Testimonios en primera persona de docentes del Instituto Superior Octubre (ISO), compilados por su rector Leandro Vecino, que conforman un registro coral del momento transformador que atravesaron las prácticas educativas en pandemia.
Las nuevas reglas y lógicas que trajo aparejada la pandemia en el 2020 se fueron descubriendo y escribiendo, en algunos casos, mientras se desarrollaban las cursadas, ya que no hubo un año similar en la historia de la humanidad, por lo que este flamante libro se propone ser testimonio y huella de lo que sucedió en una casa de estudios, rebosante de momentos, historias y desafíos que bien podrían replicarse en tantas otras instituciones.
“El disparador inicial del libro fue dejar testimonio de cómo había sido el trabajo docente durante el ciclo lectivo más excepcional de la Educación en nuestro país”, explica Leandro Vecino, rector del ISO sobre este entramado de voces que se compone con docentes, directores de estudio y coordinadores de carrera como Shirly Zelcer, Marta Tenuta, Agustina Gallino, Soledad Arriagada, Estela Vázquez, Adriana Crispi, Germán Díaz Pérez y Gabriel Palermo.
Con frescura y un lenguaje coloquial, cada uno de los capítulos -titulados por ejemplo “Sin wifi no hay paraíso”, “Clases con auriculares” o “Cronología de un año transformador”– narra vivencias tan únicas como universales de lo que fue adaptarse a la educación en pandemia, de la noche a la mañana, mediada por la tecnología, a través de la pantalla, online y con múltiples interrogantes.
“Sonido de notificación en el celular, una, luego otra, se iban sumando como tímidamente. Tres, cuatro, ocho, diez y al rato eran tantas que parecía un continuum. Perdieron la timidez. Llovían consultas: ‘¿cómo entro al Campus?’; ‘¿el profesor de Biología subió un nuevo trabajo?’; ‘-yo no lo veo’, ‘¿dónde está?’; ‘Che, no entiendo un corno el ejercicio 2 del taller de Matemática’, ‘¿quién me ayuda?'”, arranca uno de los capítulos y, por ende una de las miradas, en este caso sobre la llegada de mensajes que “no tenían horario, a las 23.00, a las 2 de la mañana o a las 6.40”.
Para Leandro Vecino, “se habló, y se sigue hablando mucho de lo que pasa en las aulas, pero no se escucharon tanto las palabras propias de quienes trabajamos en instituciones educativas; y ahí está también uno de los disparadores de la iniciativa”.
¿Cuáles son las principales enseñanzas que dejó la virtualidad en la comunidad educativa?
– Leandro Vecino: Tal vez la principal enseñanza fue la de haber saldado la discusión sobre el uso de la tecnología en las clases. Antes de la pandemia, había posiciones enfrentadas sobre si las computadoras, por ejemplo, generaban distracciones para estudiar y -por lo tanto- debían estar apagadas. Hoy ya nadie discute la importancia de tener una computadora para estudiar, pero lo que surge es un desafío más complejo aún: cómo vincularse con el uso de la tecnología para que efectivamente esté al servicio del estudio y no caer en las tantas y tan accesibles distracciones que la misma computadora ofrece. Lo que aprendimos es que la tecnología puede ser un facilitador y no un obstáculo, y lo que estamos trabajando para poder aprender es cómo vincularnos con ella para que eso sea así.
¿Cuáles son las dinámicas que, con la pandemia, llegaron para quedarse? En el contexto de clases a distancia hubo que afinar la creatividad, que innovaciones trajo la pandemia en lo educativo? ¿La bimodalidad llegó para quedarse?
– LV: Esperamos que lo que haya llegado para quedarse sea la posibilidad de usar la tecnología en favor de los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Hoy lo que se ve es una tensión entre quienes preferirían que la nueva presencialidad sea igual a la de pre-pandemia y quienes preferimos que haya una situación nueva que incorpore los mejores recursos de las clases a distancia. Si lo que incorporamos es que se pueda silenciar a alguien con un botón, que la cursada consista en un docente haciendo largas exposiciones monologadas, y que los exámenes sean choice que el campus virtual corrija automáticamente, estamos desaprovechando una oportunidad de generar aprendizajes más significativos y profundos.
Por eso, lo que buscamos es retomar las preguntas esenciales que nos hicimos allá en marzo de 2020 cuando recibimos el impacto de trasladar el funcionamiento del ISO a la virtualidad de un viernes para un lunes: esto que estamos haciendo, ¿puede o tiene que seguir haciéndose de la misma manera? ¿qué contenidos priorizamos? ¿cuál es la mejor táctica para lograr un conocimiento profundo? ¿cómo generar que la formación de profesionales sea integral y no una mera suma de materias aprobadas? Esas preguntas, por ejemplo, nos permitieron desnaturalizar algunas prácticas y llegar a evaluaciones que ponen a estudiantes frente a la necesidad de resolver situaciones y desafíos propios de cada profesión y que son evaluadas por docentes de distintas materias desde lo específico de cada una y no caer exclusivamente en la evaluación tradicional de la hoja en blanco que requiere más de memorizar que de otras habilidades imprescindibles para ser un buen profesional.
¿Crees que el coronavirus aceleró una transformación digital que estaba en camino a instalarse lentamente?
– LV: La aceleró, eso es indudable, pero hay que prestar mucha atención y trabajar mucho para que lo digital no se convierta en un fin en sí mismo. Hay que pensar en una educación que incluya instancias de bienestar digital para evitar la saturación, que no caiga en la falacia de pensar que más uso de computadoras implica más y mejores conocimientos, y que a la vez contemple a quienes están en desventaja por no acceder a los dispositivos y conexiones necesarios.