Con el horizonte blanco, sobre el suelo helado, el ruido sordo de los bombardeos y el futuro negro; un soldado encuentra una radio y sintoniza un partido de fútbol. La guerra de Malvinas finalizó formalmente el 14 de junio de 1982, pero un día antes, en medio del combate, la selección Argentina debutaba en el Mundial de España. Venía de ser campeón del mundo en el '78 y ahora contaba con una joven estrella de la que el mundo ya hablaba: un tal Diego Armando Maradona.
"En medio de un fuego cruzado encontramos una radio. La tenían unos chicos en la trinchera y seguramente habrá sido de algún 'kelper'. No me preguntes cómo, pero tocando cablecitos y orientando la antena de un lado para el otro, enganchamos a José María Muñoz relatando Argentina-Bélgica. De fondo se escuchaban los bombardeos, algunos de los cuales cayeron muy cerca nuestro. Y justo viene el gol de ellos. Empezamos a maldecir entre nosotros, a putear, a prometernos que lo daríamos vuelta. Estuvimos un rato escuchando esa secuencia y después nos tuvimos que ir de ahí porque los bombardeos estaban cada vez más cerca", contó el soldado Marcelo Rosasco, hoy periodista, en un documental de Deportv. La selección de Menotti perdió 1 a 0. Al día siguiente se anunció la rendición argentina.
Ni la guerra hizo que la pelota dejara de rodar. Según cuentan las crónicas de la época, desde las altas esferas llegó la orden de que el equipo se presentara y jugara el Mundial como si no pasara nada. No hubo demasiadas voces que se alzaran en contra de ello. Uno de los pocos fue Alfredo Di Stéfano, radicado en Madrid. "No es lógico que mientras unos se juegan la vida en las Malvinas, otros participen del Mundial para divertir a la gente", decía.
Pese a la guerra declarada el 14 de abril, Argentina jugó un amistoso contra la Unión Soviética. Empató 1-1 en la cancha de River y el juego fue transmitido por radio a las Islas. El 5 de mayo, tres días después del hundimiento del Crucero General Belgrano, donde murieron 323 argentinos, la selección le ganó a Bulgaria 2 a 1 en cancha de Vélez. Y el 12 de mayo el equipo de Menotti derrotó 1 a 0 a Rumania en la cancha de Rosario Central con gol de Ramón Díaz.
Malvinas tampoco había impedido que el torneo local se jugase. Incluso el día de la declaración de la guerra, el viernes 2 de abril de 1982, hubo un partido: Central Norte de Salta le ganó 1 a 0 a Mariano Moreno de Junín por el viejo y recordado campeonato Nacional que consagró a Ferro Carril Oeste, dirigido por Carlos Griguol, tras vencer a Quilmes por 2 a 0.
El domingo 4 de abril jugaron los rosarinos contra los mendocinos. Newell's derrotó 8 a 0 a Independiente Rivadavia (Jorge Gabrich, Sergio Almirón 2, Santiago Santamaría 2, Francisco Azzolini, Roberto Viglione y Orlando Vargas) y Rosario Central le ganó 2 a 1 a Gimnasia de Mendoza (José "Toti" Iglesias y Omar Palma). La Lepra terminaría tercero en su grupo, detrás de Quilmes e Independiente Rivadavia. Los canallas tampoco clasificarían en el suyo, al quedar terceros debajo de Estudiantes de La Plata y Talleres de Córdoba.
Maradona ya no jugaba en Boca, pero participó de "Las 24 horas de Malvinas", el programa solidario que condujeron Cacho Fontana y Pinky, al que miles y miles de argentinos se sumaron donando hasta lo que no tenían para que nunca les llegue a los soldados: "Estamos muy conmovidos, si a toda esta gente, que trajo cosas que quiere mucho, y a todos nosotros nos piden la vida, seguramente la daremos", dijo Diego, al tiempo que el conductor recordaba que fue él quien inició las donaciones aportando 100 millones de pesos de aquella época.
