En la actualidad, gracias al movimiento mundial de mujeres, se habla a menudo y en todos los espacios de igualdad de género, feminismos y derechos. Si bien visibilizar las carencias y desigualdades del sistema patriarcal ayudó a modificar y cambiar realidades, todavía queda mucho por hacer: en Argentina las mujeres cobran un 27% menos que los hombres por ejercer el mismo trabajo, la violencia de género es moneda corriente, ocurre un femicidio cada 30 horas y distintas femineidades quedan excluidas del sistema, entre ellas las mujeres con discapacidades.
Redi es la red por los derechos de las personas con discapacidad, fundada en 1998. Para ese entonces los motivos que convocaban a reunirse y reclamar colectivamente eran dos y muy específicos: la accesibilidad física para modificar una ley sobre puertas de ascensores que impedía el desplazamiento seguro y autónomo de las personas con movilidad reducida y el cumplimiento del cupo laboral para personas con discapacidad en el sector público y empresas contratistas del Estado. Pasadas dos décadas del nuevo milenio, 23 años después, siguen exigiendo por sus derechos.
“Hace 15 años que se aprobó la Convención Internacional De Los Derechos de las Personas con Discapacidad y desde entonces luchamos por el cumplimiento pleno de los derechos que consagra; entre ellos, la autonomía, el acceso a la justicia, la protección social, el empleo y la accesibilidad porque a pesar de que haya leyes al respecto, sigue siendo una asignatura pendiente".
Así lo cuenta Andrea Grassia, tiene 34 años, es periodista y trabaja en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires como asesora en temas de discapacidad y promoción social. Tiene discapacidad visual y es integrante de la comisión de Redi.
Desde el año 2012, la Red comenzó a participar de los Encuentros Nacionales de Mujeres incluyéndose dentro del colectivo y poniéndole voz a los derechos de las mujeres con discapacidad. En este contexto y junto a Casa Fusa, Organización que trabaja por los Derechos sexuales y reproductivos de Jóvenes y Adolescentes, nace “Desear con inclusión”.
Una campaña en la cual con distintos spots audiovisuales y bajo el hashtag #Somosdesear, demuestran con ejemplos claros y concretos lo que padecen y viven las mujeres con discapacidad en distintas provincias del país, cuando se trata de sus derechos sexuales y reproductivos.
“Las mujeres con discapacidad tenemos menos acceso a la educación y al trabajo. Pero además los derechos sexuales y reproductivos están limitados, en parte por la propia familia porque hay una percepción o prejuicio en el cual las personas con discapacidad somos asexuadas o no podemos ejercer nuestra sexualidad en igualdad de condiciones", afirma Andra.
Hay un prejuicio en el cual las personas con discapacidad somos asexuadas o no podemos ejercer nuestra sexualidad en igualdad de condiciones
Y agrega: "Tenemos barreras físicas como los centros de salud o instituciones educativas y también falta de acceso a la comunicación, a la información y barreras actitudinales de las personas que rodean a cada mujer con discapacidad”.
A todas las mujeres, todos los derechos
“Existe toda esta cuestión de angelación, de llamarnos o vernos como nenas. La mujer con discapacidad nunca es mujer. Y una termina cayendo en ese lugar que te asignan. A veces es difícil no ir allí”, comenta María Teresa Baggi. Tiene 52 años, es psicóloga y trabaja de lo que siempre soñó.
Lo cuenta mientras sonríe. Es ciega y llegó a “Desear” cansada de escuchar frases como “Ay, mira si alguien que no ve va a tener hijos”: “Siempre estaba la broma entre nosotras, hasta que llega la repregunta. Preguntarse a una misma ¿qué pasa con la sexualidad de las personas con discapacidad? Hay una apropiación del cuerpo de la mujer que además ante determinadas actitudes podría ser aún más juzgada por la discapacidad”, agrega María Teresa.
