Las sociedades avanzan al ritmo de las ciencias y la tecnología, y en el camino va mutando el requerimiento de oficios específicos, que muchas veces, si no se reformulan, desaparecen. Un claro ejemplo se puede ver en los faroles que aun iluminan las calles: durante siglos las sociedades vivían a oscuras cada anochecer, hasta que fueron iluminadas por los faroleros que encendían uno por uno cada farol a base de aceite de kerosene, con un palo encendido.
Pero a fines del siglo XIX el mundo se quedó sin faroleros, porque se iluminó con las redes eléctricas, y con un click, dejaron de necesitar el encendido manual y artesano. Como los faroles ya reconvertidas al sistema eléctrico, desaparecieron las operadoras que conectaban llamadas telefónicas con su destinatario, y con las computadoras desaparecieron las máquinas de escribir, por lo que sería difícil encontrar un reparador que aun tenga los repuestos, además de su uso, que ya es obsoleto por quedar fuera del mundo virtual. Los cobradores de los clubes sociales y deportivos que visitaban a los socios una vez al mes ahora trabajan desde las oficinas, porque ya muchos socios se bancarizaron y pagan las cuotas por transferencia.
En la industria cinematográfica ya no se realizan postproducciones a base de rollos revelados, porque ahora todo es digital, y el laboratorio Cine Color, último en América Latina, cerró en 2016. Similar es el cambio en las costumbres familiares de imprimir álbumes de fotos. Aunque persisten varias casas de revelado para los que siguen decorando con portarretratos o que quieren un álbum familiar de casamiento, los 15 o el nacimiento de un hijo.
Hace medio siglo ya que los edificios adaptaron sus ascensores con puertas más seguras y botones automáticos, y en Rosario los cinco ascensoristas que operaban en el engalanado Palacio Minetti, fueron los últimos en llevar gente, para pasar a ser porteros, otro oficio que pugna por no desaparecer.
Las joyerías aun cuentan con el servicio de reparación de reloj pulsera, a pesar de que ahora cualquiera tiene acceso a la hora exacta con mirar una pantalla de su celular o computadora. Y los ciudadanos más avanzados en las nuevas tendencias, no solo buscan la hora en su reloj sino que también miden su presion arterial y su calidad de sueño con el Smart Watch, entre otros datos de historia clínica.
Los objetos y electrodomésticos también fueron modificados en la calidad de su materia prima, ya que en la Industrialización se producía bajo el concepto de un objeto que dure décadas, como la famosa heladera Siam, mientras el concepto del consumo de alta rotación ahora conlleva que sea usual un cambio de aparato celular cada dos o tres años.
Bajo ese cambio de paradigma, en Rosario dejó de existir un famoso arreglador de paraguas, cuyo local se encontraba en Rioja y Entre Ríos. Los paraguas no son más creados para una larga vida útil, y es más probable que al romperse, su dueño opte por tirarlo y comprar uno nuevo.
Hace décadas, en el colectivo había dos oficios, además del chofer. Voceros de prensa de Movilidad municipal precisaron: “Por un lado el llamado 'guarda', que es quien cobraba y entregaba los boletos. Por el otro, el inspector a quien apodaban 'Chancho', y subía a las unidades a corroborar si cada pasajero había pagado y picaba el boleto o tarjeta con una agujereadora”. Actualmente los inspectores continúan trabajando, aunque con un aparato digital, y el apodo también quedó en la historia.
El historiador Rafael Ielpi, consultado sobre sus apreciaciones en torno a los oficios ya extintos, planteó que algunos de ellos se siguen necesitando hoy en día. Para él, el problema fue en el cambio de currícula: “Se ha perdido gran parte de la educación técnica, por el cambio del plan escolar nacional, cuando en los '90 se decidió provincializarlos. Y las escuelas técnicas que continúan funcionando, también dejaron de enseñar algunas especialidades”.
De esta forma se fue perdiendo el oficio de torneros y matriceros, y que según advirtió, siguen siendo necesarios: “Yo siempre me pregunto, con las calesitas que hay funcionando en la ciudad, ¿quién las arregla si se rompen?”.
Por otro lado, apreció en torno a otros oficios, mas de rebusque que de técnica: “Pienso que se ha perdido el cuentapropismo callejero. Las conocidas 'changas'. El afilador llegaba con su bicicleta y yo así afilaba mis cuchillos. Me enteré que el de mi barrio se jubiló , y ya no quedó ninguno más. Y como esa, se dejaron de hacer muchas changas en la pandemia. Algunos no volvieron, quizás por la inseguridad”.
