Miguel Lifschitz tenía una cualidad que no abunda en los líderes del progresismo argentino: conectaba muy bien con los grandes empresarios, con el poder económico, en este de caso de la provincia y la ciudad.
¿Cómo se concretó esa conexión? Más allá de sus cualidades personales, de su formación profesional y de su estrategia de construcción política, coincidió conceptualmente con el gran empresariado en dos temas claves: otorgarle un papel fundamental a la inversión privada en el desarrollo económico y social y que el empresariado necesita costos accesibles y expectativas de rentabilidad para invertir fuerte. Pero adonde Lifschitz se corría del libreto liberal era que el profesaba que todo ese proceso debía encararse con una fuerte centralidad del Estado.
Esa confianza que se ganó en los sectores económicos permitió que los más importantes hombres de negocios de la ciudad abran la billetera para proyectos en los que usualmente no invertirían un peso, como el transporte publico urbano. Y fue así que en 2007 aportaron el 65% del capital en la formación de la emprersa Mixta con la que la Intendencia absorbió recorridos de línes a cargo de empresas privadas que caían en masa.
Cercanía que le permitió, además, convertir a los empresarios de la ciudad en una suerte de embajadores del "modelo Rosario" en los círculos más importantes del establishment nacional. Y que los empresarios hablen bien del gobierno de su ciudad es tomado muy en cuenta por los hombres de negocios foráneos al definir nuevas radicaciones para sus desembolsos.
Pero, precisamente, ese acercamiento conceptual y táctico también le dio legitimidad y fortaleza para ponerse el casco y tomar medidas que lo pusieron en la vereda de enfrente de los empresarios. Por ejemplo, hacia 2008 con la sanción del Código Urbano que limitó las construcciones en altura en gran parte la ciudad despertó fuerte malestar en constructores justo en pleno boom de inversiones en real state en la ciudad. Y pese a la críticas se mantuvo firme y sostuvo a quienes desde su gestión tuvieron que resistir el embate.
También en esa línea se anota la implementación de exigencias de fuertes contraprestaciones en inversión pública urbana a los desarrolladores privados que encaraban grandes proyectos inmobiliarios en Rosario. Exigencias reales y concretas al capital privado que pocas ciudades del país se animan a implementar.
Ya como gobernador de Santa Fe también siguió con esa impronta. Por ejemplo, le dio un giro a la orientación de la obra pública provincial de sus antecesores socialistas Hermes Binner y Antonio Bonfatti, quienes habían concentrado los fondos en la inversión en infraestructura social, al sumarle fuertes desembolsos en infraestructura productiva, como un histórico plan de obras viales que hoy es muy valorado en el interior, sobre todo en medio centenar de pequeñas localidades que por sus accesos intransitables estaban casi desconectados de la provincia.
Y al mismo tiempo -si bien siguió la tradición de cuentas públicas ordenadas provinciales inaugurada por el justicialismo en los 90- no se desesperó con tener supéravit fiscal y, siempre prolijamente adminsitrado, convivió sin pesar con déficitis en las cuentas públicas, un rojo del que tanto renienga el gran empresariado.
Lo cierto es que ese empalme -claramente correspondido como se percibía en sus recorridos por la Bolsa de Comercio o la Fundación Libertad, adonde siempre fue el preferido entre los socialistas- le valió, precisamente, no pocos ceños fruncidos en sectores de la militancia socialista siempre más a gusto con una retórica discursiva que tome más distancia de los grandes inversores y también de encumbrados dirigentes de su partido más oscos en el trato (público) con los sectores económicos mas influyentes.
Para entender ese enlace con los empresarios que Lifschtiz logró -además de tomar en cuenta su propia formación como ingeniero civil y su concepción de armado político que buscaba siempre ensanchar los límites- también hay que tomar en cuenta que fue un intérprete del tiempo económico en el que gestionó la ciudad y la Provincia.
En efecto, así como en su segunda intendencia Binner tuvo que centralizar su agenda en la políticas de contención y promoción social producto de la crisis y el estallido de la convertibilidad, Lifschtiz asumió en 2003 con las primeras señales de la reactivación que llegaban desde el campo a las grandes urbes. Y supo capitalizarlas en inversiones para la ciudad.
Es que, cómo Néstor Kirchner a nivel nacional, Lifschitz gobernó la ciudad capital de la soja cuando la oleaginosa tenía precios récord y los chacareros compraban por teléfono departamentos en la ciudad para sus hijos que venían a estudiar.
Pero así como es difícil navegar con viento en contra, dicen los que saben que si el capitán es malo también el barco se puede dar vuelta con viento a favor. Y Lifschitz tuvo la capacidad para aprovechar esa recuperación económica y lograr que Rosario se convierta para 2005/2006 en la ciudad del boom económico despegándose de la imágne de la ciudad de la pobreza, los saqueos y los come-gatos que tuvo en los 90. Un oasis entre dos infiernos ya que por aquel tiempo faltaban todavía 10 años para que Rosario se convierta en la ciudad de las balaceras y la insportable inseguridad.
Dicen quienes siguen al milímetro los corrillos internos del socialismo que esa bonanza económica que hubo hasta 2008 llevó a su gestión municipal a bajar la guardia en la atención y promocion social de los barrios alejados de la ciudad, un deterioro que emergió a partir de la crisis de 2009 pero se empezó a notar fuerte hacia 2011 cuando cambió el ciclo económico nacional y empezaron a suceder años de crisis.
Si así ocurrió, Lifschitz aprendió la lección ya que como goberandor (su gestión coincidió con la presidencia de Mauricio Macri, que tuvo tres años para el olvido con disparada inflacionaria y crisis industrial) apostó millones a un programa de promción social como el Plan Abre, que significó un salto cualitativo para las políticas provinciales implementadas hasta el momento.
También supo capitalizar que justo antes de asumir en la Casa Gris, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ordenó al gobierno nacional dejar de descontar a Santa Fe el 15% de la cooparticipación para financiar el Ansés que hacía desde 2006 (gracias a una audaz gestión política y judicial inaugurada por Binner y seguida por Bonfatti), encontrándose así con millonarios fondos no previstos en el presupuesto. Una montaña de dinero que Lifschitz invirtió exclusivamente en bienes de capital y que dejó como saldo un fuerte aumento del patrimonio de la provincia y no del gasto corriente de su administración.
En definitiva, una de la huellas que deja Lifschtiz es mostrar que se puede articular favorablemente la política pública con la inversión privada; el Estado con el Mercado. El inicio del camino está trazado.