Con El anatomista, Federico Andahazi se instaló hace 25 años en la escena literaria mundial. Casi al mismo tiempo, de gira por Croacia, se topó con la historia de Juan Vucetich, protagonista de su última novela, Las huellas del mal.
Psicólogo de formación y escritor de profesión, Andahazi es, a la vez, una suerte de explorador detectivesco que como lector rebota entre la erudición de Jorge Luis Borges y lo vivencial de Jack London. Busca y lo inspiran las historias reales que a su vez supongan cambios en el mundo, como el “descubrimiento” del clítoris o las huellas dactilares.
Progresista, para algunos feminista, su literatura está marcada por la política porque no entiende a una separada de la otra, sobre todo siendo “un niño adoctrinado” en el comunismo, del que felizmente se liberó con la caída del muro de Berlín.
A continuación, partes destacadas de la charla con el Club de Lectura. En el video y en el podcast, la entrevista completa.
–¿Por qué te interesó tanto el personaje de Juan Vucetich como para convertirlo en novela?
–Es muy interesante hacer el recorrido que te lleva a conocer cómo te encontraste con las historias y con los personajes de una novela. Toda historia, toda una novela tiene una prehistoria y a veces esa prehistoria es más rica que la propia novela. Efectivamente, la novela está basada en una historia real, increíblemente real.
Yo no podía creer cuando me encontré con esto que nadie hubiera escrito este libro –sí hay crónicas periodísticas–, que nadie hubiera filmado esto digamos en forma de película porque realmente es increíble. Narra la historia del primer caso que se resuelve, un doble homicidio, por dactiloscopia.
Es el primer caso en la historia y esto no solamente cambió la forma de investigar los crímenes, sino también fue un hito en la literatura, y sobre todo en la literatura policial porque esto cambió para siempre la historia de contar los crímenes, pero además también cambió para siempre la forma de matar. Los asesinos tenían que tomar algunas precauciones antes de emprender un asesinato.
Yo me encuentro con Vucetich de una manera muy particular, hace más de 20 años ya cuando publiqué mi primera novela, El anatomista, me invita a mi editor de Croacia para presentar el libro y claro, era una editorial muy chiquita y enseguida ni bien llegué a Croacia me hizo sentir el peso de la responsabilidad porque me dijo “Yo hipotequé mi casa para comprar los derechos y poder publicar el libro, así que tenemos que vender mucho”.
Cargaba con esa mochila y me llevó por varias ciudades de Croacia: estuve por supuesto en Zagreb, en la capital, después hicimos una parada en Karlovac, una ciudad que estaba destruida por la guerra, muy impresionante.
Yo decía “¿quién va a venir acá a escuchar un tipo que cuenta una historia de un lugar tan lejano?”. Y la librería que estaba semidestruida también por las bombas, en esa época Croacia acababa de salir de una guerra tremenda, ahí te das cuenta la importancia que tiene para la gente la literatura porque la biblioteca estaba llena de gente. Insisto, es muy impresionante dar una charla en una librería semi destruida.
Y el último punto fue Pula, que es una de las ciudades más lindas del mundo, si no la más linda del mundo a mi juicio, que está ahí sobre el Adriático, está hecha por los mismos arquitectos que Venecia y tiene la arena romana mejor preservada del mundo. Caminando por la ciudad, de repente en una plazoleta frente al mar, veo un busto de un tipo que yo digo “Yo lo conozco de algún lado”. Y cuando me acerco veo que en el pedestal decía Iván Vucetic, claro, Iván es Juan. Entonces, Juan Vucetich. Le pregunto a mi editor qué hace acá Juan Vucetich. Y me dice “Los croatas tenemos dos grandes orgullos, la corbata que quiere decir croata, y la dactiloscopía porque Juan Vucetich, que es croata inventó la dactiloscopía”. Le digo “La corbata se la pueden quedar ustedes, pero la dactiloscopía es nuestra porque Vucetich... De hecho, la Escuela de Policía en Argentina se llama Vucetich”. El también está muy impresionado del alcance. Entonces nos empezamos a tirar a Juan Vucetich de cada brazo –“no que es mío, no que es mío”– y entonces yo le prometí que iba a escribir esa historia y ahí vamos a ver de quién es.