“Tenemos que sacar los tabúes y miedos con los que nos han educado porque el miedo trae resistencia. Es fundamental la Ley de Educación sexual, porque la sexualidad forma parte de nosotros desde que nacemos hasta que morimos. Es motor de nuestras vidas y es importante saber y confiar. Hay que aprender a cuidar nuestros cuerpos”, agrega.
Victoria Echevarría tiene 39 años y trabaja hace 15 en la Subsecretaria de Inclusión para personas con discapacidad de la provincia de Santa Fe. Es militante feminista y forma parte de los Tiburones del Paraná, un grupo 400 personas que hacen travesías en el rio. Nació con tono muscular alto, elasticidad y movimiento involuntario y también con un muy buen humor.
Victoria afirma que la doble vulnerabilidad la siente y mucho: “Cuando iba a los boliches me miraban raro porque camino con dificultades y enseguida pensaban que estaba borracha.
También lo percibí intentando conocer a alguien porque llegaba el momento de contar que tenía una discapacidad y me dejaban de hablar o me preguntaban cuántas relaciones sexuales tuve a lo largo de mi vida. Entonces yo le respondía: «¿acaso vos las contaste?»”, y estalla en una risa contagiosa. Nombra ejemplos del día a día dónde reniega por la falta de compromiso ajeno: esquinas sin rampas o rampas mal hechas, escaleras sin barandas, bares que no tienen baños adaptados o peor aún con carteles que carecen de conciencia social y señalan: hombres, mujeres, discapacitados. Colectivos que arrancan cuando todavía no terminó de subirse o automovilistas que la apuran al cruzar la calle. La lista es larga.
Viky comenta: “Yo tengo la posibilidad de llegar a información y sé cómo hacer para que me respeten. Pero muchas personas con discapacidad, y más aún si esa discapacidad es psicosocial o mental, que no llegan a la información correcta, terminan siendo las más vulneradas. El cuerpo de la mujer con discapacidad es público. Nos tratan como niñas o no nos preguntan si necesitamos ayuda. Nos agarran en la calle para cruzar de una equina a otra sin preguntarnos”.
El cuerpo de la mujer con discapacidad es público; nos tratan como niñas
Victoria confiesa que gracias a su carácter no sufrió violencia médica, específicamente ginecológica, pero sabe de otras mujeres que lo padecieron. No las miran a ellas cuando le hablan, no las atienden si van solas e incluso han decidido tratamientos invasivos sobre sus cuerpos sin previa consulta, como la esterilización. Y trae a escena un concepto que ella considera clave: consentimiento.
Ana Muñoz tiene 44 años, es artesana y tiene discapacidad psicosocial. Por la pandemia y las restricciones, su actividad quedó en pausa y tuvo que reinventarse. En la actualidad cuida y acompaña a una señora mayor. “Me gusta pelear por los derechos de todas las personas con discapacidad, para que se cumplan. Hoy está todo muy difícil, sobre todo en el ámbito laboral, el cupo del 4% no se cumple”, afirma. Y apunta que "ser mujer con discapacidad es vivir doblemente vulnerada”. En la foto de perfil de Ana se la ve a ella con un mensaje escrito en su remera: “La vida no cabe en un diagnóstico”.
En Argentina viven 2 millones de mujeres con distintas discapacidades. Representan el 11% del género femenino en todo el país. Andrea Grassia, María Teresa Baggi, Victoria Echevarría y Ana Muñoz son solo cuatro historias de las tantas que existen. Mujeres con derechos y que frente al incumplimiento de ellos, optaron por alzar la voz y defenderlos colectivamente. Visibilizan lo que las atraviesa y eso incluye trabajo, salud, goce, deseo.
Tienen distintas profesiones, gustos y formas de expresarse, sin embargo las protagonistas coinciden en algo: el cambio social es urgente. Consideran que las barreras actitudinales a las que se tienen que exponer todos los días son las más difíciles de derrumbar porque no requieren de dinero, ni de leyes u ordenanzas sino de empatía, compromiso y respeto para un otro. “Desear con inclusión” invita a reflexionar y deja un mensaje claro: nadie es una discapacidad.