Entre la desesperanza y la ilusión anda Pipo Marcogliese, el dueño del Bar El Escaramujo, el hombre que cuenta con orgullo que de recorrida por bares cubanos le pedían que tocara las canciones de sus amigos ilustres, los integrantes de la Trova Rosarina. Ese orgullo llena más el alma que la pena que le circunda, hija de las deudas que generó la pandemia, llena más que los alquileres imposibles y que el dolor de estar a punto de cerrar uno de los últimos espacios de la ciudad donde se puede hacer música en vivo.
Siempre lo movió el deseo de hacer música, cuenta su titular. Desde arriba del escenario o desde abajo, generando espacios para que otros la ejecuten. Pero ahora, uno de los pocos reductos para hacer música en vivo esta al borde del cierre definitivo. La ilusión aparece esporádicamente cuando los amigos le dicen que lo van a ayudar, que se está armando un concierto para apuntalar a todos los que se están cayendo desde hace un año y medio.
El nombre del bar lleva huellas de la música de Silvio Rodríguez, como la metáfora que lo ahorca desde hace un tiempo: "Esto es el sueño con serpientes, la mato y aparece una mayor", dice Marcogliese. Y describe: "El Escaramujo es una palabra de triple acepción. Refiere a un fruto de mar, a una flor (nuestra rosa mosqueta) y a la vez es un adjetivo que califica a los niños, no de manera peyorativa, pero apunta a o que no se sabe, a los primeros pasos del aprendizaje. Por eso en la canción dice: 'yo vivo de preguntar, soy un niño que pregunta, soy de la rosa y de la mar, como el escaramujo'"
La pregunta que nuclea a todos los empresarios (o titulares, porque no les cierra el mote de empresarios) del rubro es cómo salen de ésta: "Esto es producto de un año y medio de desgaste, en donde se rompieron todas las relaciones. Lo que sale un contrato nuevo en Rosario es tremendamente oneroso y no se pueden asumir después de tanto tiempo sin haber generado un centavo", explica Marcogliese.
Pipo siente que es un gestor de cultura, no un empresario. Es amigo de los músicos que formaron la trova rosarina, pero no solo de los que llegaron a Buenos Aires en los "Tiempos Difíciles" de los años 80, también de los que "cocinaron el caldo" para que ellos lleguen: "Lo que yo hice fue seguir con eso que uno mamó de chico, me crié en los bares y tugurios donde se hacía música. Yo no inventé nada", insiste para diferenciarse del empresario de estos días, que con dinero en las espaldas puede levantar un bar o poner un supermercado. Pipo necesita hacer esa diferencia.
Marcogliese estuvo al frente de la peña Los Bajos de Alvarado, Don López y Juan de la Cosa. Desde siempre su rol estuvo en hacer subir al escenario a los amigos y subir él cuando daba la ocasión: "Nunca fue un rubro fácil, pero hoy el problema es sobrevivir".
La Trova y su cocción
"Cristo de las redes, no nos abandones", canta subido al escenario que está a medio desarmar en un espacio de la charla interrumpida. Parece un pedido indirecto al Paraná que lo observa a unos doscientos metros de la puerta de acceso de El Escaramujo, cerrado con cadenas y candados. El canto se vuelve recuerdo y cuenta que "había un bar 'Saudades'en Entre Rios y Santa Fe", que los cobijo durante mucho tiempo. "Era una pocilga, pero iban todos: Fito, Baglietto, Adrián Abonizio; todos. Lo mismo en La Buena Medida, que ahora está muy lindo, pero no es el mismo bar. Esa movida era hermosa".
Así se da pie a su historia en el rubro: "Yo en el '85 abrí La Peña, que fue un poco rupturista en su momento, porque era un lugar tradicional de mucho folclore y nosotros empezamos a tocar músicas de Silvio, de Pablo Milanés. Fue un éxito inesperado, nosotros pusimos ese lugar para juntarnos a tocar la guitarra".
La caída
"En aquel tiempo, Rosario llegó a tener más peñas que Salta, pero se fue perdiendo por múltiples factores: en los '90 fue la Tinelización, nosotros subsistimos porque había gente que combatía eso y porque los alquileres no eran tan altos. Después llegó el avance edilicio a Rosario. Yo amo estas casas que tienen ángel", dice Marcogliese mirando el techo del espacio que le devuelve una imagen más sombría que la que supo mostrar.
