“Hace unos días soñé algo que al menos en un principio me resultó gracioso. El hecho de que después no lo fue en absoluto, no se debe tanto al sueño en sí mismo, sino a mis posteriores intentos de intepretación".
Así empieza "Nombres propios", uno de los cuentos y relatos autobiográficos que forman parte de Cassette, el último libro del escritor argentino Edgardo Scott. Es el único texto que habla de algo que casi nunca jamás le pasa: soñar.
Y es el cuento con el que abre la segunda parte del libro, el lado B del cassette, Lengua extranjera, que explica dónde está ahora: París, desde donde se prestó a la entrevista para el Club de Lectura, cervecita en mano.
Hasta hace unos cinco años, Scott, que también es psicoanalista, vivía en el conurbano bonaerense, con un paisaje marcado por las estaciones del ferrocarril Roca. Esa geografía y “la province” francesa se juntan en una serie de relatos hechos acá y pulidos allá.
Tallerista de Abelardo Castillo, fundador e integrante del grupo Alejandría, publicó también: No basta que mires, no basta que creas (nouvelle, 2008), Los refugios (cuentos, 2010), El exceso (novela, 2012), y Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos, peregrinos (ensayo, 2017), del que, anticipó se viene el reverso: Contacto, con reflexiones sobre el confinamiento y la pandemia de coronavirus.
–El título, Cassette virgen, da la sensación de todo por hacer, que puede ser una linda sensación o una sensación sofocante, el pánico de la hoja en blanco, ¿cómo fue en este caso?
No fue tan en blanco porque el título apareció cuando ya los relatos estaban casi todos escritos, se fueron escribiendo a lo largo del tiempo, algunos hace muchos años. De hecho, el libro se llamó durante mucho tiempo "Nombres propios", que es uno de los títulos de uno de los cuentos, del sueño que tuve con (Ricardo) Piglia, que lo transformé en un relato.
El título apareció después con mucho ímpetu y a mi me gustó de entrada, por mi relación con la música, y un poco supongo porque soy “after forty”, soy post 40, y entonces todos los que tenemos 40 o más, tenemos una relación muy afectiva, muy estrecha con el cassette porque coincidió con nuestra niñez y adolescencia, escuchar cassettes.
Después me di cuenta, ahora que el libro salió, y que empiezo a hablar del libro, que en el cassette hay como dos coordenadas de lectura, de algún modo ese intervalo de mi niñez y adolescencia está muy presente en los relatos del libro, y por otro lado, lo musical, que es un ingrediente muy importante en el libro, no solamente por la cuestión directamente musical, las referencias musicales, que hay varias, sino también porque me parece que le di mucha bolilla a la voz, a la construcción de esa voz, y a la musicalidad del texto. Son textos que podrían contarse oralmente.
–Hablás de sueños, te escuché decir en otro lugar que los personajes te aparecieron en sueños, ¿es algo que te suele pasar?
No, justamente, el único relato que relata un sueño, "Nombres propios", y ahí yo empiezo diciendo exactamente esto, valiéndome del truco autobiográfico. Yo no suelo soñar mucho, ni dormido, ni me atrevo a decir, ni despierto. No soy a lo Rousseau, como de soñar, y las ensoñaciones, y fantasear... no tengo ese tipo de psicología en mi cabeza, soy más analítico, más materialista en algún punto, pero sí es cierto que soy permeable a todo lo que tenga ese tipo de reflejo o impronta poética, a veces aparece en la forma de un título, a veces en la forma de una situación, de un personaje, de un recuerdo, siempre estoy muy atento, y creo que en este libro se nota, a eso que aparece, como decimos los psicoanalistas, la otra escena.
A eso que aparece, y que a priori no controlamos, no sabemos de dónde viene bien, que hay que descifrar, que nos aparece como algo casi ajeno. En ese sentido, sí me interesa mucho, como elemento clave y cotidiano, las dos cosas. De hecho, yo llevo un diario de hace varios años, como un diario poético, y las anotaciones que tengo ahí son de este orden. Trato de atrapar algo que sea singular en el día y que un poco esté como por fuera del día.
–¿Cuándo y dónde escribiste estos relatos? ¿Lanús o París?
