De qué vale el golpe, el dolor asociado a una herida profunda, si no deja un aprendizaje; si la cicatriz se ignora al punto de volver a abrirse, una y otra vez de otras maneras, con otros golpes, distintos pero no tanto. Qué significó y qué significa hoy el Triple Crimen de Villa Moreno del que se cumplen diez años en este inicio de 2022, cuando la violencia, las balaceras, la complicidad policial y de los lavadores de saco y corbata reaparecen como un eco que escupe otros nombres.
“Creo que aprendimos que entre el homicidio o la balacera en el extremo oeste de la ciudad y las oficinas lujosas de los financistas y desarrolladores inmobiliarios hay muchísima menos distancia de la que se suponía. Y que cortar ese flujo del lavado es imprescindible para dar un golpe certero a la circularidad de la violencia. En definitiva, que es imposible abordar la violencia sin abordar la desigualdad y viceversa”, analiza Pedro Salinas, que antes de ser concejal por Ciudad Futura fue (es) militante del Movimiento 26 de Junio que integraban Jeremías Trasante, Claudio Suárez y Adrián Rodríguez, de 17, 19 y 21 años, los tres asesinados la madrugada del 1° de enero de 2012.
La banda narco liderada por el Sergio “Quemadito” Rodríguez ejecutó a los tres jóvenes de Villa Moreno "por error" en la canchita de fútbol de Dorrego y Presidente Quintana. La primera versión policial de esa masacre (o tragedia) que llegó a los medios fue la de “ajuste de cuentas”, término que sugiere una acusación sobre las víctimas, una presunción de culpabilidad de algún delito previo, algo que agravó el dolor de los familiares.
“En ese momento, el Triple Crimen significó exactamente lo que pretendíamos y por lo que tanto luchamos: un punto de inflexión. Creo que generó eso, un sacudón a la modorra e indolencia generalizadas que se cifraba en la nomenclatura del «ajuste de cuentas», una traducción más elegante pero a la vez horrenda del «se matan entre ellos». Esmerilar ese sedimento, alterar un poco esa quietud, fue fundamental para mostrar que distintas estructuras de poder, estatales o no, por acción u omisión profundizaban ese páramo de muertes e indiferencia. Que los medios titularan «ajuste de cuentas» tenía implicancias, que el Poder Judicial esclareciera menos de la mitad de los homicidios tenía implicancias, que el Ministerio de Seguridad se dedique con fanatismo a tumbar bunkers que abrían al día siguiente y nunca a indagar dónde iba esa plata o reformar estructuralmente la Policía tenía sus implicancias”, recuerda Pitu Salinas
“Todo eso junto –sigue el edil que integra la comisión de Seguridad–, mixturado y acompasado tenía implicancias, y era que las cosas sigan estando exactamente como venían. Creo que el Triple Crimen, la propia historia de los pibes, el testimonio de sus familiares y la movilización incesante alteraron todo eso, y pudimos ofrecer otra perspectiva de entendimiento para lo que sucedía en Rosario. La propia causa judicial y su desenlace fueron la certeza de que estas cosas se podían abordar de otra manera. Pero como lo dijimos en 2014 tras la lectura de las sentencias, todo eso que hizo y logró un barrio, los familiares de los pibes y el Movimiento, esperábamos que fuera atesorado y valorado como una hoja de ruta por las distintas instituciones y poderes del Estado. Y lamentablemente eso no pasó”.
Aquel 2012, cuando la organización social convocaba a marchas para pedir justicia reclamaba: “La problemática estructural del narcotráfico resulta inabordable si no se atiende al manto de complicidades que lo recubren, especialmente en lo que respecta a las complicidades policiales con este negocio”.
Mucho después, en diciembre de 2014, con el final del juicio, llegarían las condenas a los responsables materiales de esos crímenes y el desahogo de los familiares, compañeros y compañeras de Jere, Mono y Patom. Pero una lesión de ese tipo no se cierra en los cinco minutos de un fallo. Ya anidaba en ese 2012, la violencia que se desataría en 2013 con la guerra entre bandas narcos, y la Policía invitaba al Estado a la trampa de dar batalla con armas del enemigo. La narcopolicía.
