La irrupción de la tecnología, los cambios en las dinámicas laborales y sociales, así como la necesidad de promover habilidades blandas y pensamiento crítico, han impulsado la transición hacia modelos educativos más flexibles, inclusivos y centrados en el estudiante. En este escenario, el papel de las familias se vuelve crucial para acompañar y fortalecer estas transformaciones.

De espectadores a protagonistas

Tradicionalmente, el rol de las familias en la educación se limitaba a supervisar tareas, asistir a reuniones escolares y garantizar la asistencia de sus hijos a la escuela. Sin embargo, los nuevos modelos educativos, que buscan un aprendizaje más significativo e integral, requieren que las familias pasen de ser espectadoras pasivas a protagonistas activas del proceso educativo.

Esta participación no se limita a cuestiones académicas. Las familias juegan un papel esencial en el desarrollo socioemocional de los estudiantes, un aspecto que los modelos educativos contemporáneos priorizan tanto como el rendimiento académico. El apoyo emocional, la creación de un entorno de aprendizaje positivo en el hogar y la promoción de valores como la empatía, la responsabilidad y la colaboración son fundamentales para complementar el trabajo de las instituciones educativas.

El desafío de la brecha digital

En Argentina y gran parte de América Latina, la pandemia de COVID-19 expuso y amplificó las desigualdades existentes en el acceso a tecnología y conectividad. Si bien muchas familias pudieron adaptarse rápidamente al aprendizaje remoto, otras enfrentaron barreras significativas. La brecha digital se convirtió en un obstáculo no solo para estudiantes, sino también para padres que carecían de habilidades tecnológicas o recursos adecuados para apoyar a sus hijos.

En este contexto, las familias tuvieron que reinventarse como mediadoras entre la tecnología y la educación, aprendiendo a manejar plataformas digitales y colaborando con docentes para garantizar la continuidad pedagógica. Este aprendizaje forzado también dejó en claro la importancia de capacitaciones dirigidas a padres y tutores para cerrar estas brechas y asegurar que nadie quede rezagado en el nuevo paradigma educativo.

Co-creación del aprendizaje

Los nuevos modelos educativos promueven una visión más holística del aprendizaje, donde los estudiantes no solo adquieren conocimientos, sino también desarrollan competencias para la vida. En esta lógica, las familias son aliadas clave en la co-creación de experiencias de aprendizaje.

Esto implica participar activamente en proyectos escolares, fomentar la curiosidad y el pensamiento crítico en el hogar, y colaborar con las instituciones en la definición de objetivos y estrategias pedagógicas. Además, las familias pueden aportar perspectivas únicas sobre las necesidades y talentos de sus hijos, enriqueciendo así el proceso educativo.

Una educación con raíces comunitarias

En muchas comunidades de América Latina, la escuela es mucho más que un espacio de aprendizaje: es un centro de interacción social y apoyo comunitario. En este sentido, el rol de las familias también se extiende a la construcción de redes solidarias que impulsen el desarrollo educativo de toda la comunidad.

Iniciativas como talleres para padres, programas de mentoría y actividades extracurriculares lideradas por familias fortalecen los lazos entre la escuela y la comunidad, creando un ecosistema educativo más robusto. Estas acciones también fomentan la inclusión y el sentido de pertenencia, aspectos esenciales para reducir la deserción escolar y mejorar los resultados educativos.

Mirando hacia el futuro

Para que los nuevos modelos educativos sean verdaderamente efectivos, es fundamental reconocer a las familias como socios estratégicos en el proceso de transformación. Esto requiere no solo un cambio de mentalidad, sino también políticas públicas que promuevan la participación activa de las familias, garanticen su acceso a recursos y herramientas, y fomenten una comunicación constante y efectiva entre todos los actores del sistema educativo.

En un mundo donde el aprendizaje se ha convertido en un esfuerzo compartido, las familias tienen el potencial de ser un motor de cambio, ayudando a construir una educación más equitativa, innovadora y transformadora para las generaciones futuras.