No pudimos. Nadie pudo. La historia del "Colo de la Sexta" es un reflejo inmediato y cruel de cómo la ciudad nos presenta historias del desamparo con un final potente y doloroso. Hace una semana se difundió el video de un hombre que intentaba robar un portero eléctrico en una vivienda de Pasco al 300. El barrio, su barrio, es la República de la Sexta, el lugar donde el manojo de historias de héroes y villanos se entrelaza con el pulso mismo de la ciudad.
El involucrado en el delito es conocido en el barrio, su apodo es el Colo de Sexta y en los últimos meses participó de un continuo ingreso a las instituciones policiales por repetir el mecanismo que viralizó la grabación. Robo de picaportes, porteros, lo que sea. El Colo robaba elementos en la calle que le permitiese una rápida reducción y venta. Eran canjes por fondos rápidos.
Lo cruel, aunque curioso, de la historia fue que detectar su identidad que nos remonta a una crónica de Radiópolis de hace 12 años. Allí, con el relato y la entrevista realizada por Tefi Sahakian, entonces una joven estudiante de Comunicación, hoy docente, produjimos un informe sobre el Colo de la Sexta.
El Colo que en 2011 era un poeta enamorado que vendía sus textos apilados en fotocopias a los estudiantes de la Siberia, allá en el alma que la Universidad Nacional de Rosario tiene en ese mismo barrio. Aulas que fueron testigos de como un colorado pícaro y simpático se hacia unos pesos vendiendo poemas que describían parte de las vivencias de un pibe de 20 años.
Su caso plantea el desafío de enfrentarnos a nuestro propio fracaso. Un pibe caminando la cornisa de una sociedad peligrosa que al final cae bajo las fauces de esa sociedad narco. O consumís, o vendés, o ambas cosas. El abordaje penal llega tarde e inútil. En los últimos dos meses fue demorado siete veces por hurto de piezas, pero siempre recuperó la libertad. Los arrestos fueron unos veinte en el año y el esquema de reducción de elementos robados sigue vital e intacto permitiendo que muchos Colos puedan abastecerlo.
La cronista universitaria hace 11 años salió a buscar historias y se topó con el entonces simpático Colo de la Sexta. Tefi, intentaba rastrear historias que, invisibles en la trama cotidiana, puedan transformarle su propio día.
"Martes a la mañana en la Siberia. Como siempre, la clase es interrumpida por un chico del barrio que entró a pedir, pero esta vez pide desde otro lado. El Colo de la Sexta pide en la facultad desde hace 12 años. Entraba al aula todo pequeño y mudo con remeras heredadas enormes y las manos siempre estiradas. Esta vez tiene algo en sus manos. El Colo viene a vender sus poemas", dice el audio del informe que emitimos en 2011.
Los poemas del hoy incurable ladrón de picaportes y porteros eran de amor, un poeta que se asumía enamorado de la vida.
"Ver cómo se tapa la luna es como verte cambiando a vos,
ver que se tapa la luna es como acobijarte a vos.
Ver que la luna se ponga roja es como verte a vos cuando te diga esto,
verte a ti como te ponés colorada cuando te recito una poesía,
es como ver un cristal.
Tu dos cachetes rojos son dos lunas llenas".
La crónica del 2011 lo mostraba tímido pero decidido al intentar vender sus páginas en un aula repleta de estudiantes de Comunicación Social.
"¿A quién saliste colorado?", preguntó para romper el hielo la cronista. "Yo digo que a mi o a mi mamá", se escucha al entonces poeta. En el relato se afirma que la mamá del Colo no leía sus textos. "Él no la deja. Le da vergüenza", dice el texto leido por la cronista. "No lo lee porque por ahí yo le digo che, déjame eso. Porque me da vergüenza".
Mamá,
porqué sembraste esa semilla,
fruto de vida, vida de tu creación,
la creación de esa semilla de un ser.
Porque me enseñaste mis primeros pasos,
mis primeras palabras.
Porque estabas en mis tropiezos y me levantaste.
Mira aquella semilla que hoy tiene 21 años.
Ya todo un árbol se hizo.
Mira el ser, qué chiste.
Mira tu creación, qué pensaste que me marchitaría, pero el hombre no pudo hacerme marchitar.
Bueno, espero que te sientas orgullosa.
Por haber creado este ser, ser que te inspira en secreto.
