La pandemia del coronavirus no logró detener las donaciones, procuraciones y trasplantes de órganos que se sostuvieron gracias al arduo trabajo de los equipos de salud. Argentina superó durante la cuarentena los 600 trasplantes realizados. Uno de ellos fue el de Roberto García quien se dializaba tres veces por semana desde hacía “6 años y 10 meses”. El llamado con la posibilidad del trasplante llegó después de una larga espera y en medio del confinamiento, cuando todo era incertidumbre.
Para Roberto “nada en la vida fue fácil”, pero el trasplante le dio una nueva oportunidad. Tiene 58 años, está separado, dos hijos de 27 y 28 años, y transita su recuperación en medio de los cuidados por la pandemia, por ser factor de riesgo, esperando poder volver al trabajo. Durante la charla no puede evitar hacer un repaso de su vida y recuerda cómo se enteró que tenía insuficiencia renal: fue en 2012, cinco días después de recibirse de abogado en la UNR, “un título por el que “luché estudiando durante 15 años, mientras manejaba un taxi por más de 10 horas diarias”, destaca.
A finales de los 90’ compartía un taxi con otra persona. Recuerda que siempre se subía un abogado y hablaban mucho de la carrera. “Una vez subió un juez y nos pusimos a charlar. Me dijo «Flaco vos tendrías que estudiar, tenés la secundaria terminada, buena forma de hablar, sos respetuoso». Le dije que estaba grande, que tenía hijos y una familia que mantener”, recuerda. A los 15 días, el mismo pasajero sube y vuelve a insistir. Y como un giro del destino, por tercera vez el magistrado vuelve a hacerle seña. “Subió y me dijo «Hoy vamos a pasar por tribunales, y quiero que lo veas, que te bajes». Yo me sonreía, pero lo dejé en destino, pegué la vuelta y entré a la Facultad. Me acuerdo que había que pagar un cuadernillo que salía $35. ¿Sabés cuánto era la recaudación en el día de un chofer? 35 pesos. Y los puse y empecé a hacer los cursillos”, se emociona. Recuerda que el juez era un hombre de “60 y pico, con un bastón”, al que jamás volvió a ver.
“Entré y nunca más pude dejar la facultad. A mí la carrera me llevó 15 años, la hice trabajando 10 horas por día, trabajando viernes, sábado de noche, domingo de día, y encima en la UNR, donde no te recibís así como así, estudias o estudias. No teníamos internet, recién estaba apareciendo, no había lugar, teníamos el mérito académico. Hoy miro atrás y digo que es un orgullo, porque te enseña a pelear. Yo tuve la mejor formación de mi vida: la facultad de la calle, que tuve en el taxi, donde conocí todo, o casi todo, y la facultad del aprendizaje, la de Derecho”, afirma.
Las vidas de Roberto
En 2012 todo parecía acomodarse. Estaba a punto de recibirse. “Pero siete días antes de rendir me cayó la carta de divorcio. Casi me matan arriba del taxi en un asalto en Cabal y Génova, y el dueño del taxi para el que trabajaba, (porque la sociedad anterior no resultó), me despidió. En 7 días cambió mi vida: sin trabajo, el divorcio y casi me matan, a poco de recibirme”, recuerda.
El 7 de diciembre rindió su última materia: Quiebras. El resultado lo fue a buscar con su hija. “Cuando me dijeron que había aprobado, les dije que miraran bien, que había muchos García. Cuando me lo confirmaron, la miré, le dije «me recibí y me largué a llorar», rememora emocionado. Cinco días después de recibirse ingresó a la guardia del Hospital Centenario por primera vez, el diagnóstico: insuficiencia renal crónica. Afirma que nunca había tenido ningún síntoma, y que cuando le tocó el servicio militar en la agrupación de buzos tácticos de Mar del Plata, le hicieron varios estudios. “Siempre me mantuve sano, en mi peso con 57 kilos e hice deporte”, destaca.
Conmocionado y confundido con la noticia definió buscar tratamientos alternativos. Pero su cuerpo no resistió. “En junio 2013, volví a ingresar al Centenario, con 45 kilos, sin signos vitales y muy mal. A los 20 días me dicen que había que arrancar el tratamiento de diálisis que hice hasta mayo de este año: tres veces por semana, durante tres horas, porque más el cuerpo no podía resistir”, cuenta mientras recuerda que en 2015 ingresó por primera vez en la lista de espera nacional.
