El rasgo más valioso del hombre es un sentido juicioso de qué no creer 

Eurípides

Independientemente de profesar una religión o no, resulta claro que las personas poseemos una dote de religiosidad en esto de sentirnos “religados” a distintos estamentos del quehacer humano, como puede ser el arte en todas sus facetas, o líneas de reflexión filosóficas y políticas, para citar algunos ejemplos. Estas actitudes entrañan una variedad de creencias con las que nos sentimos muy involucrados, que suelen denominarse ocurrentes.

Visto desde la óptica de la ciencia, no todas ellas equivalen a conocimiento, convengamos en que se trata de una condición necesaria pero no suficiente. Cuando nos proponemos “conocer” en realidad apuntamos a incrementar nuestro bagaje de “creencias auténticas”, vale decir ubicar las cosas en su justo lugar y dotarlas del sustento que brinda un conocimiento genuino y correctamente adquirido.

Desde esta perspectiva y dentro de los diferentes tipos de conocimiento proposicional, se halla aquel aportado por las ciencias fácticas donde se incluyen las biomédicas que mucho han contribuido al desarrollo de la Medicina. A partir de tal o cual problema, se formula una hipótesis (conjetura anticipada), de la que se deducen las consecuencias observacionales a ser contrastadas en el experimento o estudio clínico, que a la postre posibilitará refutar o corroborar el supuesto, en cuyo caso será aceptado.

Cuando las hipótesis sobreviven a reiterados intentos refutatorios, cobran más consenso e ingresan al terreno de “explicaciones robustas” con grandes chances de lograr “ciudadanía en la comunidad científica”; sin llegar a constituir leyes “ecuménicas” para todo tiempo, circunstancias y objetos pertinentes. La ciencia siempre ha estado abierta a planteos alternativos; es más, si no hubiera procedido así, muchos de los avances científicos no habrían tenido a lugar.

Aun cuando su objetividad resulta inalcanzable por cuanto quien lleva a cabo el estudio es un sujeto, que intenta ser lo menos subjetivo, lejos de darse por vencidos los investigadores siguen sometiendo sus ideas a la verificación de la experiencia. En un momento dado aparece el “estudio que abre una brecha”, el cual prosigue con una serie de ratificaciones sucesivas, sea a través de posteriores investigaciones o en el mismo mundo real, para ir trepando paulatinamente hasta proposiciones de generalidad creciente con un alto grado de probabilidad explicativa.

Se van consolidando zonas de gran luminosidad, de tierra firme, donde nos sentimos muy seguros con nuestras aseveraciones. También sobrevienen las estadísticas, muy útiles en esto de monitorear los riesgos a futuro y si se quiere hasta una ilusión psicológica de controlar el destino.

Todo ello visualizado como una empresa colectiva y supraindividual, libre de súper héroes. Algo así como una estructura impersonal que a la vez es la sumatoria de muchos esfuerzos individuales, gracias a la cual, conocemos mucho más que nuestros antepasados, y nos plantearnos interrogantes que antes no; en un contexto que por supuesto no es ahistórico ni valorativamente neutro.

Llegado a un punto donde la evidencia se torna consistente la hipótesis deja de someterse a ulteriores contrastaciones y el conocimiento sirve para favorecer el desarrollo de herramientas prácticas. En el caso de la medicina tiene que ver con pautas de control para las enfermedades... ¡hasta que un nuevo descubrimiento nos proporcione un instrumento mejor!

Como una suerte de transposición, estos desarrollos terminan instalando las creencias. Esto es un hecho ligado a la relación entre una proposición y el estado de cosas, también designado como “verdad por correspondencia”. ¿Pero a qué verdad nos estamos refiriendo? A la científica, que no tiene cabida para los acostumbrados dixit y se da de bruces con la arrogancia. Esta “verdad” que acarrea la fortaleza de su carácter aperturista y revisionista con un oído siempre atento a las disonancias que nos preservan de caer en las encerronas de lo aparentemente imperturbable.