Las locomotoras a vapor dejaron de prestar servicio cotidiano hace unos 50 años, ya que las actuales son diésel-eléctricas. Es por eso que varios roles específicos de ferroviarios, como caldereros, ajustadores y foguistas son considerados oficios extintos.
“Y lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana. Así como cambio yo, en esta tierra lejana. Cambia, todo cambia”, dice un fragmento de la canción del autor chileno Julio Numhauser, afamada por la interpretación de Mercedes Sosa. Los ejemplos son incontables. Los oficios mutan al calor de la época bajo muchos factores, principalmente de usos y costumbres, avances tecnológicos, y por qué no, en cambios de mentalidades, si pensamos en el fin de los peleteros, con el cambio en la industria de la moda respecto del uso de tapados de animal.
Fabián, el último lustrabotas del microcentro
Fabián Ruiz viaja desde su casa en barrio La Cerámica al centro cada día con su banquito y su neceser de madera, con los frasquitos de crema, una riñonera y un gorrito para protegerse del sol. Pero es muy poco el trabajo. Es el único lustrador en el centro, desde hace como 10 años. Antes se lo solía ver a un costado junto a los locales en la peatonal Córdoba y Entre Ríos o alguna aledaña, pero ahora su corredor son cuatro bares por calle Sarmiento, para no tener problemas con los agentes de control municipal.
De lunes a viernes Fabián lustra los zapatos de cuero de decenas de rosarinos desde sus nueve años, hace treinta años ininterrumpidos. Tenía cuatro años cuando comenzó a trabajar en las peatonales, donde por entonces vendía aspirinas y curitas o abría los taxis.
Empezó el oficio de lustrar zapatos y botas aprendiendo de sus hermanos mayores, pero ellos continuaron por su lado, uno como chef y el otro electricista. El ultimo tiempo Fabián también sumó limpiar vidrieras, ante la merma de clientes desde la pandemia, ya que “mas gente dejó de ir al centro para trabajar en remoto”, sumado al cada vez menor uso de zapatos de cuero.
“Antes de la pandemia eran 60 lustradas por día, pero estos últimos años son 10 o 12, y vuelvo a casa con unos 6 mil pesos en el bolsillo. Eso es muy poco, porque tengo tres hijos y un cuarto en camino”, contó con pesar, en diálogo con Rosario3.
Sobre su ordenada rutina de cada día narró: “Comienzo a las 7.40 de la mañana en los bares por Sarmiento. Suelo quedarme hasta las 12.30 en El Cairo, y me voy cuando la gente llega para almorzar, para no molestar. De ahí me voy a otros bares, como Calabaza en la esquina de San Lorenzo, y otros dos en la esquina con Urquiza. Termino a las 14.30 y me vuelvo a mi casa en colectivo”.
Antes trabajaba con betún de judea. Ahora usa una crema que se llama crema Arola para cueros, que asegura, “es mucho mejor”. Entre las opciones enumeró: “Hay incoloro, negro, azul, marrón claro, marrón militar y chocolate”.
Algo que es clave para Fabián es la confianza en el vínculo con sus clientes, que lo conocen desde hace tiempo: “Donde voy me quieren y me conocen. Me gusta mucho lo que hago. Lástima que cada vez hay menos trabajo. Debo tener 50 o 60 clientes semanales. Ellos me conocen, entonces cuando entro en los bares me van llamando. Por suerte siempre alguno me invita un café con leche, y ese es mi almuerzo”.
Hasta la merma de la pandemia, el lustrador Fabián tenía como clientes a gerentes de los bancos, abogados y escribanos. Esto cambió mucho su realidad: “Los perdí porque ahora se ve que trabajan más desde sus casas, y solo vienen al centro a algún trámite eventual. Y no hay más gente que use zapatos de cuero, por eso me puse a limpiar los vidrios también”.
Además de ir a los bares que amablemente le permiten entrar a “ganarse el mango”, Fabián destacó que está dispuesto a realizar lustradas a pedido, con llamar a su celular para coordinar (341 521 2668). Finalizó asegurando: “A mí lustrar me encanta, lo que pasa es que ya no me piden tanto, y las vidrieras me suman para llegar cada día”.