Y la verdad es que es de ambos porque ahí también tengo que viajar en la novela a las islas Dálmatas donde nació Vucetich para contar su infancia. Realmente es un personaje increíble, un personaje renacentista, que es muchísimo más, por supuesto que el nombre de la Academia de Policía.
–Tenés muchísimos libros publicados y un interés por buscar hechos de los que se sabe muy poco. ¿Hay algo de historiador, de periodista?
–Sí, hay algo que que aparece casi como una constante en mi narrativa que tiene que ver con los descubrimientos, con ese dispositivo que hace que una persona cambia el mundo para siempre. Desde El anatomista, el protagonista era Mateo Colón, un médico renacentista que efectivamente existió, y que llamándose Colón, compartiendo el nombre con Cristóbal, se declara el descubridor del clítoris. Y es increíble que el clítoris tenga un descubridor que además se llame Colón. Me parecía que eso ameritaba una novela.
Afortunadamente el libro fue leído con la intención que fue escrito. Es un libro que hace muchos años, en el 97 –y así salieron las crónicas en varios lugares, en el New York Times, por ejemplo– decían que era un libro feminista. Es decir, que precisamente venía a criticar esta intención de un colonizador que pretendiera precisamente colonizar el cuerpo de la mujer. Que no era necesario que viniera un hombre con su índice a señalar algo que las mujeres obviamente sabían que tenían.
Entonces, este tipo que cambió la visión de la anatomía, la visión de la fisiología, pero también que de alguna forma inaugura una mujer nueva y que viene en el medio de la época de la Inquisición, viene a intentar colonizar a las mujeres a lo cual, por supuesto, las mujeres se resisten.
Y esto va apareciendo y está presente claramente en este último libro que es esta historia: una persona que de pronto descubre algo crucial y es que todos los seres humanos llevamos en la punta de los dedos, el sello de nuestras acciones y dejamos una huella concreta de todo lo que hacemos.
Y no solamente descubre esta singularidad, sino que inventa un método para poder leer esas huellas y para poder saber quién está detrás de cada acto humano. Es increíble y él incluso le da una dimensión mística a esto.
–El interés por los hechos reales marcan tu esencia de escritor, ¿cuáles son tus características lector?
–Uno va haciendo una evolución pero no en el sentido lineal. Si tengo que marcar hitos de mi vida como lector, rápidamente tendría que señalar en primer lugar a Franz Kafka, esas primeras lecturas de la pre adolescencia, que si hasta ese momento uno tenía una visión, una idea más o menos remota de que era la existencia, después de leer a Kafka eso cambia por completo. Cambia por completo el sentido común. Esta mirada tan onírica, tan pesadillesca de Kafka, de repente se ponen en primer plano y empezás a ver el mundo desde ese absurdo que planteaba Kafka.
Y después para mi hubo dos autores que me cambiaron también en este sentido la forma de ver el universo y sobre todo la forma de escribirlo que son, por una parte, (Jorge Luis) Borges y por otra parte, Jack London. Me parece que esos dos autores son los que determinan mi universo literario.
Tenés por un lado a Borges, que es un tipo de una erudición y de una prosa exquisita que casi te da la incómoda sensación de que no tiene sentido escribir después de Borges, que ya está todo escrito. Pero, por otra parte, lo tenés Jack London que es un tipo que es casi todo lo contrario: un buscador de oro, el tipo se fue a Alaska, se juntó con ladrones de pieles y escribió toda esa vida que él vivió, al contrario de Borges que podría decirse que vivió en una biblioteca. Jack London es un tipo que vivió una vida sumamente intensa y escribió esas vivencias y lo hace desde un lugar completamente ajeno a la literatura, ajeno a la academia, completamente vivencial. Y estos dos autores que, diría yo, son casi opuestos nos marcan también esa cornisa por la cual hay que transitar sin caerse ni a un lado, ni a otro.