En ese sitio ubicado en el origen de la calle Rioja funcionaba Viejo Rio. Allí, Pipo montó su espacio 16 años después (2013) del día en que entró por primera vez a esa casona, a refugiarse de la lluvia junto a su compañera de entonces.
"Todas estas casas con los edificios se empezaron a caer, el municipio cada vez nos pedía más requisitos, que no está mal si se trata de evitar accidentes y de impulsar que las reglas sean iguales para todos. Pero los costos son altísimos y eso deriva en que cuatro tipos terminan siendo los dueños de todo. Yo no estoy en contra del que tiene plata y la invierte en boliches, pero así se pierde la diversidad. Hoy ves Pichincha y todos los boliches son iguales, tienen todos el mismo corte, porque los dueños son los mismos. Repito, me gusta que se invierta en la ciudad, solo que el resto queda afuera y la riqueza está en la diversidad", apunta Marcogliese.
Cuánto de mítico tenía aquella Rosario y cuánto de eso queda en pie por estos días: "Yo conocí una rosario que es la que hoy pinta el mito. Lo mítico no tiene ese carácter en el momento en que se produce. Es algo que se advierte con considerable distancia", piensa.
"Te das cuenta de que esto no fue solo un mito cuando en Cuba y en Mexico, donde fuimos a tocar hace apenas unos años, nos pedían temas de nuestros amigos. Tuvimos que cambiar el repertorio porque nos pedían temas de Goldín, de Abonizio o de Fandermole. Yo les mandaba mensajes diciéndoles que se vayan para allá. Los cubanos se las sabían todas: Mirtha de regreso, Oración del Remanso, Sueño de Valeriana, todas", cuenta todavía asombrado.
El futuro
No se trata solo de un tema monetario, por supuesto que pesa, pero el momento que atraviesa la ciudad con sus problemas de inseguridad y sus valores revueltos empujan hacia otro lado. Así lo cree el dueño de El Escaramujo: "Rosario se puso muy fea, mi idea siempre será seguir buscando pequeños lugares para hacer música. Lo triste es que no sé si lo podré hacer acá".
Y agrega: "Tenemos que hacer algo con esto, más allá de lo que me pasa a mí, de que yo ya esté fundido y de que no tenga más chances. Es una pena que se pierda esta cosa tan rosarina, tan nuestra".
En tiempo de pujas electorales con poco vuelo, Marcogliese pide sentido común: "Algo se podría haber hecho, se tendrá que reunir el Concejo, podría haber declarado una emergencia cultural en Rosario y ayudar a ofrecer condiciones para trabajar. No estamos pidiendo limosna, necesitamos trabajar porque todos estamos destruidos. Los dueños de bares del casco histórico nos juntamos para buscarle la vuelta, pero necesitamos ayuda. Los músicos se están quedando sin lugar para tocar"
Marcogliese relató que hasta tuvo la idea de vender pizzas, llevarlas a domicilio y agradecerles con una serenata: "Pero ni siquiera se podía eso. Se lo propuse a mi cocinero pero no nos dejaron", dice.
Y agrega: "Yo trato de ser empático con aquellos que tienen un drama muchísimo mayor que el mío, hay quienes perdieron un ser querido, que la pasaron muy mal, también quiero serlo con el personal de la salud, porque les ha tocado el peor lugar, yo me solidarizo con ellos. Pero soy crítico de cómo la dirigencia ha jugado con el miedo. Se que no es fácil tomar medidas, pero yo me enojé mucho con la ministra cuando dijo que no se podía cantar, reir y bailar. Yo pienso lo contrario. Haber mantenido estos lugares abiertos, un poco de música, le hubiera aliviado el dolor a la gente.
Hubo un tiempo, los años 70, en donde el dolor no tenía nombre hasta que llegaron ellos (y muchos otros), los habitantes de esos bares que hoy se cierran o que ya no existen. No solo le pusieron palabras, las acompañaron con música. Y el dolor se transformó.