Este miércoles murió el represor condenado José Rubén Lo Fiego en el hospital de Ezeiza, donde estaba internado por los problemas de salud por los que había pedido la prisión domiciliaria que le negaron. Tenía 72 años y estaba condenado por delitos de lesa humanidad. Formó parte de la patota policial que operó en el ex Servicio de Informaciones de Rosario, en la esquina de Dorrego y San Lorenzo.
Lo Fiego falleció este miércoles a las 19.45 en el hospital de Ezeiza. Había pedido la prisión domiciliaria por su salud, pero en la última semana la Justicia se lo rechazó. El Tribunal Oral Federal de Rosario N°2 resolvió que el represor permanezca en la cárcel donde cumple las condenas por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico militar.
Conocido como “el Ciego”, Lo Fiego formó parte de la patota Feced (por el jefe de la Policía de Rosario en la dictadura) que secuestró, torturó, violó y mató desde el Servicio de la ex Jefatura, el centro clandestino de detención más grande de la provincia de Santa Fe.
Cumplía su condena a prisión perpetua en la Unidad Médico Asistencial del Complejo Penitenciario Federal II de Marcos Paz. Había sido sentenciado en marzo de 2012 por delitos de lesa humanidad en Rosario, en la causa Díaz Bessone o Feced 1. En octubre de 2014, sumó otra condena de 12 años en la causa Feced 2, y el año pasado una prisión perpetua más, en una histórica sentencia del TOF 2.
En esa causa ("Ramón Telmo Alcides Ibarra y otros"), los acusados fueron encontrados culpables por delitos de homicidio agravado, privación ilegal de la libertad, imposición de tortura agravada, abuso sexual y asociación ilícita.
El Tribunal Oral Federal (TOF) 2, integrado por la jueza Lilia Carnero y los jueces Aníbal Pineda y Eugenio Martínez, señaló que los crímenes cometidos en el ex Servicio de Informaciones por los condenados “además de configurar la categoría de delitos más severamente penados en el orden jurídico internacional, constituyeron una de las etapas más oscuras en la historia de nuestra República, absolutamente descalificables desde el plano moral, ético y humano, contrarios a los principios e ideales que inspiran y fundan a toda sociedad civilizada”.
Los jueces dejaron también como reflexión “una autocrítica como sociedad, por haber permitido que se llegase a tal extremo de barbarie e irracionalidad, para que en el futuro no se repita esa tragedia”.