Martín Palermo, el Burrito Ortega, Mario Alberto Kempes, Gerardo Daniel Martino. Claros ejemplos de ídolos futboleros que han sido homenajeados en diversas oportunidades. Sin embargo, también existen cracks de la redonda que no han obtenido un merecido reconocimiento. Tal es el caso del Larry Sandalia.

Larry Sandalia es de origen hawaiano, aunque su madre era chinela. En una cálida mañana de verano, su mamá pujó, pujó y pujó hasta dar a luz a una criatura de cabellera abundante. “¡Es igual a Larry!”, vociferó la partera, regalándole su apodo, mientras se sacaba su vincha violeta y se la colocaba al recién nacido, un verdadero milagro de la naturaleza.

El niño Larry creció, al mismo tiempo que su ondulado cabello, y comenzó a evidenciar su pasión por el fútbol. Aunque sus padres le regalaron unos botines Adudas, floja imitación de una reconocida marca, él prefería jugar en sandalias, para desarrollar una mayor sensibilidad en el remate con “tres dedos”.

Larry se destacaba entre los purretes del barrio. Con sus uñitas negras, merced a la tierra y los pisotones recibidos, dibujaba fantasías en el potrero. Una tórrida tarde, estaba jugando en la canchita y justo pasó por allí el plomero del barrio, el señor Bernardo Griffo. El señor Griffo, además de ser plomero, era descubridor de talentos futboleros. Y quedó gratamente sorprendido al divisar a Larry, un verdadero prodigio a la hora de pisar y esconder el balón bajo sus desgastadas sandalias.

Días después, Sandalia empezó su recorrido por las divisiones inferiores, convirtiéndose en un futbolista polifuncional, hasta que llegó el esperado debut en Primera. Aunque fue tentado por la marca deportiva Tía Dora, siempre se negó a jugar con botines.

Es muy recordado el gol que le hizo a Ferro, en Caballito, disparando el balón con una potencia inusitada. El esférico se clavó en el ángulo superior izquierdo y su sandalia derecha salió despedida como una flecha, impactando en un cartel publicitario que contenía un dibujo de Fido Dido. Inolvidable.

Cada vez que convertía un gol, Larry se dirigía al banderín del córner, se descalzaba y bailaba el “Pata Pata” junto a sus amigos Rulo París y Ojota Jota López. Pero, a los 33 años, sus dolorosos juanetes anticiparon el retiro definitivo. Sus estadísticas finales indican 36 goles convertidos, 2 expulsiones y 486.527 espinas clavadas.

He aquí un pequeño homenaje al Larry Sandalia, un personaje que llegó a nuestro fútbol para desdramatizarlo y jugarlo con alegría.