La calle áspera. Siempre. Áspera con el hambre, la falta de amores, la muerte. El barrio puede acorralar a quienes no pueden esquivar las balas de la miseria. Hoy con 32 años el Colo de la Sexta es interceptado por un vecino que harto de los robos lo graba con su celular. Balbuceante y con la gestualidad deformada por el consumo y las piñas de tantas noches largas. En el 2011 describía lo que hoy lo que acorrala.
"Un día estábamos en un pasillo cerca en mi casa acá en La Sexta con un amigo. Estaban hablando de que allá tumbaron un búnker, allá tumbaron otro búnker`. Y le pregunto a mi amigo, le digo: Che, ey, ¿vos sabés cuánto es 2+2?. Y me dice, no, pero Colo pero allá tiraron un bunker. Y nos entramos a matar todos de risa y cuando llego a mi casa escribí: Los pibes no saben nada más que decir bunker. Te pasás en una esquina y te dicen bunker, pero le preguntas cuánto es 2+2 y te responden bunker", dice en el informe del 2011.
Escribía sobre los bunkers, sus amores, sus ganas de que las cosas le salgan bien. "Yo no denuncio a los búnkers. Tengo un hijo, no quiero que el día de mañana mi hijo termine laburando en un búnker. Tiene un añito", decía.
"La primera vez que me vendió un poema, me lo autografió advirtiéndome que más adelante iba a salir más caro. Y me lo firmó: “El poeta enamorado, El Colo de la Sexta”, dice Tefi Sahakian, la entonces cronista Radiopolis.
-¿Enamorado de qué?
-Enamorado de la vida. Enamorado de la vida que me tocó vivir. Mi escritura me enamora. Mi escritura me da fuerza, mi hijo. Cuando yo empecé a escribir le escribo a mi hijo.
En ese tiempo, según el registro, el Colo tenia un libro con su firma de 20 poemas que se llamaba Un relato colorado en versión callejera, como decía él. Tenia proyectos: una publicación de 50 poemas con la Biblioteca Argentina y liderar un taller de literatura gratuito para los chicos de la Sexta en donde leyeran autores clásicos. Su ídolo era Charles Bukowski.
“Me gusta Bukowski. Un borracho asqueroso que te hace matar de risa. Mi tío más me decía: che vos tenes un aire a Neruda. Un día me cruzo acá a un docente y me dice, sos todo un romántico como Neruda y sale esa conversación. Y le digo che, mi tío también me dice que tengo un aire a Neruda. Pero yo digo, ¿quién carajo es Neruda? Tenía una ignorancia. Hasta que un día me regalan un libro de Neruda. Y empecé a leer de él. Después me dan otro libro de Neruda que se llama 100 sonetos de amor que se lo dedica a su mujer, Matilde", decía.
La voz del Colo se arrastraba por una afección bucal y dentaria. Parecía intervenido por el consumo, los estimulantes, pero el deslizamiento de las palabras venia del choque de la lengua en su paladar. Intentaba andar limpio de drogas. Tenía un hijo de un año que deseaba mantener ajeno al mundo marginal y sucio que le proponían los pasillos de la Republica de la Sexta.
"En la firma del Colo hay amor e identificación por un barrio que, a pesar de sus horrores, lo había hecho poeta. Toma el nombre de su barrio y no para cualquier cosa. La toma para escribir. Para narrar desde La Sexta. Él no sólo se declara el poeta de la Sexta, sino el poeta enamorado, enamorado de las palabras de las letras que lo salvan, pero las supera y también actúa", concluye el informe de Radiopolis.
Las palabras se las lleva el viento porque de qué sirve
Hey, vamos a hacer revolución. Vamos, revolución,
si ves que miles de pibes se están cagando de hambre
si se están matando entre ellos por un poco de droga.
Sí, a vos te digo.
Que pensaste que yo era un don nadie, un drogado y un vago. Mirá ahora.
Al don nadie, al drogado.
Mirá como el vago pudo progresar.
Me da lástima no haber hecho lo que te imaginaste.
Resulta ser que tu dólar hoy no vale nada, que esta poesía tiene más valor que tu dólar.
Mira a este drogado, como hace fortuna, sin meter un caño.
Observá al vago que mientras vos ahorrás, él la escabia toda.
Pero, ¿será posible?
El vago tiene zapatilla nueva.
Prestá atención a este escritor,
que con un cuaderno y una lapicera se hizo fortuna, la fortuna diaria.
La riqueza familiar, el laburo del mandado, a donde no pasan los corralitos