No todos los días se publica un libro. Pero Reynaldo Sietecase ya ha publicado muchos a lo largo de su vasta trayectoria como escritor y periodista. El último de ellos es La Rey, la cuarta novela dentro de una obra que incluye también poesía, cuentos, crónica y ensayo. La Rey es un thriller apasionante –"trepidante", definió una crítica de Buenos Aires–, que cuenta la historia de una mujer paraguaya que de adolescente vive la pesadilla del sometimiento sexual por parte del marido de su abuela, y luego se empodera desde el barro abriéndose paso en un mundo sórdido. Prostitución, trata, narcotráfico y hasta una piedra de obsidiana se cruzan en un viaje que va de Ciudad del este a Madrid, con un paso fundamental por Argentina. Sietecase presentará la novela en Rosario el viernes 24 de mayo a las 19 en el Foyer del teatro El Círculo. De los detalles de este libro editado por Alfaguara, del lugar que ocupa la literatura en su vida y también de la actualidad del periodismo, habló el autor en esta entrevista con Rosario3.
—Según Wikipedia escribiste 20 libros ya, un montón.
—No los tengo contados, pero de poesía debo tener ocho libros. La Rey es mi cuarta novela, tengo un libro de cuentos que es Pendejos y un par de libros de crónicas. Para llegar a 20 hay que contar las antologías, pero 15 puede ser. La verdad que sí, lo pienso ahora y asombra.
—Asombra sobre todo porque siempre fue a la par de un laburo periodístico intenso. Ahora estás en radio y tele, también pasaste por diarios y revistas. ¿Cómo hacés?
—Lo que pasa es que ponele que trabajé un día 10 horas en el periodismo. Igual me da para hacer dos horas más de literatura, porque para mí es como un descanso. Me divierte, me gusta, lo hago sin apuro. Fíjate esta novela, me llevó cuatro años. ¿Por qué? Porque no me apuro, porque trabajo con un editor aparte por fuera de la editorial, lo hago como un aprendizaje. Desde 2002, cuando publiqué Un crimen argentino después de que me empujó a la narrativa de ficción Tomás Eloy Martínez, la verdad es que trato de aprender porque es algo que no manejaba. Yo soy poeta desde los 17 años y la poesía es una cosa que me va viniendo y cada tanto publico. La narrativa te genera otra tensión.
—Pero te generás tu tiempo para atravesarla…
—Siempre le di mucha importancia a cuidar el tiempo. De hecho, por eso no agarro otros laburos. Ya bastante hago con la radio y las columnas en televisión. Incluso, te vas a sorprender, desde el año pasado estoy cursando una maestría en la Universidad de escritura creativa, que me lleva dos veces por semana presencial tres horas y media. Es decir, le estoy dando mucha bola a la literatura. Es lo que más me interesa. Yo era escritor antes de ser periodista.
—Claro, en los primeros 80 en Rosario se te conocía como poeta, y cuando llegaste a la radio venías desde ahí, desde las revistas alternativas como "El poeta manco". ¿Qué te pasó con el periodismo?
—Yo laburé en una imprenta, en un banco. Y cuando logré entender que en el periodismo podía escribir e irme a mi casa, vi que era por ahí. Primero sentí que hacer periodismo era lo menos malo y me alegra porque después se convirtió en mi otro oficio, al que amo.
—¿Qué lugar creés que ocupa La Rey dentro de toda esa obra literaria de la que hablábamos antes?
—Yo siempre pienso que el mejor libro es el último. Hace unos días hizo un comentario y lo puso en Twitter una periodista crítica de acá de Buenos Aires que yo respeto mucho, Miri Morelos. Dijo que creía que era mi mejor novela, que era un thriller trepidante. Yo trato siempre de ir aprendiendo. En cada novela me pongo algún desafío y en esta me dije que, después de tres novelas, tenía que poder escribir una protagonista femenina fuerte, potente. En ese tránsito me metí en un lío fenomenal porque se me cruzó una chica que me ayudaba con las cosas de la casa, una vez por semana, que era paraguaya. Siempre, antes de irme a la radio, tomábamos un café, unos mates, y en ese ratito me iba contando de su vida. Yo indagaba de curioso, por esa deformación profesional que tenemos que preguntamos de dónde venís, qué haces. Entonces me fue contando algunas cosas de Paraguay, situaciones muy difíciles, muy violentas. Y se me puso en la cabeza empoderar a una mujer que haya sufrido mucho, que la haya pasado muy mal y que de pronto pueda tener como una especie de revancha. Ahí me empezó a rondar la idea de de La Rey, que es una mujer paraguaya, que la pasa muy mal. La novela empieza en Ciudad del Este, escapa a Buenos Aires a la Villa 31 y termina en Madrid.
