablemente cierta, pero no se sabe cuál.
*La especie humana nunca llega alcanzar una etapa “posthumana” capaz de ejecutar simulaciones detalladas de sus ancestros, ya sea porque no desarrollan la tecnología necesaria o porque se extinguen antes. Si este es el caso, ninguna simulación como la que estaríamos experimentando podría existir.
*Las civilizaciones posthumanas pueden ejecutar simulaciones de sus ancestros, pero deciden no hacerlo por diferentes motivos. En este escenario, tampoco estaríamos viviendo en una simulación.
*Estamos viviendo en una simulación computarizada generada por una civilización avanzada.
La propuesta de Boström es tan solo una especulación filosófica, una conjetura que invita a examinar el futuro, el desarrollo tecnológico y la naturaleza de nuestra realidad. Pero eso no ha evitado que algunas figuras de la ciencia y la tecnología abracen el concepto.
Independientemente de la falta de pruebas para confirmar o refutar la hipótesis, para Elon Musk, la posibilidad de que estemos viviendo en una realidad base, o sea, no simulada, es solo una en mil millones. Por su parte, el astrofísico Neil deGrasse Tyson modera un poco las expectativas, para él, las posibilidades de que nos encontremos viviendo en una simulación es mayor al 50%.
La idea de que el mundo y nuestra realidad no sea tal, no es particularmente novedosa. “Es interesante desde el punto de vista fundamentalmente de la inteligencia artificial y de la creación de una especie de meta humanidad”, analiza Rubén Amiel, Lic.en Ciencia Política y profesor retirado de las áreas de Filosofía e Historia de las Ideas Políticas, ante la consulta de Rosario3. “Es una frondosa imaginación de un tema que no es demasiado original, en el sentido de que ya en la alegoría de la caverna Platónica se presenta la posibilidad de que nosotros estemos viviendo una ficción“, explica. “̈Pero este mundo es un mundo de ficciones. O sea, todo lo que parece ser, no es. Todo lo que no es, o que nos parece no ser, es lo que realmente es; con lo cual viviríamos en un mundo ficcionado”, reflexiona Amiel, apartado de la docencia, pero de ninguna manera de la filosofía.
Como era de esperarse, la hipótesis de la simulación de Boström encontró gran cantidad de adeptos dispuestos a probar mediante las ciencias duras las claves que demostrarían que estamos viviendo una realidad artificial: ¿Acaso el universo no sigue patrones y reglas matemáticas que rigen el comportamiento de todo lo que existe? La sucesión de Fibonacci se revela en la naturaleza en las ramas de los árboles, en la espiral de una galaxia, en el caparazón de un molusco y en la cabeza de un girasol. Pero también en el arte de Leonardo da Vinci, la arquitectura del Partenón y en las composiciones de Beethoven, Mozart y Debussy. La matemática y las inamovibles leyes de la física parecieran estar detrás de todo, como si se tratara de un programa de computación que se inició con el Big Bang.
“A mí me encantaría que realmente el universo responda exactamente a las leyes inmutables de la física, pero lo que nosotros vemos todos los días es mucho más complejo que eso”, describe el Dr. en física Ariel Dobry. Para este investigador del Instituto de Física de Rosario y docente universitario, “las leyes de las físicas son en algún punto una idealización o un paso al límite, no son la descripción de una realidad, si es que esta existiera tal cual la vemos todos los días en la calle. Son idealizaciones de lo que ocurre en la realidad, que es mucho más compleja y en algún aspecto como ser humanos, es más bella”, relata.
“Vos fijate que el clima no lo podemos predecir, aún con todas las computadoras modernas. El aleteo de una mariposa en Centroamérica me puede producir una tormenta en Oceanía, lo que se llama la sensibilidad a las condiciones iniciales o la teoría del caos. O sea que en ese aspecto, las ciencias más duras se han dado cuenta que las cosas son mucho más complejas que lo que las simples leyes inmutables de la física dan”, detalla el Dr. Dobry. “Consecuentemente, un mundo simulado que obedezca las leyes de la física, con supercomputadoras que puedan resolver todas esas ecuaciones acopladas, nos van a dar algo de la realidad, sin duda, pero no sé si la realidad tal cual la observamos cotidianamente”, expone el académico.
La inmensa cantidad de variables que deberían tenerse en cuenta al momento de ejecutar una simulación indistinguible de la realidad requeriría no solo de un poder de cómputo enorme, también de cantidades descomunales de energía. La hipótesis de Boström tiene respuesta para eso: una etapa tan madura de desarrollo tecnológico permitiría convertir planetas y otros recursos astronómicos en computadoras enormemente poderosas. Tan poderosas que podrían generar no una, sino varias simulaciones detalladas de antepasados al mismo tiempo, incluso unas dentro de otras. Este postulado de Boström puede parecer novedoso a primera vista, pero como explica Rubén Amiel, en realidad no lo es tanto:
“En el siglo 14 y en el siglo 13, los franciscanos elaboraron toda una teoría respecto a la omnipotencia divina y el hecho de que es imposible creer que Dios hubiese creado por necesidad. Esta creación que Dios creó, la creó porque se le antojó crearla. Uno puede especular diciendo que si Dios creó esta creación que es, pudo haber creado cualquier otra. ¿Por qué esta es la primera? ¿Por qué no hubo antes que esta? ¿Por qué esta es la última? ¿Por qué no habrá una creación post humana, un nuevo mundo post humano?”, indaga Amiel.
“Y en última instancia...”, continúa el filósofo, “¿Qué garantía tenemos de que nosotros vivamos en una sola creación y que no haya multiplicidad de creaciones, por lo tanto multiplicidad de universos coexistiendo en este mismo momento que nosotros? Digamos que una civilización posthumana o un momento posthumano, en buena medida nos viene ya de tradición. Pareciera ser sí, que el desarrollo científico y sobre todo el desarrollo tecnológico abre hoy más que nunca la posibilidad de esa post humanidad. Al fin y al cabo toda hipótesis es posible, porque es eso, una posibilidad”, argumenta.
Para saber si efectivamente vivimos en una simulación, deberíamos poder probarlo de alguna manera, al menos buscando inconsistencias y errores. “Para que una teoría sea científica, tiene que ser falsable”, explica el Dr. Dobry. “¿Cuáles son las propuestas de falsabilidad que tiene la idea de que vivimos en una simulación? Y eso para hablarte de de una propuesta de la ciencia más pura y dura. Después, la epistemología más contemporánea pone en juego esto de que la ciencia la hacen los hombres, y esa simulación en este caso la haría alguien con algún interés. ¿Cuál sería el interés? ¿Para qué quiere hacer esta simulación con todos nosotros?” interroga el físico.
Según Boström, no hay forma de probar o refutar la hipótesis de la simulación con certeza, y solo podemos basarnos en argumentos probabilísticos o especulativos. La complejidad de nuestro mundo y la presencia de patrones matemáticos en la naturaleza y el arte han llevado a algunos a considerar este postulado seriamente.
Sin embargo, no debemos olvidar que las matemáticas y las leyes de la física fueron creadas por seres humanos; no existen inherentemente en la naturaleza, sino que fueron desarrolladas para interpretarla. El debate trasciende los límites de la ciencia y la tecnología para volverse filosófico y metafísico, invitándonos a reflexionar sobre nuestra percepción del universo y nuestra existencia en él.