Los bicheros y herreros del último zoológico de la ciudad
El Zoológico de Rosario cerró el 31 de diciembre de 1997 por decisión del entonces intendente Hermes Binner, que ya planeaba el Tríptico de la Infancia junto a Chiqui González en su lugar de propuesta pública a los más pequeños.
Hasta aquel último día del año, en el Zoológico trabajaban los llamados “bicheros”: empleados municipales que construían un vínculo con los más de 800 animales. Había tigres de Bengala, pumas, osos pardos y osos meleros, ovejas de Somalia, ciervos axis blancos y marrones, coatíes, zorros, tortugas de agua, aves, águilas, caranchos, chimangos, monos carayá, caí, y tití, búhos ñacurutu, gansos, patos, yacaré, jotes (cuervos gigantescos), pecaríes, y un jabalí.
Beba Linaro es la creadora de la reserva de animales silvestres Mundo Aparte y es artista plastica. Pero hace 25 años era la directora del Zoológico de la ciudad. Ella detalló a este medio sobre el rol clave de los bicheros: “Era todo un oficio: conocían cómo se sentía el animal ante cada visita o situación. Entendían los gestos, si ponían las orejas para atrás o para arriba o caídas, no estaban en confianza”.
Era tal la importancia del vínculo entre el bichero y el animal, que cada vez que alguien se iba a tomar vacaciones, desde 15 días antes su bichero ingresaba en la jaula junto a otro bichero para que el animal entre en confianza y reconozca a quien lo va a reemplazar. “Para cualquier medicación o vacuna que se planifique colocar, el bichero debía trabajar varias horas antes del veterinario, para que el animal se sienta seguro”, ejemplificó Beba.
A Beba tras el cierre le ofrecieron trabajar en el Tríptico de la Infancia, pero ella prefirió comenzar a gestar Mundo Aparte, a partir de la experiencia que recabó tantos años, pero ya bajo el concepto opuesto al de un zoológico: “Los animales no están para divertir al hombre, sino que nosotros somos parte de ellos”.
El zoológico pertenecia a la Secretaría de Promoción Social. Como en todas partes del mundo, hasta esa época, era visto como un lugar de divertimento para los ciudadanos, no se pensaba en el derecho animal. “El mundo fue cambiando y se entendió que los animales no están al servicio del hombre, pero hasta entonces, los animales debían estar a la vista del público en el horario de visitas, mientras que ahora entendemos que si el animal no quiere dejarse ver, hay que respetarlo”.
A los bicheros se sumaban el veterinario y los herreros artesanos, que mantenían las instalaciones y hacían “obras de arte con las jaulas”. Y finalmente estaban los guarda-zoo, que eran jóvenes vinculados a la Asociación Amigos del Zoológico que organizaban eventos para juntar fondos económicos para su mantenimiento, ya que no tenía demasiado presupuesto.
Los herreros “tejían” cada jaula en el mismo espacio con alambre de acero. “Era un trabajo manual y dificil. Y dejaban hechas verdaderas obras de orfebrería. Soldaban cada rotura y después pintaban cada jaula para que se camuflara con la naturaleza”, destacó.
Finalmente Beba destacó sobre el destino de esos animales: “Apoyé el cierre porque los zoológicos debían dejar de existir, pero fue muy mal organizado. Me opuse a ese modo, pero se llevaron a todos los animales de golpe. Las aves que llevaron al Bosque de los Constituyentes, por lo intempestivo, se calcula que unos 600 fallecieron. Algunos se iban a la autopista y eran arrollados, otros no sabian descender al lago con los badenes que tenía”.
Los estibadores, de la bolsa de arpillera al manejo de grúas en el puerto rosarino
Abierto desde 1850, el Puerto de Rosario es uno de los más importantes de Latinoamérica, desde el cual se exportan granos, y se exporta e importa todo tipo de productos. Y aunque casi dos siglos distan de su apertura, sigue teniendo estibadores, si se piensa que su función es técnicamente la carga y descarga de esos productos.
En los puertos del mundo, y esta ciudad portuaria no es excepción, los estibadores levantaban las imprtaciones y exportaciones en bolsa grandes de arpillera. Un trabajo físico extremo que en la actualidad se consideraría explotación.
