Cerramos la semana del Día Internacional de la Mujer con la segunda entrega de la entrevista a la socióloga e historiadora feminista Dora Barrancos en la que, ahora sí, nos metimos de lleno en sus lecturas. Esos libros que le abrieron la cabeza y los que elige, ahora cada vez más, por puro placer. Mundos tan distintos como los de Virginia Woolf y Ángeles Mastretta conviven en las repisas de su biblioteca, junto a historiadoras colegas.
–En estos avances, hay una tradición de lucha, ¿qué narrativa te parece que ha sido un poco olvidada en esa tradición o que quizás no haya tomado tanto protagonismo?
Hay luchas notables en nuestro país, en toda la región de América Latina. En la Argentina ha habido una enorme eficacia gracias a un dispositivo que no todos los países han tenido, que en realidad es una circunstancia absolutamente propia de nuestro país y ha sido la saga de los Encuentros Nacionales de Mujeres.
Es una saga peculiar, única, no hay en otro país de América Latina ni del mundo, creemos, que tenga esta práctica extraordinaria de reunir a mujeres de todas las condiciones, de todas las perspectivas mentales, ideológicas, políticas etc. Y allá van, a juntarse; y allá van, entonces los enredos conversacionales y el cambo de actitudes y las transformaciones revolucionarias en la subjetividad.
Lo notable es que muchas mujeres han ido de un modo A y han salido de un modo X de esos Encuentros. Ha habido un despertar crítico de sí mismas y esto es lo que me parece que ha sido tan productor de esa sinergia que finalmente fue llevando a que la acción feminista fuera cada vez más densa, que los feminismos se tornaran populares.
Y luego, la saga del Ni una menos que es también una construcción muy casera, muy nuestra, que anda hoy por el mundo entero. Entonces, hay ahí unas operaciones muy, muy importantes que coadyudaron todos los esfuerzos feministas finalmente y ese despertar extraordinario de nuestras hijas, de las sub 20. De nuestras nietas en mi caso y que es como un camino de ida.
Ya les jóvenes tienen otra matriz de pensamiento, de sentimiento, de elección. Y estoy segura de que eso es lo que lleva a caminos que ya no pueden volver atrás, más allá de las manifestaciones ominosas que siempre se interponen de las acciones antiderechos y demás; pero me parece que este “¡allá vamos!” no tiene vuelta atrás. Es un allá vamos transgeneracional y hace a la Argentina un país de mucha singularidad en estos esfuerzos por allegarnos a una sociedad equitativa, paritaria. Y ojalá tengamos más justicia social, pero absolutamente enhebrada con la justicia de género.
–Nos interesa tu mirada sobre el feminismo índigena y cómo se relaciona con el colonialismo, el patriarcado y el capitalismo.
El capitalismo no produjo al patriarcado pero le dio una densidad, un empinamiento, una estructura de potencia que, en realidad, es muy inaugural en ese punto.
Los primeros feminismos, no se puede ignorar esto, tenían una cierta clausura de clase: clases medias, letradas, mujeres, etc. Ahora, revisitando los feminismos en América Latina, nos llevamos sorpresas porque siempre ha habido mujeres de otros grupos étnicos y es muy difícil hablar de mujeres blancas en sociedades donde ha habido mucho mestizaje. Y no lo digo tan en broma, por ejemplo en mi caso, que ahora estoy totalmente tomada por el sol del verano, me hace mucha gracia si me preguntaran “¿Usted es blanca?”. Yo le diría de ninguna manera, estoy muy marrón. Y lo digo con toda la sorna del caso.
Es muy difícil plantearnos... es absolutamente imposible plantearnos cualquier pureza étnica. Felizmente lo que está brindando hoy la enorme cantidad de análisis en el mundo es que tenemos una correspondencia notable que no es precisamente de tono ario, sino una dominancia genética que remonta a nuestro pasado más extravagantemente largo. Siempre diré “Todas descendemos de Lucy”.
De modo que eso es un preconcepto muy acrisolado. A veces han habido feminismos que pueden haber excluido, no digo que no, pueden haber habido exclusiones racistas. Pero, felizmente, en América Latina han habido muchas feministas de origen, telúricamente americano, que corresponden a nuestros pueblos americanos, de la misma manera que han habido feministas afrodescendientes.