—Para el recorrido que hace La Rey tuviste que trabajar mucho como periodista. Porque indagaste en el habla, cómo es una mujer paraguaya, los escenarios por los que transita, como Ciudad del Este y la Villa 31. Sobre prostitución y narcotráfico. También sobre la obsidiana, la piedra que tiene un lugar fundamental en la historia. Y es periodístico que escribas en tercera persona, que es como en general escribimos los periodistas.
—Sí, claro. De todas maneras, para la mayoría de la gente que trabaja el género negro o policial hay una cuestión que es central y es que sea verosímil lo que uno cuenta. Entonces eso en general te obliga a investigar, que por otro lado es algo muy lindo, muy placentero. Yo fui a Paraguay, trabajé el tema del habla guaraní con una escritora paraguaya, y todo ese proceso fue muy atractivo. En Madrid tengo varios amigos que me ayudaron y el hecho de hacer ese proceso que viene del periodismo es como una investigación para hacer una nota, Pero acá lo pones al servicio de una ficción. Ahora, yo lo que tengo es afinada esa herramienta porque la uso para el periodismo, pero los escritores que no son periodistas también tienen que hacerlo. Yo cuento siempre una anécdota que es divertida porque un día estaba yendo a tomar un tren a Constitución porque en mi segunda novela, A cuántos hay que matar, había una escena en la que alguien tira un bolso con un rescate por la ventanilla de un vagón y quería ver a qué hora eso era posible, cómo se podía hacer. Fui varias veces y en una de ellas me encontré con Claudia Piñeiro, otra escritora de policiales, y le cuento mi misión. Resulta que ella estaba yendo a ver a un forense porque quería ver cómo se hacía un tajo en la garganta para matar a alguien. Y vos decís: "Pero pará, si están escribiendo novelas, no hace falta ni ir al tren ni al forense". Pero el tema de la verosimilitud, que sea creíble, es fundamental porque si no lo es te saca de la lectura.
—Es que la literatura está hecha de retazos de la vida real, ¿no?
—Por lo menos en este género. Quizá en el género fantástico o en la novela romántica no lo requiere tanto. Pero yo creo que siempre el hecho de poder trabajar esos materiales te va abriendo un mundo.
—La primera escena de la novela es una violación y es muy fuerte; aun escrita en tercera persona se transmite de manera muy sentida. ¿Ahí también aparece el trabajo periodístico por haberte nutrido de testimonios de mujeres que pasaron por este tipo de situaciones tan terribles?
—Yo dudaba en abrir la novela así, de una manera tan fuerte. Pero cuando fui a Paraguay, vi que el tema de la trata y de los abusos a menores, a mujeres menores, es algo que todavía persiste en el tiempo. La chica del Interior que va a una casa a limpiar y termina semi encerrada. Y entendí también que tenía que abrir así porque además es un punto de quiebre en la historia de La Rey, que en realidad es una chica llama Blanca Rosa González, quizás el nombre más simple del mundo. La historia tiene varios puntos de quiebre y este es el primero, que es tremendo. Porque, bueno, de cómo determina a cualquier persona un abuso acá se cuenta mucho.
—También se cuenta cómo una mujer, una adolescente en este caso, que sufre una situación de este tipo de manera reiterada, encuentra una red de contención y de salida en otras mujeres.
—Claro, es otra cosa que me interesaba. Porque además yo lo vi, yo trabajé mucho en los barrios. Y en la investigación que hice en la Villa 31 para la novela me dio una mano grande una persona que está laburando ahí este tema. La red femenina es muy fuerte, cómo se sostienen entre las mujeres es algo muy presente.
—¿Era un objetivo en sí mismo también hablar de alguna forma del patriarcado?
—No fue algo que me haya planteado, pero hay cosas que a veces son difíciles de explicar. Vos empezás una historia y la historia va tomando rumbos que no esperás. Por ejemplo, yo tenía un tema cuando quería que La Rey saliera de la Villa 31 y no la podía sacar. Iba en mi cabeza diciendo "no quiere salir, no quiere salir". Estás escribiendo vos, pero sin embargo te pasa eso: que parece que el personaje no quiere salir como vos querés que salga. Pequeñas cosas que se van generando a partir de la escritura misma. En la novela anterior, No pidas nada, cuando los protagonistas estaban en Brasil se me aparece un personaje brasileño que yo quería que interactuara con ellos y se me corporiza un poeta que vive en Rosario y se llama Ze Cordeiro. Entonces lo llamo por teléfono y le digo si le puedo poner su nombre a un personaje de la novela. A los dos o tres meses, me doy cuenta que a ese personaje lo tenía que matar. Entonces lo llamo por teléfono. Le digo: "Ze, perdoná, le voy a sacar el nombre". El lo pensó un poco y me dice: “No, dejalo, que quizás si yo me hubiera quedado viviendo en Río me hubieran matado. Prefiero que me maten en la ficción”. Yo en todas las novelas trato de meter algún personaje real pero por una cuestión de diversión. Aquí el personaje real es Américo, que es un amigo mío español que trabaja en el Museo de Ciencias Naturales . Es el que me abrió el mundo del espejo negro de obsidiana y aparece con su nombre real.
