“De los laberintos se sale con investigación y lucidez. Cuidémonos”. La frase de Fito Paéz cerró el recital del último sábado en el Hipódromo del Parque Independencia. El llamado del músico rosarino a no relajar los cuidados en medio del incremento de casos de covid-19 llegó a dos horas de comenzado el show y después de un año y nueve meses del concierto suspendido en ese mismo escenario por la pandemia.
En el plazo más largo, Páez editó un nuevo disco –Los años salvajes–, avisó que hay otros dos en camino y fue reconocido con el Premio a la Excelencia Musical en los Grammy Latinos 2021.
En el plazo más corto (el concierto) Fito recuperó 23 canciones de sus discos en un arco de tiempo que fue de “Yo vengo a ofrecer mi corazón” (1985) a las flamantes “Vamos a lograrlo”, “Lo mejor de nuestras vidas” y “La música de los sueños de tu juventud" (2021).
En el show, también tuvieron su revancha “La canción de las bestias”, “Nadie es nadie” y “La conquista del espacio”, del disco homónimo cuya presentación se mancó el 13 de marzo de 2020.
Coki and The Killer Burritos abrió la noche a las 20.20 con (también) un repaso de canciones y el aviso: “Tocamos el 18 de diciembre en el Anfiteatro del Parque de España”.
Entre Coki y Páez, estuvo “Salva”, el joven con máscara de zorro que “une” las historias rockeras animadas de El baile de los salvajes, la producción audiovisual de Martín Ameconi.
En el corto –que pudo seguirse por las pantallas laterales al escenario– tres “desconocidos” (entre los cuales está Salva) viajan a Rosario a ver a Fito. Finalmente lo logran por la intervención del autor del “Tema de Piluso”, primera canción del concierto.
“Al fin”, lanzó Páez; una expresión de alivio compartida en esa suerte de rapto de normalidad que hizo que 6.000 personas asistieran a un concierto sin que medie espacio entre ellas en las filas de sillas.
De traje verde casi todo el show –el resto vistió de negro y blanco–, Fito (en piano) se puso al frente de una banda integrada por Juani Agüero (guitarra), Juan Absatz (guitarra, teclados y voces), Gastón Baremberg (batería), Diego Olivera (bajo) y Carlos Vandera (guitarra, teclado y voces).
Ese sexteto rockeó en “Naturaleza sangre”, ofreció una versión casi acústica de “Tumbas de la gloria” y funkeó en “Insoportable”.
“Para vencer al bicho hay que ser inteligente”, advirtió Páez. Y para sortear los problemas hay que tener oficio. Eso hizo el ex alumno de la Dante Alighieri al improvisar una versión de “El aguante”, de Charly García.
“11 y 6” abrió un canal emotivo por el que también transitaron “Al lado del camino” (y sus “palabras que sobrevivieron bien”), "Tumbas", “Yo vengo a ofrecer mi corazón” y “Brillante sobre el mic”, esta última con el escenario entre sombras y los celulares encendidos conformando "un mar de fueguitos".
“La peña está conectada para volver, tocar, cantar y abrazarnos”, indicó Fito para, en otro momento del concierto afirmar: “Entiendo que es un acto de amor incondicional. Pero todo esto es una tribu y a mí me tocó cantar y poner las palabras".
Pasa que las canciones pueden ser entendidas como documentos inalterables. Pero en un concierto, asumen una carnadura única: son producto de un aquí y ahora.
Se pueden bailar, cantar, llorar, instagramear y hasta cuestionar por qué esta y no aquella. Pero más allá del humor personal, es en el entrelazado colectivo que se definen, que se vuelven marcas generacionales.
“El chico de la tapa” y “Ciudad de pobres corazones” –que sonaron en ese orden y con una media hora de diferencia– son dos ejemplos de ello.
“Una canción necesaria porque estas cosas sigue pasando”, advirtió el tecladista antes de cantar el tema que da nombre a su cuarto álbum, que cerró con un extenso solo de Agüero.
“El amor después del amor”, “Dar es Dar”, “Mariposa Tecknicolor” –con Páez en maracas– y “Polaroid de locura ordinaria” fueron los cuatro bises, el último, arrancado a fuerza de aplausos.
Tiempo cumplido y revancha para un recital que mantuvo una pausa de casi dos años.