Voy a recordar dos figuras y muy recientes: una es la gran activista Berta Cáceres, que era una feminista notablemente convencida, sobre todo que se cuestionaba el tiempo anterior en el que ella no se decía feminista, como nos ha ocurrido a las que nos convertimos al feminismo en un momento determinado.
La otra es Marielle Franco, la joven activista afrodescendiente asesinada en Brasil. Entonces, la hora del momento, sin duda, indica que la corrección feminista sea progresista y sea una composición sorora que abrace a todas las mujeres cualquiera sea su condición. Y es una hora también en que hay un despertar propio porque hay mucho trabajo decolonial, pero a veces el trabajo decolonial no ha sido inmediatamente alcanzado por las propias comunidades aborígenes. Más bien, ha sido estudiado, quién sabe, en alguna medida del lado de afuera.
Pero ha habido mucho activismo de las propias mujeres aborígenes y en este momento tenemos un cambio muy importante porque tenemos feministas en cierta masividad que son de nuestras comunidades originarias y que efectivamente han abandonado la idea de que primero está la contradicción fundamental del anticolonialismo.
El anticolonialismo reverbera más fuerte cuando se reconoce la matriz patriarcal íncita a ese colonialismo. De modo que hoy tenemos que despejar que tengamos grupos de mujeres de las naciones originarias, grupos importantes que militan en el feminismo. Y militan ellas pero con un sentido no exclusivo porque hay también la intención de que haya inclusividad mayor, de que no haya ninguna puerta cerrada para ninguna mujer, que en esas comunidades pueden ser no estrictamente indígena.
Creo que hay un cambio muy importante en el sentido de la expansión, de la densidad. No solamente tenemos estudios decoloniales, tenemos militantes feministas de nuestras naciones originales.
–Recordabas “la conversión al feminismo”, ¿cómo te pasó? ¿Cómo nos damos cuenta que somos feministas? ¿Cuál es el indicador?
Nos damos cuenta cuando nos damos cuenta del significado tremendo que tiene nuestra condición con relación a las oportunidades y la significación social que tienen los varones y sobre todo sus violencias.
Hay un momento que hay que abdicar de la ceguera cognitiva, no se puede estar siempre con la ceguera cognitiva. Hay que hacer una abdicación, hay que pensar en un para sí.
Desde mi perspectiva, lo que importa, siempre lo digo y lo voy a repetir, no es el rótulo “soy feminista”. Lo digo con toda la humanidad de esa disposición de locución. A mí, lo que me importa es la insubordinación. Lo que importa es “hasta aquí y no va más”. Lo que importa es la insurgencia, lo que importa es “esto no lo puedo soportar más”.
Esas insurgencias son las que constituyen verdaderamente la matriz de la dignidad que es lo que queremos. La rotulación puede venir o no, lo importante es la insurgencia, es no soportar las injurias, el sometimiento, la cerviz doblada, el grado de subalternancia que el que están colocadas las mujeres en el seno de hogares.
Hay referencias de muchas mujeres que dicen “pensar que yo no me daba cuenta que esto era violencia”, y un día despiertan. Entonces, para mi el punto es darse cuenta. Cuando nos damos cuenta ahí estamos en condiciones de cortar la cadena y al cortar la cadena ingresamos en eso que Simone de Beauvoir llamaba, desde el punto de vista de la filosofía existencialista, ingresamos en el camino de la trascendencia.
La trascendencia no quiere decir ser celebrity en un medio público, no. Trascender, podemos hacerlo anónimamente. Trascender es salir de las mallas cotidianas opresivas. Eso es trascender, ir hacia la libertad. Eso es trascender desde el punto de vista filosófico. Y se puede trascender desde las cuatro paredes de una casa cuando tomamos una decisión radical, un cambio total de nuestras vidas. Y yo sé que cada una de nosotras ha hecho esa insurgencia en algún momento o está por hacerla. Y eso es lo que importa, mucho más que la rotulación “soy feminista”. Después habrá tiempo para esa inscripción o no.
–Sabemos que tenés una devoción por los libros, ¿cuáles son esos libros que desde chica te enseñaron, te abrieron la cabeza?
Muchas veces lo he dicho, pero yo le debo mucho a una figura británica Sheila Robertson. Le debo mucho en esa primera salida, a procurar por dónde. Había leído a Simone de Beauvoir cuando era una joven militante social y política pero no era feminista. Y habia leído a Simone de Beauvoir, vean ustedes lo que nos ocurre, como una gran literatura, no como una interpelación. Como “qué buena literatura”, pero no como una interpelación a mi subjetividad.
