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Muy prolijamente acomodados en el living, algo desordenados en el estudio y relajados sobre la mesita de luz, Roberto Echen tiene sus libros. Lee varios al mismo tiempo y en distintos idiomas. Cada tanto elige uno y lo separa de la manada para llevarlo en su mochila a donde vaya. Es el libro que lee “en tránsito”. Cuando espera a un alumno, a un artista, a un amigo.

Estudió ingeniería pero su pasión es el arte. Fue director artístico del Castagnino+Macro –decisión en la que se inmiscuyó el I-Ching– y ahora, además de producir sus propias obras, es curador del CEC y docente.

Al momento de la entrevista escribía “duramente” un nuevo libro. Se había lesionado el brazo izquierdo y el proceso de redacción se puso rígido.

Su amor por la lectura comenzó a muy temprana edad, apenas si pasaba los tres años cuando ya le leía a su hermano menor. La juventud estuvo marcada por Julio Verne y la vida entera por Jorge Luis Borges. “Es un autor del que no podría prescindir nunca. Siempre, siempre hay que leer a Borges, jamás falla”, enfatiza.

De Antoine de Saint Exupery, en cambio, sí. “El Principito me parece una mersada total. Se que es un libro muy querido, pero me parece una cosa terrible, kitsch, consoladora total”.

¿Qué libro recomendó para el Club de Lectura y sobre cuál creía que pesaba un hechizo?