—Américo es parte de la segunda trama que se cruza después con la historia de La Rey, ¿no?
—Bueno, yo escribo siempre dos historias. Las cuatro novelas tienen una característica común que es que hay dos historias que se van entrelazando y después confluyen. Ricardo Piglia decía que siempre había una trama A y una trama B, y que la importante era la trama B. A mí me cuesta pensar que una es más importante que la otra. Pero sí escribo dos historias paralelas. Aquí en en una va La Rey y en la otra el protagonista es Salvador Merino, que es un profesor de Arqueología y Cultura Prehispánica.
—Y que es rosarino.
—Podemos expoliar eso (risas). Sí, me gustó la idea de de poner a alguien de Rosario, cosa que no había hecho en las otras salvo En un crimen argentino que pasa en Rosario. Era español al principio, pero me dije: "Ya tengo a La Rey que es paraguaya, a los peruanos de la villa, a unos rumanos que son custodios en el en el lugar donde la tienen a La Rey en Madrid". Necesitaba alguien que me diera un descanso. Entonces al final lo hice rosarino a Salvador Merino.
—La Rey lleva tu propio sobrenombre. Rey te llaman a vos tus amigos y eso es algo que llama la atención.
—Yo sabía que iba a pasar esto y tomé el riesgo. Se me ocurrió por el Rey de la Efedrina (Mario Segovia) y me pareció ponerle así porque ella se convierte en el capo de los paraguayos de la Villa 31. Cuando tuve que poner el título del libro, yo había pensado en Obsidiana. Pero después mi editora me dice: “Vos sabés qué es La Rey el nombre”. Y me pareció más potente, además de que la historia está muy virada a ella. Ahora hay que bancársela y explicarlo en cada charla, en cada entrevista.
—En la contratapa dice que "hay tres cosas que La Rey sabe hacer bien: limpiar, coger y matar". Ella empieza como víctima y después se transforma en victimaria. ¿Cómo se maneja esa dualidad en un mismo personaje?
—Nosotros que trabajamos con la actualidad sabemos que contarla entre buenos y malos es una tontería, aunque lamentablemente así te lo quieran vender muchas veces. Es una lógica tan infantil que ni los niños la toleran. Yo creo que es malo para analizar la realidad y pésimo para la ficción. Yo quería que La Rey tuviera esa posibilidad. Su empoderamiento no es porque gana la lotería o se casa con un millonario, su empoderamiento es desde el barro. Entonces, ella está en el barro y su resurrección de alguna manera es muy violenta también. Ella no tiene ninguna duda de que el que la hace las paga. Pero no en los términos de Patricia Bullrich. La Rey es una mujer que no perdona, no olvida ni perdona, se las cobra. Y no es buena. Ahora mi gran desafío es que la gente empatice con ella aún con esa característica
—La novela tiene mucho realismo, mucha aventura, situaciones muy extremas y el cruce con lo esotérico a través de la piedra de obsidiana. Todo esto en manos de un agnóstico o de un ateo, no sé cómo te definís.
—A mí no me gusta definirme como ateo sino como dudante. No sé si existe otro mundo, pero me encantaría que el día que me que me tenga que ir de pronto me despierte y me encuentre con mis seres queridos. Mi fe es muy flaca pero me gustaría creer. Por eso manejo los temas sobrenaturales con mucho cariño. Porque en el fondo me da ternura. En la novela anterior, No pidas nada, hay una sesión medio loca donde hay unos represores que convocan a otro personaje vinculado a ellos y de pronto aparece un espíritu. ¿Y vos sabes que a nadie le hace ruido? A mí lo que más me gusta es que el verosímil también se sostenga en lo sobrenatural. Por eso lo aprovecho, porque no sé si le pasa lo mismo a un escritor europeo. Es una tradición hermosa para sostener que es la del viejo realismo mágico de García Márquez.
—¿Vos tenés tu propia piedra de obsidiana?