Esa lectura sintomal, interpeladora, solo la hice después. Es un libro que todavía tiene señales extraordinarias.
Pero yo soy muy adicta a una proto figura: siempre digo que no se puede vivir sin haber leído a Virginia Woolf. Virginia Woolf con Un cuarto propio y Tres guineas, y si se puede, desde luego, toda la literatura de ella... Orlando, que es una manifestación tan extraordinariamente avanzada, pionera en los significados de los cambios, creo que son una ruta excepcional.
Y después hay figuras notables: Carole Pateman, desde luego; más adelante, (Judith) Butler, (Teresa) de Lauretis. Pero le debo muchísimo a las historiadoras, muchísimo. Entonces, Joan Scott, Michelle Perrault, la francesa que todavía sigue escribiendo tan bonito. Le tengo un gran cariño y soy muy colega de Mary Nash que es una gran historiadora de las mujeres que vive hace muchos años en España, en Barcelona, de origen irlandés.
Son figuras que han tenido mucho que ver, sobre todo, en el transcurrir. Y no puedo dejar de pensar en una historiadora que ahora no tiene esa producción tan asidua y tan notable, Martha Vicinus, que en realidad se ocupó mucho de la historia de las mujeres en Inglaterra aunque ella no es inglesa. Son figuras que tienen que ver ya con mi oficio de historiadora, a las que les debo muchísimos incentivos. Pero Martha Vicinus tuvo la suerte de ser coordinadora de dos textos bellísimos, que tienen muchísimo que ver con la condición femenina del siglo XIX. Y seguramente soy injusta: Arlette Farge, Gisela Bock.
Me pasó algo muy conmovedor, me está pasando. La universidad de Tarragona, con sus dispositivos sobre igualdad, este año ha hecho un calendario en el que nos pone a 12 mujeres historiadoras del mundo. Ustedes saben la conmoción que a una le sobreviene cuando se ve junto a aquellas figuras que sí son extraordinariamente originales, me siento de una suerte de vaya a saber cómo.
Conozco muchísima gente de la cuenca, pero no puedo saber cómo fue que mi nombre está en el calendario. Es un buen sortilegio para mis nietas
–¿Cuáles son las lecturas de puro placer?
Dada mi tarea académica, académica, académica, digo siempre “qué barbaridad, siempre estoy leyendo por interés pero no desinteresadamente”.
Este verano me llevé pilas y pilas de textos (a mis vacaciones). Tuve el gusto de leer el texto de (Alfredo) Serrano sobre cómo fue el rescate de (Evo) Morales una vez producido el golpe. (Evo: operación rescate). Muy buen texto, en un tono periodístico, comunicacional.
A mí la literatura me gusta o no me gusta, me hace burbujas o no me hace burbujas.
Luego leí a Gabriela Cabezón Cámara que la tenía ahí. La emprendí con un texto tremendo, porque yo le he tenido mucho cariño, mucha admiración y mucho respeto a uno de los más grandes historiadores de la vida contemporánea que fue (Eric) Hobsbawm. Y un gran historiador, que yo también respeto mucho, Richard Evans, acaba de publicar la biografía de Hobsbawm (Eric Hobsbwam: una vida en la historia), pero son 800 páginas. Ahora, eso sí que es puro desinterés. Claro, hay un interés que tiene que ver con el oficio de hacer historia, pero no es eso. Es esa persona, ese ser humano que era Hobsbawm. Estoy impactada con esa biografía, pero son 800 páginas. Libro difícil de sostener, sobre todo a mi edad que no hay tanta plasticidad. No es un pocket.
Pero leo mucho, mucho novela, me encanta. Tengo una novela de (Ángeles) Mastretta ahí para leer y he visto que la hija Ángeles Mastretta y Héctor Aguilar (Catalina Aguilar), ahora también está produciendo cine. A mi me gusta mucho Ángeles Mastretta, me divierte mucho. No pongo los rituales de alta literatura. A mi la literatura me gusta o no me gusta, me hace burbujas o no me hace burbujas. Después pienso, bueno, además qué mérito tiene la propia formulación de la escritura. Así que este año he leído muy desinteresadamente, estoy mucho más cerca de, finalmente, un placer que tenga menos nota de interés funcional.