Con una jubilación anticipada, y con Pami como obra social, debió dejar el Centenario y decidió comenzar el tratamiento en el Sanatorio Británico. Roberto no deja de destacar a los equipos médicos de los dos centros de salud, por su “calidad, trabajo y acompañamiento, son equipos excelentes”.
Esperar la oportunidad, en tiempos de pandemia
“Jamás pensé en el trasplante en estas circunstancias, no lo esperaba. Lo forzaba en mis oraciones. Pero pasó marzo y empezamos la cuarentena, después pasó abril. Cada vez que iba a diálisis les decía a mis compañeros que de ahí me iba a ir, ‘no voy a venir más' les decía. Mis compañeros me cargaban, pero yo insistía que me iba a ir”, afirma.
Roberto recuerda el domingo 10 de mayo con exactitud. Dice que estuvo muy inquieto, y que un compañero de la Iglesia le dijo que lo había soñado. “A las 10 de la noche me llama el doctor Martín Rodenas y cuando te llaman así y a esa hora, nunca esperás que te van a decir que ganaste el Quini 6, por lo general son noticias malas, y más viniendo del médico”, relata. Pero no, del otro lado del teléfono a él le quedó grabada la conversación que hoy reproduce: “Mira Rober, estás en operativo, estás en el lugar 14 y cuando nuestro pacientes están en una lista más o menos cercana, les tenemos que avisar para que estén atentos al celular”. Para él, el sueño era lejano: número 14. El teléfono volvió a sonar a la 1: “Estas número 4” le dijeron. Pero ahí también pensó que “no pasaba nada”, tal vez para no ilusionarse. A las 6, vuelven a llamar: ya estaba número 2, y le pidieron que arme el bolso y vaya al sanatorio “por las dudas”.
“Mientras iban chequeando todas las compatibilidades me preguntaron si estaba preparado. Y no, nunca estás preparado. Te pones a pensar, operarte en medio de la pandemia, llega la incertidumbre”, recuerda. Mientras estaba en la sala, afirma que ingresó el médico y le dijo: “Ya está, te opero en un rato, va a estar todo bien”. Con la frase se liberaba el llanto de Roberto, como quien necesita un desahogo y liberar años de tensión, y de una vida, que ya no volvería a ser la misma. En el año de la pandemia, el coronavirus también atravesó la historia de su trasplante: “el mío iba para otro paciente, pero no lo pudo recibir porque estaba con covid”, asegura.
En el medio, su hija buscaba la forma de llegar desde Entre Ríos (donde vive con su marido), con los límites interprovinciales cerrados, y sin saber si una vez que lograra llegar, iba a poder regresar. La recuperación fue lenta, le llevó 31 días de internación, y aún hoy se cansa más de lo habitual. El 11 de junio, finalmente salió del sanatorio. Nuevas rutinas de comidas, kits de medicamentos y controles, son parte de sus nuevos días.
“Todavía no cambié el chip, todavía no caí lo que estoy viviendo, todavía no caí que fui trasplantado”, afirma mientras expresa que extraña mucho a sus compañeros. “Me cae un poco la ficha los martes, jueves y sábados, que son los días que iba a diálisis. Sobre todo los sábados, yo iba a las 10 de la mañana, entrábamos a las 11, y volvía a las 16. Ahora pienso qué voy a hacer, intento que esos días no se me hagan tan largos, trato de dejarme cosas para hacer, para ocuparlo, y eso que yo detestaba esos días, desde que el remisero tocaba bocina para buscarme. Pero una vez que llegaba a la sala del Británico, me transformaba y hacía chistes, porque eran mi familia”, recordó.
Roberto asegura que tiene muchas ganas de volver a trabajar de abogado: “Me estoy proyectando, siempre rechacé la tecnología, pero ahora me dieron ganas de grabar videos, de promocionar la carrera. Siempre quise ser “el” abogado, no un abogado, por la persona, porque el derecho está escrito. Estoy tratando de reinventarme”, concluyó.
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