Ya desde hace décadas, los estibadores manejan grúas en vez de levantar las bolsas. Se perfeccionó el oficio con capacitaciones para que adapten sus tareas a las nuevas tecnologías, y así lo explicó el ingeniero el Enapro, Matias Palma: “Si bien el oficio de estibador continúa teniendo cierto grado de esfuerzo físico, por ser un trabajo a la intemperie junto al río, y con las inclemencias del clima, desde hace años dista mucho de las tareas de trabajo forzado que hacían los primeros estibadores, que transportaban cada bolsa de arpillera. El famoso 'hombrear bolsas' que le siguen diciendo.
Explicó que en este oficio, “el mayor salto de modernizacion fue hace unos 80 años con el contenedor, que llevó a los estibadores a manejar grúas, autoelevadores, cintas transportadoras y torres de noria. Para lo cual comenzaron entonces a ser capacitados en cada avance de la tecnología”.
Antes, cada carga se manipulaba en función del tamaño y peso del producto que lleve, mientras ahora con una misma grúa se carga cada cargamento completo en el contenedor.
A esto el ingeniero agregó: “Desde que existe el contenedor, creado en la decada del '60, con crecimiento exponencial en los '80 y '90, el transporte maritimo creció mucho mas, por ser una economia de escala. Cada contenedor tiene 400 metros de largo, y facilita el traslado de mercadería por mayor”.
Las tareas de los estibadores cambiaron al punto de que “antes para cargar un buque se necesitaba de cinco a diez veces más cantidad de estibadores que ahora”, ya que las cargas en contenedores antes de la decada del '50 eran mas pequeñas. Punto a sumar es el cambio en la vestimenta para las medidas de seguridad: cuando antes vestían ropa común y sombreros para protegerse del sol solamente, con los años se sumaron los elementos de seguridad obligatorios como cascos, lentes especiales, botas y chalecos fluorescentes.
El ingeniero evaluó en torno a los cambios de época: “Pasamos de un puerto de mucha mano de obra en muelle y plazoleta a uno con poca mano de obra”. Y diferenció con el avance de la tecnología portuaria en China y en Rotterdam, donde ya existen las terminales completamente automatizadas, sin ningun estibador: “Hay solo una persona en los controles que vaya observando cada transporte de los contenidos de cada carga. Ese es un paradigma de algo que puede llegar a ocurrir mundialmente, pero aun falta mucho que llegue a este país esa tecnología. Ya existen los buques sin tripulacion, pero aun en etapa de pruebas”.
El transporte de carga por vias navegables es algo que se fue modificando pero que, aseguró, no va a desaparecer porque “fue creciendo con la industrializacion y luego con el capitalismo, y hoy maneja el 80 por ciento de los productos por el mundo entero. Se trata del primer transporte de la historia, anterior a la invención de la rueda, y sigue siendo el principal”.
Subí que te llevo: los últimos ascensoristas de la ciudad
Los edificios de la ciudad son desde hace tiempo con botones electrónicos y memoria incorporada. Pero hasta hace unos pocos años persistía un oficio amable. El de una persona que manipulaba una palanca en los elevadores de rejas “tijera”, en los edificios más antiguos de la ciudad. Se puede decir que con la pandemia se extinguió este oficio que aún tenían tres de los los edificios más emblemáticos de la ciudad.
Este medio rastreó a los varios ascensoristas de la antigua tienda La Favorita, reabierta en junio pasado, pero desde la familia García (que ahora alquila el predio a un consorcio de empresas locales) negaron tener contacto con alguno. El más afamado ascensorista de la tienda fue Misael Junco, quien falleció hace poco tiempo, y trabajaba en uno de los ascensores que daba hacia la peatonal. En la cuenta Rosario en el Recuerdo de Facebook, varias veces sus usuarios recordaron a Misael con cariño. Se reproducen dos conversaciones en comentarios de las fotos antiguas de aquella tienda polirrubro:
–El ascensor inmenso tenía a una persona que lo operaba, y te iba diciendo las secciones de casa piso.
– Morocho, pelado, amabilísimo
– Siiii muy simpático!
– Era mi shopping de chica y adolescente. qué amabilidad había en sus vendedores! hasta hace unos años atrás trabajó el señor del ascensor.
– Es verdad. Lo recuerdo alto y muy atento, siempre hablaba de sus hijas mellizas.
– Creo que el apellido es Juncos y le decían “el chino”. Alto, calvo, de lentes, muy atento.
– Si es verdad era Junco. Mi Mama y mi abuelo trabajaron en la Favorita.
