La dignidad de cada persona se consolida cuando sus derechos son reconocidos y respetados, a tal punto que sea capaz de desarrollar todas sus potencialidades y así pueda participar en este reconocimiento y respeto para con sus semejantes. Liberada de estar “dependiendo” de las dádivas que puedan llegarle, puede ser actor dentro de la dinámica económica para intercambiar bienes y servicios desde la actividad laboral.
También una sociedad entera está llamada a disfrutar de los esfuerzos y dedicación de la “economía real” y productiva, liberada de la esclavitud vigente de la dominación especulativa de la distorsión financiera. La perversión de la “usura internacional” ha traspasado todos los límites y ha puesto de rodillas a la dinámica económica real y productiva.
Las recientes expresiones muy cuestionadas del Papa Francisco acerca de la propiedad privada, no hacen más que profundizar, recordando, la enseñanza tradicional cristiana. En su reciente encíclica “Fratelli tutti” resalta palabras de San Juan Pablo II: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno”.
Y afirma más adelante que “el principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo el ordenamiento ético-social, es un derecho natural, originario y prioritario”. Allí mismo señala que “el derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del primer principio”.
No se trata de negar derechos, sino de ubicarlos en un ordenamiento necesario. Esto nos puede ayudar a desenvolver las consecuencias prácticas para las personas y los pueblos que tienen derecho a la igualdad de posibilidades y a condiciones favorables, sin dependencias y para un pleno desarrollo integral.