Ante una multitud de más de 12 mil chicos de escuelas de distintas partes del país. Ése fue el escenario elegido por el presidente Mauricio Macri para presentarse en Rosario por el Día de La Bandera.

La aparición, co organizada con la Municipalidad de Rosario y la provincia de Santa Fe, dejó tranquilidad en tiempos de turbulencia por el rol del radicalismo en el Frente Progresista a nivel provincial y Cambiemos a nivel nacional. Pero la factura más amarga de los vecinos al gobierno local no pasa por las arenas distantes de la política. Se sembró una idea inexacta: el Monumento cercado y los locales lo permitieron.

Vamos por partes. En realidad, quedaron atrás los momentos en que un primer mandatario se transformaba en “orador único” y el Monumento era copado por cantos y consignas políticas, cuyas banderas tapaban la visión de los que no tenían nada que ver.

El momento de mayor carga emotiva en relación con los símbolos patrios que esta ciudad tiene dejó de estar empañado por ese sino sobre todo de los últimos 4 años. No se escuchó un “vamos por todo”, como aquel entonces, pero tampoco se vivió un acto cuya expectativa pasaba por algo simple: un presidente presenciando el desfile cívico militar y cerrando su participación.

Mauricio Macri es un presidente que tantea al poder en un momento delicado. La “grieta” conspira contra cualquier mensaje y el malestar por la suba de tarifas y quita de subsidios, sumado a la inflación de cifras altísimas, presentan un presidente en guardia. No acostumbrado a las demostraciones de fervor popular, que evidentemente lo descolocan. Por eso, ayer privó la precaución. Por eso el mega operativo de Policía Federal, Gendarmería, grupo de francotiradores Halcón y asistencia de Tropa de Operaciones Especiales (TOE).

Un exceso de precaución: fundir dos actos. Porque Macri no vino al Acto del Día de la Bandera, vino a una Promesa de Lealtad “en” el Día e la Bandera. El acto local empezó antes, Macri se acopló y habló de vencer pobreza y narcotráfico, cuidándose de no pisar ningún callo. Respetuoso pero vigilante. Cayó repentinamente en el canto, probablemente una inocentada de los niños que comenzaron a vitorear “sí se puede”. Un miembro del gabinete de Lifschitz se sorprendió coreando esta consigna hasta que le advirtieron que había sido slogan de campaña.

Y como en Argentina tenemos vasta experiencia en picardías políticas, muchos fueron los que dijeron “este es un acto político; usan a los pibes como La Cámpora cuando iba a las escuelas a repartir libros de propaganda o remeras con el sello”. Otra inexactitud, que en tiempos crispados como estos, divide aguas. Justo en el día en que prometimos que no nos iban a dividir: ante nuestro símbolo máximo.

Para muchos, la elección de escenario en la Promesa de Lealtad a la Bandera, que este año se viene realizando desde el 8 de junio, fue quedarse a mitad de camino. Ni Macri protagonizó el acto ni lo monopolizó. La organización desconfió de la Multisectorial, agrupación que reúne sindicatos, comerciantes y militantes políticos. La idea era clara: evitar que accedan. Todo terminó a los sillazos de manifestantes a gendarmes en Rioja y Buenos Aires. La heladería dueña de las sillas y mesas con que corrieron a los manifestantes, nada que ver por supuesto. O si, tal vez haya helados macristas allí, dentro de la grieta nada se sabe con exactitud.

Un saldo más que desagradable: un concejal del Movimiento Evita, Eduardo Toniolli, que fue golpeado por Gendarmería cuando se intentó trasponer el vallado. Según contó, radicó la denuncia correspondiente y las imágenes que mostraban los sillazos a los gendarmes sucedieron después de la agresión al militante de Hijos.

El sabor amargo no se nos irá, aceptémoslo. Pirro de Epiro, el general griego en su campaña contra los romanos, tras ganar una de las batallas en la guerras Macedonias contra Tarento (Roma), pronunció una frase para la posteridad: “Otra victoria como ésta y volveré a casa yo solo”. De ahí la expresión “victoria pírrica”. Eso es lo que deben entender muchos movimientos políticos que ante el bochornoso episodio de corrupción del ex secretario de obras públicas José López hicieron mutis por el foro y se horrorizaron cuando comprobaron el momento de desorientación política que generó dentro del kirchnerismo. A muchos, el miedo al descascaramiento los paralizó.

Otros, representantes en el Congreso elegidos por el voto popular, arengaron a periodistas a que acentúen sus informes poniendo el foco en “el miedo que meten tantos militares en la calle”, en una clarísima intención de asociar a Macri con la dictadura. Pero no se horrorizan con el latrocinio de López. Una vez más, inexactitudes.

Muchos de ésos sintieron que ganaron, “porque le aguaron la fiesta a Macri”. A costos tan altos es admitir lo que es: una derrota de todos. Porque seamos maduros: la culpa no es de los demás. No son Macri ni Cristina. Los que politizamos o no un acto también somos los que interpretamos. Los que nos sentimos obligados a elegir entre dos fuegos caemos una vez más en el engaño y decimos verdades a medias.

Las verdades que convienen. Las que no nos incomodan. La verdad, ya se dijo, no es ni buena ni mala, lo que no tiene es remedio.