Tras el título de Ferro, el fútbol siguió su curso con la expectativa puesta en el Mundial de España, al que Argentina llegaba como candidata por haber levantado la copa en plena dictadura y por la renovación que encarnaban los jóvenes, entre los que se destacaba Maradona, el flamante refuerzo del Barcelona. Fue el Camp Nou el escenario del debut del equipo de Menotti, mientras los pibes de las Islas se jugaban la vida y escuchaban a Muñoz cuando el ruido de las bombas se apagaba.
También se fue apagando el rumor de Malvinas con el estallido y el estruendo de la democracia. Hubo un tiempo de silencio tras la guerra. Como la tensa calma que sucede a la tormenta. Los ex combatientes denunciaron que fueron silenciados y que se desplegó un velo que los cubrió y los invisibilizó. Probablemente, todo ello hijo de la culpa de una sociedad que no supo, que apoyó al principio y que a la larga se sacó la venda de los ojos.
"Habían pasado apenas 4 años de la guerra y las heridas estaban muy abiertas. En esa época no se hablaba de Malvinas, era un tema como prohibido, lo querían ocultar”, contó el presidente del Centro de Ex Combatientes Islas Malvinas de La Plata, Hugo Robert.
En el documental "La historia detrás de la Copa", que muestra la intimidad del plantel durante el Mundial de México 86, las referencias a Malvinas son inevitables a partir de la confirmación del cruce con Inglaterra. Tan es así, que Jorge Valdano, el futbolista poeta, escribió antes del juego: “Este será un partido ideal para que se confundan los imbéciles. El encuentro entre Inglaterra y Argentina tiene suficientes elementos como para que valga por sí sólo. Es por los Cuartos de Final. El que pierde queda eliminado. Además representa un choque de estilos absolutamente distintos. No se necesitan elementos conflictivos. No hace falta agregarle ningún condimento extra a esto que, de por sí, tiene un sabor futbolístico muy grande. La mezcla de política y el deporte es permanente. Pero la política no está metida adentro de una cancha. Allí somos hombres que tenemos la misión de jugar y no otra cosa. Es una oportunidad muy grande para darle una verdadera lección al mundo para establecer distancias con toda clase de histerismo”.
Valdano hoy reconoce que se equivocó en la percepción de aquel partido y coincide en que no supo medir o no pudo evitar el lugar común, tal vez para quitarse presión a sí mismo.
“Los días previos al partido, las Malvinas se convirtieron en protagonistas. Intentábamos centrarnos en el juego, pero todas las preguntas giraban en torno a ese tema, hasta el punto de generar una interferencia muy incómoda. El tema podía utilizarse como un factor motivante, pero tenía el peligro de que nos olvidáramos de jugar. Ahora, más allá de lo que yo pensaba antes del partido, el hecho de que hasta hoy se lo siga recordando de la manera en que se lo hace, demuestra que estaba equivocado. Parece increíble, pero no lo es, que el contexto político provoque que el gol con la mano haya convertido al mejor gol de la historia del fútbol en el otro gol. Había un resentimiento patrio muy grande contra Inglaterra. En la Guerra de las Malvinas, aunque solo sea por la desproporción de fuerzas, los ingleses metieron miles de goles con la mano. Esta devolución es totalmente menor y simbólica, pero no impide que sea tan festejada. Diego ese día representó a todos y se vengó de los ingleses por la Guerra de las Malvinas. Y eso lo convirtió en un referente sociológico y político. Podría haber retornado al país sobre el caballo blanco de San Martín, y hubiera estado bien”, dijo Valdano después.
