Es deseable tener una fecha de inicio para una historia. Empezar con una escena memorable. Afirmar con la seguridad que otorga creer que algo de verdad ocurrió solo porque otro lo contó o lo escribió antes. Decir, por ejemplo: “Esto comenzó cuando Leticia, la niña Leticia, leyó su primer libro, marcó una frase con su lápiz preferido, lo guardó en el anaquel más bajo del viejo mueble de roble aquella mañana de…”. Pero no. Este relato basado en las huellas que constan en una biblioteca no tiene ese hito preciso. Las colecciones íntimas de libros se parecen menos a un epitafio y más a un órgano vivo que muta. En las bibliotecas entran nuevos ejemplares para que otros se pierdan o se presten, que muchas veces es lo mismo. No hay, por lo tanto, una biblioteca a lo largo de una vida sino múltiples. Sin embargo, el capricho del tiempo congela esa película en un fotograma, el último conocido.
¿Qué dice ese epílogo, ese fragmento congelado, de una vida, de dos vidas luminosas en este caso? La imposibilidad de responder a eso con un dato único, con una frase concluyente, no limitó el trabajo –quizás sea mejor hablar de la obra– de las creadoras de la “Biblioteca Viva de Olga y Leticia Cossettini”.
La profesora de letras y conservadora de Museos Irma Montalván, la licenciada en Museología Susana Fandiño y la también profesora de letras y psicóloga Teresa Urizar lanzaron esta semana una página web con el catálogo único de más de 800 libros que pertenecieron a las hermanas Cossettini, las destacadas pedagogas que inventaron la Escuela Serena o Nueva en la "Doctor Gabriel Carrasco" de Rosario, entre 1935 y 1950.
El estudio realizado no es sobre los libros académicos de esas dos mujeres lúcidas sino de la biblioteca personal que contiene las marcas, las anotaciones, algunas dedicatorias y firmas. Las lecturas que marcaron a Olga y Leticia en su formación: desde la política al cine, de la literatura clásica al teatro. Es un mapa de sus pasiones, una ventana que se abre a sus universos y es, además, un trabajo de cuatro años sistematizado y ahora presentado en sociedad por sus autoras.
El relevamiento incluye 802 libros de cuatro de las cinco instituciones que tienen parte de ese legado. El origen de la iniciativa fue de Amanda Pacotti por la colección de 358 ejemplares existentes en la Biblioteca Popular Alberdi. Amanda convocó a las tres mujeres y ellas después ampliaron la búsqueda. Sumaron a otras tres sedes: el Instituto Rosario de Investigaciones en Ciencias de la Educación (Irice-Conicet) tiene 280 ejemplares de las Cossettini, la Escuela Carrasco otros 97 y la de Teatro y Títeres, 67.
En cambio, la Asociación Civil Amigos del Paraná –que funciona en la casa que perteneció a las educadoras en calle Chiclana 345 del barrio Alberdi– no compartió los libros que quedaron allí.
El grupo ya completó la clasificación de las tres primeras instituciones (Alberdi, Carrasco, y Teatro y Títeres, es decir de 522 ejemplares). Sobre ese universo, encontraron 102 libros marcados al margen o subrayados, lo que aporta una gran riqueza de información. Firmados por los autores o por las hermanas hay 67. Los que tienen dedicatorias (que permiten alumbrar relaciones personales de su época, casuales o estrechas) son 61. Hay 77 ilustrados y en 13 detectaron un transpapel (recortes de diarios y revistas con referencias al libro o al autor, y suelen estar al final o pegados en la contratapa).
Todo ese corpus documental fue volcado al sitio web de “La Biblioteca Viva de las hermanas Olga y Leticia Cossettini”. El inventario, que sigue en construcción, ya puede ser visitado. Se pueden buscar con filtros entre los que fueron “marcados”, “firmados” o “dedicados”. La invitación a recorrer esa ofrenda (con algunas fotos de las tapas) es un paso muy importante del proyecto que empezó en el verano de 2020, antes de la pandemia. Un mojón que las autoras aprovechan para trazar un balance del recorrido hecho.
Sobrevivir al naufragio
La tarea de reunir la mayor cantidad de los libros que formaron la biblioteca íntima de las hermanas Cossettini, revolucionarias de la educación del siglo pasado, no se trata solo de una cuestión de cantidades. Sino de reunir una unidad dispersa.