Cuando la tienda pasó a manos de la chilena Falabella, los ascensores dejaron de tener encargado o encargada, para pasar a ser de botones automáticos, que manipula cada cliente. Cabe recordar sobre ellos la pequeña banqueta junto a la palanca, que se plegaba a la pared, y era usufructuada por sus ascensoristas para descansar de tantas horas de pie.
A solo tres cuadras de La Favorita, se encuentra en el majestuoso Palacio Minetti. Ese edificio Art Decó marmolado de diez pisos cuya torre es custodiada por la escultura de dos mujeres de bronce (popularmente señaladas como “las mellizas”), abrazadas a las alturas sobre la coqueta peatonal Córdoba. Gustavo trabaja allí desde hace 21 años. Fue contratado como ascensorista, por lo que nunca pensó que su principal tarea, la de llevar y traer oficinistas y transeúntes en el elevador, un día se iba a reconvertir.
Durante 18 años, disfrutó ser encargado de manipular la palanca hacia un extremo o el otro. Pero desde el regreso presencial pospandemia, el consorcio del Minetti decidió que no viajaría más en elevador, para pasar a ser encargado de edificio, así como también los otros cuatro ascensoristas junto a él.
También en pandemia dejó de haber ascensoristas en el Palacio de la Oportunidad. Sus dos elevadores antiguos (pero con botones) dejaron de ser de uso masivo de clientes, porque se construyeron otros dos muy grandes y automáticos en otro sector, precisó su encargada, consultada por este medio. Y así la ciudad dejó de tener ascensoristas. Un oficio más en el recuerdo.
S fuera por Gustavo, volvería a las subidas y bajadas, aseguró, y recordó con complacencia: “Éramos cinco porteros en tres turnos, y un mayordomo que era el que llevaba el control de todos, más el de limpieza y el electricista. Si tengo que elegir volvería totalmente al ascensor, porque uno charla con la gente más de cerca, y es lindo manejar la palanca, ya le tenía el tiempo para saber cuándo frenarla”.
Sobre lo que significaba ser ascensorista, dijo: “El vínculo con las personas era cercano. Conocía a todos, y a la vez llevaba el control de los que entraban y salían, consultando a qué piso iban. Era una comunidad, te haces amigo de la gente que viene. Ahora sigue un poco así, pero mucho menos desde el escritorio de recepción”.
Los tres del Palacio Minetti son ascensores veloces: suben los diez pisos en 30 segundos. Gustavo recuerda: "Si movías la palanca hacia la derecha subía, y hacia la izquierda, bajaba, y al medio se frenaba. Le agarrábamos la mano para frenarlo a nivel, a veces hasta competíamos para ver quién frenaba más al ras de cada piso. Incluso antes era un poco más rápido que ahora, y tenía dos velocidades posibles”.
Ya a mediados de 2019 hubo un cambio: el consorcio decidió modificar los motores antiguos e inhabilitar la palanca, y se reconvirtieron los botones con memoria, y así, los últimos seis meses de los ascensoristas fueron sin palanca, la esencia del elevador. “Durante los meses de la pandemia no podíamos venir, y recién cuando nos reintegramos supimos que dejábamos de trabajar en los ascensores y pasamos a ser porteros”.
El Palacio Minetti es verdaderamente una eminencia. Un edificio de 1930 revestido de figuras de bronce y mármoles de muchos colores que es patrimonio de la ciudad. Además de oficinas de todas las profesiones y oficios, recibe seguido a estudiantes de arquitectura, de historia y turistas a visitar sus pisos y cada recoveco.
Entre sus curiosos usos ya caducos, aun es decorado con un enorme buzón de bronce en la entrada, que antaño recibía las cartas que necesitaban enviar al correo desde las oficinas, por un tubo interno a las paredes.
El frente de los tres ascensores es una gran obra de arte horizontal, de bronce con vitreaux de colores y transparentes, fundidos con plomo. Cotidianamente un artista mantiene los vitreaux cuando se aflojan, los limpia y los repone, y el mantenimiento específico de las máquinas está a cargo de Otis, la misma empresa que los creó allá por los años '30.
Ahora cada tanto surge algún visitante que no se anima a subirse solo, y en Gustavo sigue la vocación, así como el gustito del servicio, y los lleva como en las viejas épocas. Fue consultado sobre sus nuevas funciones como encargado del edificio: “Sigo recibiendo a los asistentes, recibo correspondencia, realizo mantenimiento y limpieza. La gente te habla mientras espera el ascensor, no te aburrís nunca porque acá entra y sale gente todo el tiempo. Y como conocemos a muchos de los que vienen todos los días, buscamos sacarles una sonrisa si les detectamos un mal día”.