Esos son los dos grandes autores que me han marcado. Después, por supuesto que viene toda la constelación de otros escritores, pero mi vida de lector y de autor está marcada por esos dos andariveles que son Borges y London.
–Sos un escritor que se expresa mucho políticamente, ¿tus elecciones de lectura tienen que ver también con la política?
–La literatura y la política casi te diría que son la misma disciplina. Si vos ves quiénes son los fundadores de este país, es un país fundado por escritores, es un país fundado por intelectuales. Alberdi, Sarmiento, Moreno. Es un país hecho por escritores. Yo tengo una formación política desde muy chico.
Ahora que se habla tanto del adoctrinamiento, yo siempre cuento que yo había sido un niño adoctrinado. Yo pertenezco a una familia que viene del Partido Comunista. Mi abuelo era un dirigente comunista, un militante comunista y están íntimamente ligadas estas cosas porque mi abuelo era editor, era gerente de Eudeba y tenía su propia editorial. El apellido de mi abuelo era Merlín, y tenía una editorial que se llamaba Merlín. Durante mucho tiempo tuvo engañado que éramos pariente del mago.
Lo cierto es que el 24 de marzo del 76, la madrugada del golpe de Estado, yo vi cómo él, viendo el peligro que significaba esa biblioteca, empezaba a bajar todos los libros de los anaqueles, atados con hilo sisal y ya después a la medianoche, cuando no pasaba nadie por la calle, vi cómo los cruzaba a un terreno baldío que había enfrente y los quemaba. Y fue ver como si se inmolara él mismo, eso me marcó mucho. Yo tenía 13 años. Y me pasa todavía hoy, que cuando termino de escribir un libro siento que le estoy devolviendo un libro de esa biblioteca que tuvo que destruir.
Yo decía que fui un chico adoctrinado y es cierto: yo desde muy chiquito fui a un jardín de infantes del Partido Comunista, fui a una colonia de vacaciones del Partido Comunista que nos enseñaban a cantar la Internacional en varios idiomas.
Esa cosmovisión marxista comunista estaba íntimamente ligada a los libros, íntimamente ligada a las lecturas. Entonces en un momento de la vida cada uno decide qué quiere ser, cómo quiere pensar. Pero además hubo un hecho muy ineludible, que a muchos les pasó completamente inadvertido como si no hubiera existido, que es la caída del muro de Berlín. El comunismo demostró haber fracasado, demostró haber sido un fracaso. No ver eso es no ver nada y por supuesto hay mucha gente que se resistió a ver y a entender el fracaso del comunismo; de modo, que eso, por supuesto que significó para mí un cambio de pensamiento drástico, un cambio de leer el mundo y de escribir el mundo.
Haber roto las ataduras con esa tradición comunista para mí fue una liberación muy grande, una liberación enorme porque yo podía escribir sin esa idea casi paranoica de que hay un aparato como el Partido Comunista leyéndote atrás y censurandote atrás, que después efectivamente a lo largo de mi vida me fui encontrando con la censura y cómo la censura vino siempre digamos de estos régimenes.
Yo por ejemplo, había donado hace muchos años los derechos de El anatomista para que se publicara en Cuba y no se publicó porque no pasó el filtro de la censura.
De modo que es curioso, yo me considero hoy por hoy una persona progresista, no reniego de ese origen. Creo que muchos dirigentes que hoy integran la coalición opositora le atribuyen al progresismo características que el progresismo no tiene. Y eso está mal, me parece que hoy por hoy la oposición es mucho más progresista que este gobierno. Me parece que este gobierno, dicho rápidamente, es un gobierno de derecha, profundamente de derecha, profundamente reaccionario que responde a esa vieja tradición del peronismo.
El peronismo surge y eso lo dijo (Juan Domingo) Perón en varias ocasiones como una herramienta para impedir el paso del comunismo, y efectivamente yo creo que este gobierno es peronista en ese sentido: creo que lo que hace es impedir el paso, en este caso del progresismo. Así que insisto, este vínculo mío con la política tiene que ver con esta idea mía del progresismo, que es una instancia largamente superadora del comunismo y de los populismos.