Desde París los publiqué y quizás los corregí, y puede ser que desde que estoy en Francia, hace cinco años, hay uno, el de los hermanos, que se llama "Negocio de dos cabezas", que lo terminé de escribir acá porque lo publiqué en Página12 hace algunos años, el resto se escribieron todos en Buenos Aires y sí en el suburbio. Yo los últimos años vivía en Remedios de Escalada, que es una de las estaciones del ramal Roca que está después de Lanús, antes de Banfield y después viví mucho tiempo en Bernal, viví como seis años en Bernal, que es como la otra línea del ramal Roca, que va a La Plata. Los suburbios, a mí no me gusta la palabra conurbano, los suburbios y todas esas estaciones de los suburbios de Buenos Aires, del sur, están muy presentes para mí.
–¿Cómo crees que se adaptan mejor estas ciudades a los géneros? ¿París para la novela, el conurbano más para la no ficción?
Para ir un poco a contramano, te diría que París hoy me interpela mas ensayísticamente, tal vez porque vivo acá, entonces es como que me dan más ganas de pensar, si pensamos que en el ensayo el pensamiento es clave. En cambio, el suburbio, Lanús y demás, cada vez se me vuelve más novelezco, cada vez depende más de mi imaginación, de mis recuerdos, de mi reconstrucción; se vuelve menos ensayístico y se me va para la fábula. Hace cinco años que no vivo ahí y en realidad donde crecí, tampoco vivo hace más de 20, entonces ya es territorio más de la imaginacion. Cuando voy a visitar a mi madre la mayoría de las cosas que eran como signos claves para mí ya no existen.
–Mencionabas a Piglia, ¿qué otros referentes tenés en la literatura argentina?
Muchísimos, admiro mucho y quiero a Luis Guzmán a Edgardo Cozarinsky, a Gustavo Ferreyra, Hebe Uhart, Irene Gruss... La literatura argentina es muy amplia y muy rica, desde hace muchos años está en un momento de mucha producción, despareja y con distintos gustos, pero hay un montón de autores enormes.
De mi generación, hay muchos que admiro, además de mi mujer, Ariana Harwicz, me gusta mucho Ricardo Romero; como crítico, Maxi Crespi. Acaba de sacar un libro que le hice la contratapa Flavio Lo Presti. María Gainza me encanta...
–Como psicoanalista, ¿la psicología te sirve más como escritor o como lector?
Como lector. Directamente como escritor no lo uso, o por lo menos intento esquivar cualquier tipo de sugerencia que tenga que ver con el dictámen de la psicología, ya está en mí, digerido después de tantos años. Intento que retorne pero no usarlo yo, no construir con eso.
El psicoanálisis es un gran sistema de lectura, sobre todo si para algo sirve el psicoanálisis es para leer y de una manera muy particular: la ciudad, la subjetividad, cualquier situación.
–¿Y en cuanto a sistemas de escritura? En Luto te planteaste el método de escribir un capítulo por día durante una semana, ¿lo mantuviste, así escribís ahora?
Para nada, sería genial. Eso lo hace César Aira, escribe una paginita por día, dijo siempre. No, ya lo hace él. No tengo ningún sistema de escritura, ni fetiche, ni horario, ni con el lugar, ni con los géneros. Escribo más, o quisiera escribir más, en el impulso, como los poetas, cuando viene, viene; cuando aparece, aparece.
Casi te diria que siempre trato de no escribir, pero eso en un momento se impone y me sienta en un lugar. Últimamente hasta escribo con el celular, tomo notas y voy escribiendo y tengo suerte con esos rayes, que cuando baja a la pantalla ya tiene una forma bastante dada, tengo suerte en eso.
Escribo mucho, de todo, y por supuesto, con proyectos de distinta índole. Esa novela, Luto, tuvo que ver con un impulso, tenía ganas de escribir así, una historia directa, muy breve, muy concisa. Es como si al acto de escritura se hubiera pegado la cuestión formal que yo buscaba, y en cambio estoy escribiendo una novela, que estoy retomando, una novela alcohólica sobre mi papá, una novela grande como decimos los escritores, en el sentido que se que voy a escribir mucho tiempo y que quizás tenga muchas páginas. Y esa novela la vengo escribiendo hace casi 10 años, y quizás me queden cinco años más.
–Pensaba en el libro de ensayo Caminantes, que tiene que ver con deambular por diferentes lugares, y lo pensaba en pandemia, ¿puede haber una segunda parte para unos pocos metros cuadros de un departamento harto conocido?