El cambio de los porteros: de "abrir la puerta" a profesionalizarse para resolver de todo
Actualmente son 2100 los encargados aproximadamente, agremiados con sede en Rosario, Santa Fe, Venado Tuerto, Casilda y Rafaela. Hasta hace unos años eran multitudes, ya que cada edificio tenía su propio “portero o portera”, término con el que se mencionaba a los encargados de edificios integrales. Un concepto que se relacionaba con las costumbres de esa época, de “esperar a los vecinos en la puerta”.
Hace tiempo dejó de ser así, según explicó Claudio García, referente de las relaciones institucionales de Suteryh, el gremio de los encargados de edificios integrales. “Porteros son los timbres de la entrada”, vale la aclaración del referente, aunque no necesariamente en todos los casos se siente como un término peyorativo. Será cuestión de preguntar (una tendencia saludable en muchos otros ámbitos): ¿cómo querés que te mencione?
Se trata de un oficio de tradición que se lleva con orgullo: “Soy hijo de encargado, y conozco a algunos que siguen vivos, que los recuerdo trabajando desde mis nueve años. Se trata de un oficio que heredamos, y que contemplamos hacer hasta que te jubilás”.
Un cambio de costumbre se observó esta última década, que pasó de tener encargados en edificios, a que los consorcios y administradores contraten empresas de limpieza que envían sus propias empleadas. Y en muchos casos por causas de economización de los gastos centrales.
Pero desde mucho antes que esa tendencia, los encargados de edificios comenzaron un proceso de mejora en sus condiciones laborales así como en capacitarse para saber arreglar muchos de los problemas que se presentan en el mantenimiento del edificio.
“Logramos con los años una profesionalización. Antes eran vistos como los que recibian a los vecinos o visitas. Con los años fuimos viendo las demandas y necesidades que cambiaron, y profesionalizamos este oficio con capacitaciones para que seamos trabajadores integrales”, explicó Claudio.
Según observaron desde el gremio, la sociedad empezó a requerir otras funciones, alguien mas preparado en todos los rubros. Y por eso crearon hace 20 años un centro de formacion en varios oficios, con cursos de cuatro meses en plomería, electricidad, cerrajería, evacuacion en casos de emergencias, extincion de fuego, entre otros.
Consultado sobre si cree que el rubro se extinguirá, aseguró: “No nos extinguimos, estamos mas firmes que antes. Fuimos evolucionando como sociedad, y nos aggiornamos, preparando a cada uno. No estamos contra las empresas de limpieza, siempre que sus empleados trabajen con los derechos laborales que les corresponde. Remamos en dulce de leche pero vemos resultados positivos”.
A muchos de ellos les molesta que les digan porteros: “Se les decía así por el rol de recibir a la gente que tenian antes, pero ahora justamente tienen funciones de mantenimiento”. Consultado sobre si decir ese término ofende, aclaró: “A mí en particular no me ofende para nada. Creo que con la profesionalizacion comenzó a molestar a algunos”.
En torno a la nueva tendencia de contratar empresas de limpieza, Claudio apreció: “No es igual el vínculo con un encargado, que conoce cada mecanismo del edificio, y cuida, conoce a sus habitantes, que empleadas que por lo general van rotando. Entendemos que ellas necesitan el trabajo, pero la prestacion es muy diferente. Un dia el administrador se va, y se quedan sin servicio de limpieza”.
Agregó: “Los encargados incluso tienen un vínculo afectivo con los consorcistas, de solidaridad. Eso se vio mucho en pandemia, que éramos esenciales, y muchos hacíamos las compras para vecinos que no podían salir de sus casas”.
En torno a esto, aseguró que últimamente “los consorcistas están entendiendo que los encargados estamos bajo la ley de propiedad horizontal y respondemos al convenio colectivo de trabajo. En estas empresas de limpieza suelen ser mujeres jóvenes que vienen de situaciones mas vulnerables”.
A la explicación económica de este cambio en los consorcios, Claudio sumó los cambios de los códigos sociales “que no se puede negar, ya a muchos no les interesa pensar en esto como un buen servicio, y subestiman”.