Más aún si de enfermedades se trata, puesto que se hallan atravesadas por las historias del paciente, sus experiencias, cuerpo físico y emocional, que en su conjunto hacen a una asombrosa singularidad, donde una parte del padecimiento puede ser racionalmente descripto o explicado por la ciencia. Y es allí donde precisamente entra en escena para asistirnos con sus herramientas de conocimiento bien ganado y ayudándonos a la hora de efectuar recomendaciones poblacionales o adoptar una decisión clínica. Una instancia de elevada densidad óntica que representa el cierre de un proceso en el que todos los elementos son tomados en cuenta y sintetizados en torno a la pregunta final, “¿Qué recomendar? ¿Qué se debe hacer para este paciente en particular?”

La medicina como unidad de conocimiento teórico-práctico abocada a esa fracción nada despreciable de la realidad denominada enfermedad recurre entonces a una serie de elementos claves para hacer frente a la complejidad de cada situación: conocimiento, destreza, criterio, responsabilidad y prudencia, guiada por el omnipresente principio de cuidar cuya raíz latina de “coidar” está relacionada con “cogitāre” que alude a pensar, como acción imbuida de atención, esfuerzo y dedicación.

En este marco vino a golpearnos la pandemia, que por momentos nos retrotrae a algunas vicisitudes surgidas en los momentos álgidos de la infección por VIH. Entre tantos negacionismos solía afirmarse que la gente no moría SIDA, sino que enfermaba y fallecía a causa de alimentos contaminados con hormonas, gases cancerígenos de los automóviles, uso excesivo de antibióticos, tóxicos ligados a estilos de vida antinaturales, y agotamiento de la capa de ozono, todo en el marco de una aborrecible sociedad de consumo. Sin ánimo de restarle trascendencia alguna a esta suerte de fatalidad político-económico-social, cierto es que el VIH se las viene arreglando por sí mismo para hundirnos en la inmunodeficiencia. Aun así, muchas personas seguían aferradas a esa suerte de cerrazón cuya explicación, a mi modo de entender, radica en apartarse de la reflexión y aprensión requeridas para juzgar los hechos de una manera correcta.

Como un eslabón más en la larga cadena de padecimientos a los que ha estado expuesta la humanidad, la covid-19 también le calza el zapato de descreimiento en sus diversas manifestaciones. Ante esa escalada de enunciados antojadizos, se torna necesario un discurso basado en los argumentos que la ciencia puede brindar, sea desde lo aprendido a lo largo de situaciones con cierto grado de analogías, o del importante cuerpo de evidencia que se viene recolectando tras la identificación del virus en enero de 2020. Un esfuerzo mancomunado y globalizado de científicos que bregan por aportar respuestas sensatas y valiosas ante una amenaza que sin revestir un carácter calamitoso ha puesto al mundo en pausa, con todos los infortunios que de ello se desprenden.

Establecer conexiones entre eventos aparentemente disímiles, e interpretar la complejidad del mundo, ha sido desde siempre el propósito de la investigación; y a partir de dicho conocimiento lograr algún modo de intervención sobre la naturaleza y sus fenómenos.

Covid-19 pone a girar una vez la rueda del aprendizaje, y con ello moviliza la mejor actitud con que contamos para seguir creciendo como una sociedad de personas evolucionadas.

Características del conocimiento científico

 

*Es crítico porque trata de distinguir lo verdadero de lo falso.

*Busca justificar sus conocimientos, para lo cual se fundamenta en métodos de investigación y prueba, donde el investigador sigue procedimientos muy rigurosos.

*La investigación científica no es errática sino planeada.

*Su verificación es posible mediante la aprobación del examen de la experiencia.

*Estas técnicas evolucionan en el transcurso del tiempo.

*Es sistemático porque es una unidad ordenada, donde los nuevos conocimientos se integran al sistema, relacionándose con los que ya existían.

*Es ordenado dado que no es un agregado de informaciones aisladas, sino un sistema de ideas conectadas entre sí.

*Pretende ser objetivo o despojado de la mayor subjetividad posible.

*Es racional porque conoce mediante el uso de la inteligencia, de la razón.

*Es provisional porque la tarea de la ciencia no se detiene, prosigue sus investigaciones con el fin de comprender mejor la realidad.

*Su búsqueda abierta.

*Las explicaciones de los hechos son racionales, vía de la observación y experimentación.