“No estoy muy seguro de qué significa hoy –retoma Salinas–, tengo una sensación persistente cifrada en el recuerdo del momento de la lectura de la sentencia: esos cinco minutos condensaron años y años de dolor y de lucha, y así y todo, ofrecieron algo así como un impasse, un recorte de tiempo y espacio en el que verdaderamente era posible soñar con una ciudad distinta, menos propensa a naturalizar la desigualdad y la violencia. Hoy, ya a diez años, una interpretación posible es que las instituciones del Estado no estuvieron ni siquiera a la altura del significado profundo de esos cinco minutos”.
–El año 2021 otra vez la ciudad superó los 200 homicidios, casi todos en los barrios de la periferia, ¿qué aprendimos como ciudad si aprendimos algo en estos diez años?
–Es difícil no confundir “qué aprendimos” con “qué querría uno que se haya aprendido”. Y me es imposible no pensar en el Edu Trasante (asesinado en julio de 2020) en esto. La secuencia desde el Triple Crimen hasta salir a luchar por justicia para el que peleaba por justicia, llevar la foto del que cargaba las fotos, es casi una invitación al desconsuelo. Y es también muy gráfico de la degradación y el nivel de criminalidad mafiosa que campea en esta ciudad. Si uno se fija en cómo se abordó la investigación del asesinato del Edu, está tentado a decir que, lejos de haber aprendido algo, la acusación pública desaprendió una década entera.
Así y todo creo que poco a poco, a fuerza de una prédica constante de distintas voces comprometidas y la contundencia de algunos hechos episódicos, se va consolidando una interpretación que conjuga y no disocia el estremecimiento por el ruido de las balas con el más sigiloso pero infernal universo del lavado de dinero. Creo que aprendimos que entre el homicidio o la balacera en el extremo oeste de la ciudad y las oficinas lujosas de los financistas y desarrolladores inmobiliarios hay muchísima menos distancia de la que se suponía. Y que cortar ese flujo del lavado es imprescindible para dar un golpe certero a la circularidad de la violencia. En definitiva, que es imposible abordar la violencia sin abordar la desigualdad y viceversa.
Me acompleja pensar que aún no hayamos aprendido que si no hacemos algo pronto y decididamente con este problema, no va a quedar demasiado tiempo para hacer nada.
–Con ese camino trazado, ¿qué lectura hacés de la situación actual de violencia, el rol de la Policía y las causas contra el lavado que implican a empresarios?
–Creo que muchas veces a la complejidad que de por sí tienen determinados fenómenos, se les agrega una capa más de complejidad impostada porque en el fondo se le teme al sentido común. Las balaceras y homicidios, el rol de una Policía tan degradada y desfasada que ya no puede regular ni siquiera el crimen más ramplón, el avance o no de las investigaciones contra el lavado, son todo parte del mismo problema. A esta altura, a nosotros nos gusta sintetizarlo en una frase: “Mafias o democracia”. En esto último reside un problema muy grande de una complejidad bastante precaria: creer que esto se resuelve impostando una actitud de sheriff, o confiándolo todo a la megalomanía y egocentrismo de algún mesiánico.
Lo complejo es entender que en la parte que se opone a las mafias, la democracia, entra más gente que uno mismo y los que te sostienen la prédica. Que las condiciones de posibilidad para avanzar en serio contra el lavado, contra la violencia urbana, de llevar adelante una reforma policial, van a estar dadas por la capacidad de conjugar los esfuerzos y las miradas de todos los espacios de la sociedad y la política que estén dispuestos a ello. Porque para llevar adelante y sostener esa faena se requiere de muchos, y sobre todo de generosidad. Eso no abunda, y lo que tampoco sobra, precisamente y a diez años del Triple Crimen, es el tiempo para empezar a hacerlo.