—Esta novela arranca porque yo tengo una piedra de obsidiana. La recogí en San Bartolomé de las Casas cuando fui a cubrir la el levantamiento zapatista para Página 12 en Chiapas y en el sur de México hay dos piedras que son muy importantes: la obsidiana que es una piedra volcánica y el ámbar, que en realidad es una resina vegetal como la que atrapa el mosquito de donde sacan la sangre para recrear dinosaurios en Jurassic Park. Pero tengo mi piedra y cuando me enteré que había un espejo de obsidiana en el Museo de Madrid, digo: “Tengo que unir las dos puntas de esta historia”.
—Te saco del tema del libro. No puedo dejar de preguntarte sobre este momento tan particular que atraviesa el trabajo periodístico, que está en un lugar de cuestionamiento, quizás como como nunca ante.
—Mirá, yo creo que hace rato que viene un deterioro de la imagen del periodismo. No es algo argentino, es algo mundial, no hay que perder de vista esos contextos. Hay una serie muy buena, The loudest voice, que cuenta el nacimiento de Fox, de Fox News, y es alucinante porque está ambientada en el 2000 y cuenta cómo la cadena toma la decisión de informar a un sector de los norteamericanos. No informar en general, sino dirigirse al sector blanco enojado y para eso empieza a mandar fruta sin ningún problema. Osea, la verdad deja de ser importante. Bueno, ese proceso en Argentina pasó en el 2008. La verdad dejó de ser importante, entonces los medios de comunicación que tenían un gran capital que era la credibilidad o grandes dosis de credibilidad, porque todos siempre informan y nosotros mismos hablamos de una perspectiva ideológica o empresaria, empezaron a vulnerar algo que no se había vulnerado nunca que es la verdad de los hechos. Eso hizo que los productos periodísticos se degradaran de un lado y de otro. Antes había que ver qué de toda la información era falsa. Ahora lo que hay que determinar es qué de todo lo que uno recibe es verdadero. Es decir, cambió el paradigma de manera muy violenta. Pero bueno, yo sí veo que se podría hacer un mejor periodismo y no se hace.
—¿Por qué crees que no se hace un mejor periodismo?
—Hay varias cosas. Una es que los medios juegan políticamente, han decidido entrar en la batalla política por varias razones. Algunas que tienen que ver con intereses económicos: la mayoría de los dueños de los medios son empresarios que tienen otros negocios, como petroleras, empresas de energía, papeleras. Entonces juegan sus intereses con los gobiernos. La otra creo que tiene que ver con simpatías políticas, y otra quizás es tecnológica: se segmentaron tanto los medios, que pasaron de ser diez a ser mil. Entonces la discusión, por ejemplo en la tele, es que ya nadie busca 30 puntos de rating, sino consolidar sus 4 puntos. Así, hablo y digo cosas que solo le gusten en un sector que no se me tiene que ir. Hablamos para convencidos y no se desafía nunca a esa audiencia. Yo creo que se puede hacer otra cosa, quizás vas a ganar menos plata, vas a tener menos impacto, pero se puede hacer un laburo mejor.
—¿Volverías a vivir en Rosario?
—A mí Rosario me encanta. De hecho, estoy armando un libro de poesía que tiene mucho que ver con Rosario. Tengo mis amigos, tengo parte de mi familia. Ahora mis dos hijos están en el exterior, por eso voy menos, pero yo estuve yendo casi todos los fines de semana en una época. Pero me cuesta pensarlo en este momento porque tengo una vida armada acá (en Buenos Aires). Quizás cuando me retire, no lo sé. Me cuesta pensar en el futuro, soy alguien muy conectado con el presente. No pienso qué voy a hacer el año que viene. No tengo idea de qué va a venir. Lo único en torno a lo que proyecto algo es a los libros. Ahí sí, siempre estoy pensando a ver ahora, por dónde voy, qué voy a escribir. Pero yo me siento muy rosarino y lo digo todo el tiempo. Los rosarinos tenemos eso de una tenacidad en la defensa de la ciudad. Más ahora con tantas críticas, con tantos cuestionamientos, con tanta violencia, con tanta inseguridad, que a mí me parte el alma.
—Claro, encima en Buenos Aires ahora todo se habla de la ciudad exclusivamente por ese tema.
—Sí, porque no van al conurbano. Porque es verdad, en Rosario está terrible, pero andá a Laferrere, andá a Fuerte Apache. La gente se encierra a las 8 de la noche, está recontra heavy. El narcotráfico va a ser el principal desafío de la democracia, porque tiene recursos ilimitados, permea jueces, permea políticos, la policía. Esto hay que verlo y enfrentarlo con consenso de las fuerzas políticas. Porque entiendo que en otros temas pueda haber diferencias entre el peronismo, el radicalismo, los libertarios. Pero que no se puedan poner de acuerdo en enfrentar el narcotráfico impide darle batalla en condiciones mejores.