Tereré. Agua fresca, gaseosas. Cerveza helada. Los vendedores ambulantes ofrecieron líquido toda la tarde para aguantar la espera. Algunos guapos se animaron al mate. Este jueves 27 de febrero hizo mucho calor en el Parque Nacional a la Bandera y el presidente Alberto Fernández se hizo esperar.
“Sabía que retrasaba todo esto, pero ellos me necesitaban más que ustedes”, se disculpó, enojado. Se refería a los padres de Carlos Orellano, el joven encontrado muerto en el río Paraná. Una víctima más de una ciudad que arrancó el año con mucha violencia.
En lo que va del año se registraron 43 homicidios en el departamento Rosario, sin contar la muerte de Orellano, el cuerpo descuartizado de una mujer en el arroyo Saladillo ni el niño calcinado en un basural de Empalme Graneros que no entran en la lista al tratarse todavía de casos dudosos.
Fernández visitó Rosario por primera vez como presidente para el 208º aniversario del enarbolamiento de la bandera nacional por parte de Manuel Belgrano. La última vez que visitó el Monumento Nacional lo había acompañado su ahora vicepresidenta, Cristina Kirchner y fue para el cierre de la campaña electoral. El Monumento estaba colmado de gente, una postal bastante distinta a la de esta tarde, sin el arrastre de Cristina.
En aquella ocasión, el escenario estaba justo debajo de la escultura de la Patria Abanderada. Esta vez, el escenario se montó al lado de la flamante escultura de Belgrano, de espaldas al río, a metros de donde hallaron a Carlos. Carlitos. “Bocacha”.
Fernández recibió a los Orellano poco antes de comenzar el acto. A las 18.50 se vio salir de la reunión a Edgardo, el papá. Detrás suyo, su esposa, sostenida entre dos mujeres, llevaba la foto de Carlos en el pecho y la cara desencajada. El grupo siguió camino de regreso a Ming, el boliche al que había salido a bailar "Bocacha" el lunes pasado y del que nunca más volvió.
El presidente se subió al escenario cerca de las 19 (el acto estaba previsto para las 18.10). Lo acompañaron el intendente de Rosario, Pablo Javkin; el gobernador de Santa Fe, Omar Perotti; la vicegobernadora Alejandra Rodenas; el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; y los ministros de Educación, Nicolás Trotta; del Interior, Wado de Pedro; de Cultura Tristán Bauer, y de Defensa, Agustín Rossi, artífice del encuentro.
Fue el “Chivo querido” –así lo presentó Fernández– quien propuso que los trabajadores del astillero Tandanor inmortalizaran a Belgrano en más de 700 kilos de chapa naval.
Los discursos fueron breves. Pero contundentes. Y encendidos. Sobre todo el del jefe de Estado, al que se lo escuchó furioso, como pocas veces. Quizás a efectos de la charla previa con los padres de Carlos.
A los gritos, dijo que “sabía” lo que pasaba en la Policía de Santa Fe. Que “sabía” lo que pasaba en la Justicia de la provincia.
A los gritos, prometió “castigo” para los culpables de tanto delito.
Y a los gritos, anticipó que a su regreso a la ciudad, el 20 de Junio para el Día de la Bandera, “los rosarinos iban a tener muchas respuestas del gobierno nacional al problema de la inseguridad” pero que ese día todos los santafesinos tenían que ir a Rosario “a mostrarle al crimen organizado” a quién tienen enfrente.
O a reclamarle, a los gritos, al presidente.