“Solo en su catálogo –dice Irene Vallejo–, la colección sobrevive a su propio naufragio. Es la prueba de que existió como conjunto, como plan cuidadoso, como obra de arte”.
El grupo agregó a esa cita, en un video de presentación, que “a veces las colecciones mueren o se disgregan entre varias manos” pero “esta no” porque “Olga y Leticia no la dejaron morir, la ofrecieron generosamente”.
Ventanas al mundo y espirales
En la presentación de la página, las tres investigadoras señalan que pensaron a la biblioteca personal "como un mapa de la construcción del pensamiento y la trayectoria intelectual y socio–cultural de estas mujeres". ¿Qué indica ese mapa, hay una “x” que demarque algún tesoro, qué lecturas hacen de esa búsqueda?
Para Irma Montalván: “Cuatro años después de revisar todo el material, muchas de las hipótesis que teníamos al inicio se han confirmado y sobrepasan por mucho lo presupuestado. La profundidad de los temas tratados y el alcance de esos subrayados, en donde ellas aportan su parecer ya sea poniendo «ojo» o «no estoy de acuerdo» o con un «sí» muy grande y signos de admiración. Hemos encontrado muchísimo más de lo que pensábamos”.
“La hipótesis se confirma: ellas pensaban al mundo a través de estas lecturas. Era su visión y su recorte de la realidad. Es un material que se va imponiendo, que nos va marcando el camino. Es tal su riqueza que uno no tiene más que pensar cómo ellas se sentaban a leer esos libros y cómo nos advierten de los peligros, cómo afirman que sobre determinados pensamientos están de acuerdo. Todas estas lecturas nos llevan a pensar que así fue como se alumbró la Escuela Serena”, agregó.
Teresa Urizar sumó otro matiz sobre esas huellas que dejaron las Cossettini: ”Las marcas en los libros no dibujan una línea recta, ni simple, más bien un espiral que se expande. Es la piedra en el estanque de Gianni Rodari que hace esos círculos concéntricos que se alejan como la resonancia de la palabra. También se abre en múltiples dimensiones: hacia arriba y abajo, como el pensamiento complejo. El asombro que tuvimos al ver esta biblioteca personal fue la diversidad de materias: antropología, filosofía, historia, medicina, psicología, arte, arqueología y mucho de política”.
“Encontramos –siguió– mucho sobre totalitarismo, fachismo y nazismo, que es uno de nuestros temas en la fase 2 de nuestro trabajo (que consiste en la pregunta: ¿con qué autores pensaron, trabajaron y soñaron el mundo y su época?). Lo hicimos con el faro de la conferencia de Olga «Pedagogía de la perversidad» y con los libros «Historia del Nazismo» de Konrad Heiden, que está remarcardo, los «Coloquios con Mussolini» de Emil Ludwing, «Francia a través de las alambradas» de Bruno Weil o «Mi lucha» de Adolf Hitler, por ejemplo.
Se destacan también títulos sobre espiritualidad, sociología, cultura argentina e hispanoamericana, cine y mucha literatura clásica. Sobre la pasión por ese género de la menor de las hermanas, que vivió hasta el año 2004 en Alberdi, Teresa cuenta: “En una carta de Leticia a su familia dice: «Por las noches leo ‘La Odisea’, no como una helenista que no soy, no como una lingüista, la leo diáfanamente (que era una palabra que ella usaba mucho) y Ulises liberado de los dioses es un moderno a quien guía la razón y la inteligencia. Es muy bello que lo siento»”.
Susana Fandiño analizó el legado que revisaron estos años: “Una de las sorpresas que tuvimos fue que nos encontramos con títulos de gran variedad de temas que a ellas les preocupaban. No hay una dirección sino múltiples ventanas que se abren en distintas direcciones y que nos muestran un paisaje que nos lleva a recorrerlo y disfrutarlo en cada paso”.
“Sin duda fueron unas adelantadas a su época y unas intelectuales inquietas que buscaron nutrirse de otros intelectuales. Llama la atención que en ese momento de la historia no tenían la rapidez de la información como ahora pero ellas tenían un ida y vuelta con muchos intelectuales que vivían en Europa. Incluso con personas de Buenos Aires, cuando no había la fluidez de ahora”, agregó.