Ya tengo una especie de chivo: sale otro libro por Godot que es un ensayo sobre mi sensación en la pandemia. Lo escribí durante la pandemia, se va a llamar Contacto y tiene un tipo de estructura muy parecida a la de Caminantes, y la siento como un reverso de Caminantes, quizás en la medida exacta que decís, al revés de Caminantes que fue escrito en tiempos prepandémicos con una idea de recuperar la calle.
Vivimos en un mundo donde no sabemos dónde estamos parados, para todo usan el GPS, para mi Caminantes fue volver a tener ese andar que es una tradición de la literatura, caminar y dejarse llevar y guiar por itinerarios mucho mas poéticos. Y en la pandemia fue como una especie de terror la idea del aislamiento.
No me llevo bien, en absoluto, con el aislamiento, hay gente que está felíz de la vida, yo soy el otro extremo, era como un león enjaulado.
Escribí Contacto que en la bajada dice “un collage de gestos perdidos”. Escribí sobre besos, abrazos, saliva, sobre el cuerpo a cuerpo, todo aquello que estaba prohibido o sigue prohibido o sospechado.
Y también sobre el glosario de época: la asepsia, el distancimiento social, con el mismo método de Caminantes que a veces me lleva a canciones, libros, o películas.
–Decís que la pasaste como un león enjaulado, ¿no pudiste encontrar el placer en ningún lado? O al menos esas oportunidad que muchos descubrieron de reconectarse con cosas que tenían en pausa.
No un horror, el león rugiendo en la jaula. Además el libro, tiene un tono mucho más melancólico, porque me parece que lo que pasó con la pandemia fue como un “fin de siècle”, como dicen los franceses, como el final de una etapa, de un mundo, el final del siglo o el comienzo, da lo mismo, un corte de esos que suceden en la historia donde muchas cosas ya se venían anuciando y esto las aceleró. Las precipitó, las catalizó.
Estamos en ese limbo donde parece que todos nos miramos diciendo: “¿esto terminó o no?”. Como en las películas, cuando el asesino te deja caminar pero te está mirando atrás.
Claramente hay algo que se cerró, hay muchas cosas que no van a volver o no van a volver igual, y que venían transformándose. No se le puede echar la culpa solamente a la pandemia, hay un montón de modos de vida, de maneras de estar en contacto con las cosas, con las personas. Cuando éramos chicos no decíamos “no hay que comer harinas”, decíamos no hay que comer tanto pan, la idea de decir “no hay que comer hidratos de carbono” es un lenguaje científico que nos ha ido colonizando, que ha sido parte de los últimos 20 años.
–Como hacer notas en un bar con un celular en este momento... ¿Qué estás leyendo en este momento?
Tengo Silencio, este ensayo que tradujo Matías Battistón de John Biguenet, que me encanta; estoy terminando este librito de Annie Ernaux, La place, traducido por Tusquets como El lugar, es una novela preciosa que recomiendo muchísimo. Leo varias cosas a la vez, este libro de Eudeba, que se llama Sobre la forma poética que es de Santiago Silvestre, un viejo poeta que admiro mucho.
–Leés varias cosas, al mismo tiempo, y en distintos idiomas, ¿cómo haces el switch de un libro a otro, de un idioma a otro?
Me angustiás, nunca lo pensé. No se, lo hago. Para mí, leer es una actividad tan placentera... Mi mujer se ríe porque 1.30 de la mañana, se durmió el nene, final del día, estamos muertos y yo puedo estar leyendo a Marcuse, Foucault, para mí es placentero, no hay ninguna lectura que me resulte exigente, entro en ese canal y soy feliz. Si está en inglés, francés, español, si es traducción, poesía, entro en ese canal y ya está todo bien. Más bien lo que a veces me pone nervioso es si no encuentro ese momento para leer, me doy cuenta que necesito 10, 15 minutos para poder abrir el libro, es terapéutico.
–Es como tu Netflix...
Para mí la música y la lectura son absolutamente terapéuticos.
–Hablando de música, cuando escribís o lees, ¿te ponés alguna música en particular o preferís el silencio?
En general prefiero escribir en silencio porque cuando escribo, es como si la escritura me agarrara, como si fuera un súbito encuentro sexual, me posee. En ese momento no hay tiempo para poner música, ni nada y estoy metido en esas voces. Cuando leo sí puedo escuchar algo, lo que sea, puedo estar leyendo este ensayo sobre el silencio y estar escuchando a Marilyn Manson, o Bill Evans, o clásica, o punk, soy muy random.