La literatura sobre aquel partido y sobre aquel momento es infinita. El escritor Eduardo Sacheri en su cuento "Me van a tener que disculpar" lo expone de manera carnal: "No es un partido. Mejor dicho: no es sólo un partido. Hay mucha rabia, y mucho dolor, y mucha frustración acumulada en todos esos tipos que miran la tele. Son emociones que no nacieron por el fútbol. Nacieron en otro lado. En un sitio mucho más terrible, mucho más hostil, mucho más irrevocable. Pero a nosotros, a los de acá, no nos cabe otra que contestar en una cancha, porque no tenemos otro sitio, porque somos pocos, estamos solos, porque somos pobres. Pero ahí está la cancha, el fútbol, y son ellos o nosotros. Y si somos nosotros el dolor no va a desaparecer, ni la humillación ha de terminarse. Pero si son ellos. Ay, si son ellos. Si son ellos la humillación va a ser todavía más grande, más dolorosa, más intolerable. Vamos a tener que quedarnos mirándonos las caras, diciéndonos en silencio “te das cuenta, ni siquiera aquí, ni siquiera esto se nos dio a nosotros”. Y con semejante prólogo de tragedia, va ese tipo y se cuelga para siempre del cielo de los nuestros. Porque se planta enfrente de los contrarios y los humilla. Porque los roba. Porque delante de sus ojos los afana. Y, aunque sea, les devuelve ese afano por el otro, por el más grande, por el infinitamente más enorme y ultrajante. Porque aunque nada cambie allá están ellos, en sus casas y en sus calles, en sus pubs, queriéndose comer las pantallas de pura rabia, de pura impotencia de que el tipo salga corriendo mirando de reojito al árbitro que se compra el paquete y marca el medio".
Pero hubo más: "Hasta ahí, eso sólo ya es historia. El tipo, además de piola es un artista. Arranca desde el medio, desde su campo, para que no queden dudas de que lo que está por hacer no lo ha hecho nadie. Y aunque va de azul, va con la bandera. La lleva en una mano, aunque nadie la vea. Empieza a desparramarlos para siempre. Y los va liquidando uno por uno, moviéndose al calor de una música que ellos, pobres giles, no entienden. No sienten la música, pero van sintiendo un vago escozor, algo que les dice que se les viene la noche. Y el tipo sigue adelante. Para que empiecen a no poder creerlo. Para que no se lo olviden nunca. Para que allá lejos los tipos dejen la cerveza y cualquier otra cosa que tengan en la mano. Para que se queden con la boca abierta y la expresión de tontos, pensando que no, que no va a suceder, que alguno lo va a parar, que ese morochito vestido de azul y de argentino no va a entrar al área con la bola mansita a su merced, que alguien va a hacer algo antes de que le amague al arquero y lo sortee por afuera, de que algo va a pasar para poner en orden la historia y las cosas sean como Dios y la reina mandan, porque en el fútbol tiene que ser como en la vida, donde los que llevan las de ganar ganan, y los que llevan las de perder pierden. Se miran entre ellos y le piden al de al lado que los despierte de la pesadilla. Pero no hay caso, porque ni siquiera cuando el tipo les regala una fracción de segundo más, cuando el tipo aminora el vértigo para quedar de nuevo bien parado de zurdo, ni siquiera entonces van a evitar entrar en la historia como los humillados, los once ingleses despatarrados e incrédulos, los millones de ingleses mirando la tele sin querer creer lo que saben que es verdad para siempre, porque ahí va la bola a morirse en la red para toda la eternidad, y el tipo va a abrazarse con todos y a levantar luego los ojos hacia el cielo. Y hace bien en mirar al cielo, porque no sé si sabe, pero ahí están todos, todos los que no pueden mirarlo por la tele ni comerse los codos", escribe Sacheri.
Para los héroes sobrevivientes, Maradona es Malvinas, es la venganza del pobre. Claro que Malvinas es mucho más que un partido de fútbol, mucho más que dos goles -por más geniales que sean- a Inglaterra, mucho más que ganar un mundial, pero si para los ex combatientes Diego es "el reparador de sueños" por qué los ciudadanos vulgares y corrientes no podemos subirnos a sus alas: “Siempre sostuvimos que el fútbol no es la guerra y que no existe la venganza deportiva. Pero ese día los ingleses la comieron. No tengo dudas de que en ese gol, Diego llevaba la bandera. Sé que no hay que mezclar, pero ese día llevaba la bandera, la llevaba”, dijo Robert.
"El honor y la gloria es toda para ustedes, muchachos. A nosotros nos queda el orgullo. Las Malvinas son argentinas!", escribió Maradona en su cuenta oficial de Instagram la última vez que el superhéroe pudo saludar a los héroes de verdad.
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