Sobre la conservación (y el trío)
El equipo de trabajo es muchas cosas menos homogéneo. Las tres, entre profesoras y museólogas, se reparten tareas, saberes y formas de contarlo. Teresa, que además es cofundadora del Complejo Educativo de Alberdi (CEA) y Leticia fue madrina de sus talleres de creatividad, puede despegar del piso para hablar de espirales e infinitas cuestiones que son tan fundamentales como intangibles, como un recuerdo amoroso de Leticia que anuda a una marca con doble subrayado. Irma, ex directora del Museo Julio Marc y del Programa Provincial de Patrimonio, ofrece como contraste el dato concreto, cifras y explica las diferencias en el catálogo de forma resumida. Susana, ex coordinadora cultural del Distrito Norte Villa Hortensia, oscila entre ambos registros: habla de los libros como ventanas que se abren pero puede ser notarial y afirmar por escrito: “Luego de estar en contacto con 802 de los distintos repositorios podemos decir que el estado de conservación en general es bueno”.
“Algunos con daños menores como suciedad, manchas, desprendimiento de tapas, con el hilo cortado de aquellos que están o desprendimiento de alguna hoja de los que están pegados pero se conserva la totalidad del libro”, describió.
“Otros –completó– que por la acidez del papel dejan sus hojas muy frágiles los protegimos colocando bolsas de polipropileno. A otros le realizamos conservación preventiva hasta que se les pueda hacer restauración definitiva”.
Parte del trabajo fue realizar un “examen organoléptico” que implica ver a simple vista en qué estado se encuentra el libro. Gracias a eso, en cada ficha que consta en la web, se marca cuál es el “Estado de Conservación”, los eventuales “Problemas” (suciedad, manchas, hongos, roturas), la “Propuesta de Conservación” y la “Ubicación” física, entre las cuatro instituciones que forman parte del esfuerzo solidario.
El legado
De las marcas y dedicatorias halladas hay algunas que son “espectaculares”, calificó Irma y enumeró: de José Luis Romero, de Ernesto Sábato, de Roberto Arlt. “Ellas estaban conectadas con el mundo de las letras y las artes de ese momento. Tenían una cabeza muy abierta para no seguir una sola línea sino evaluar las distintas posturas, siempre con el filtro del arte y un compromiso con el prójimo y la naturaleza”, definió.
De esas anotaciones surge también una relación estrecha con Hilarión Hernández Larguía, Juan Ramón Jimenez y Gabriela Mistral.
“Este material devela –analizó Teresa– que las dos maestras e intelectuales pudieron hacer lo que hicieron porque tenían una formación extensa y profunda. Es tan importante la formación docente y en general no está contemplada la variante del recorrido lector, pero es sumamente importante. Es el capital cultural de una docente y vaya que vemos la riqueza y la diversidad de formación en este recorrido como lectoras críticas, atentas y curiosas. Sus marcas lo demuestran: esos «ojo» escritos con signos de admiración. Es como que Leticia nos lleva de la mano”.
En "El teatro en la vida", de Nicolás Evreinoff, aparece con claridad la importancia del juego, de la creación y la libertad expresiva de los niños y las niñas, que es medular en la obra de Olga y Leticia.
Con subrayado y marca doble, que es como iluminar el alma de algo, se lee en el capítulo 4: "La observación de un niño entregado al juego constituye la más sorprendente de las experiencias. El juego se apodera en absoluto del niño. Todo lo que existe en él de vital, de fuerte, de atento, de entusiasta se lo da a esta vida irreal pero presente. Se trata en realidad de un raro ejemplo de actividad creadora y que no se desenvuelve dentro de los repliegues del espíritu sino ante nuestros propios ojos".
Con ese puñado de ejemplos, las investigadoras presentan esta Biblioteca Viva. Unas huellas que pueden proyectarse a la experiencia de los alumnos y las alumnas de la Escuela Nueva de la Carrasco, con sus coros de pájaros, sus pinturas, el teatro, sus recorridas por el barrio y la naturaleza (retratadas en el documental “La escuela de la Señorita Olga” del gran Mario Piazza en 1991). Hay un diálogo, dicen las tres investigadoras, entre el proyecto educativo, sus creadoras y las marcas en los libros que cimentaron todo aquello. Semillas para rescatar, compartir y volver a sembrar.