Hace tres años que el escritor argentino Ariel Magnus se instaló de nuevo en Berlín. Esta vez, ya se animó a escribir y publicar en alemán, cosa que lo divierte sobremanera porque considera que se trata de una tremenda irresponsabilidad suya. Su último libro en castellano, linkea, una historia entre sus dos países a través de la pornografía y su propia familia, La fiesta del fauno. Una obra que viene pensando hace 20 años. 

Los clásicos que hay que leer sí o sí, y la escritura como rutina y obsesión. 

–Sos un autor muy prolífico, ¿no podés estar sin escribir?

 

–Diez años antes de empezar a publicar ya medio que era lo que hacía todo el tiempo. Tampoco espero de nadie, no espero ni que mi mujer lea todos mis libros.

–¿Tenés libros sin publicar?

 

–Por lo menos la misma cantidad que ya están publicados. Cuando los escribo nunca se cuál se va a publicar y cuál no. Hay veces que digo “éste está buenísimo, el tema va a andar bárbaro”, y no le encuentro editor. Y algunos digo, “bueno, no se”.

–Los libros que tenés “en parrilla”, ¿por qué están ahí, porque pensás que no es el tiempo o que les falta pulir?

 

–Empecé a escribir de muy chiquito y escribí bastante, a modo de juego en algún momento y se puso cada vez más serio, pero yo no quería publicar. Entonces, creo que a partir de los 17 empecé a escribir prácticamente todos los días mucho y siempre escribir libros, o cuentos, pero siempre adentro de un libro de cuentos. Me gusta la unidad del libro, me gusta pensarlo así.

No quería publicar, no leía autores vivos y eso lo hice mucho tiempo: 10 años. Así que esos libros no estaban pensados para publicar, no me parecía que se podían publicar, no me interesaba publicar, no estaba pensado para ningún lector, no había comunidad de publicación. Hasta que pasó con un libro que no lo pude terminar, que era un libro hecho con notas al pie. Solamente notas al pie. Empezabas en cualquier lado e ibas de una nota a la otra en un círculo infinito. Mil notas al pie hice. Eso fue cuando llegué a Alemania en el '99 y descubrí las bibliotecas.

Agarrás un cuento de (Jorge Luis) Borges y pensás que Borges está inventando todo, mentira. El 98 por ciento de los autores existen, después a un 2 por ciento inventa. Cuando vas a Buenos Aires algunas cosas encontrás, pero acá vas a la computadora y ponés “tal otro”, y pum encontrás. Además podés sacar 50 libros. Y así iba haciendo notas y notas, me divertí muchísimo pero nunca lo pude terminar y fue como un shock no terminar un libro, yo siempre terminé los libros. Estaba hablando con una amiga, no sabía qué escribir, y una amiga me dijo “escribí un libro sobre mí”. Me dice mi amiga Sandra. Y ese fue el primer libro que después se publicó y a partir de que empecé a publicar quiero publicar todo. Así como antes no tenía criterio para ver qué se publica o no, ahora tampoco tengo criterio. Me falta criterio comercial, tengo criterio con los temas porque yo escribía de chico y mi madre en vez de mandarme a un taller literario, me mandó a un taller de periodismo.

Entonces a mí me enseñaron a buscar temas, a investigar temas y medio que muchos libros los pienso así. A veces con el tema lográs publicar. Yo publico lo que sea, como sea. Y sí, los libros cuando los termino los súper corrijo. No le falta pulido, no le falta nada. Obvio, lo agarro después de 10 años, lo miro ¡¿y esto?! Pero en el momento se terminó, lo hice, trato de publicarlo y si no se puede igual ya estoy escribiendo el próximo. O sea, yo termino un día y al otro, empiezo el próximo, o ya lo vengo preparando. A la mañana escribo y a la tarde lo voy preparando. Es un continuo, un poco de ansiedad. No se qué es pero me gusta. Tampoco es que escribo tanto. En el momento de escribir, estoy mucho tiempo boludeando. Quizás me tomo cuatro horas en una página y hay días en que tengo que hacer algo, pero tengo media hora y escribo una página. Entonces, tres horas y media boludeando.

–Igual, tenés una conducta muy disciplinada...

 

Soy una rutina con patas. No solamente en mi casa, a cualquier lugar que voy tengo todo armado porque sé lo que necesito para funcionar en cada lugar y solamente funciono en rutina. Lo que sí aprendí es... De chico viajé bastante por Asia y escribía todos los días, todos los días viajando por Asia con un dólar por día. En cualquier lugar me sentaba a escribir y sabía las cosas que necesitaba: el café, los cigarrillos... Necesitaba un par de cosas y me concentraba. Así que sí, súper disciplinado, súper rutinario al punto de decir “bueno, yo esto lo elegí, es lo que me gusta y estoy feliz”, pero me veo de afuera y digo “¡qué vida de mierda! ¿cómo puede ser que hayas elegido esto?”.

–Recordaste el taller periodístico, ¿qué te aportó?

–Si me pongo malvado, me aportó no ir a un taller literario, salvarme de los talleres literarios. Pasa que todo lo que te aporta el periodismo para la literatura puede no ser útil. Una sensibilidad para el espacio. Yo improviso mucho, pero supongo que gracias a que me enseñaron a escribir notas que tienen una cantidad de caracteres, los ritmos los manejo intuitivamente. Y aunque no se qué va a pasar ni nada, se va armando y me parece que los libros van quedando armoniosos; a veces, me parece que demasiado armoniosos y la forma le gana al fondo y eso un poco me molesta, a la vez yo me crié en la escuela de las vanguardias y siempre me interesó más la forma que el contenido. Ahora me estoy poniendo viejo y el contenido me interesa de pronto, así que hay una combinación.

Después lo del tema y lo de investigar, lo disfruto muchísimo. Tengo muchas ideas por día, o sea, tengo ideas de libros para diez mil vidas. Después cuando llegás a la idea a veces no sirve para nada, pero las tengo anotadas, no me las olvido y algunas quedan, quedan, quedan y pueden quedar como el libro que tardé 20 años en escribir. Veinte años. La fiesta del fauno.

Y al momento de elegir qué escribir yo me doy cuenta que también elijo cómo voy a vivir los próximos meses, qué voy a leer, en qué mundo me voy a mover y eso es de periodista. Es como si me mando yo mismo de corresponsal a un tema. Y a un tema significa a los libros que se han hecho sobre ese tema y eso lo disfruto un montón, es lo más lindo. O sea, escribir es lindo, tiene buenos momentos sobre todo cuando te sale bien, pero más lindo es meterte en un mundo que no conocés, leer muchos libros, saber que los lees para algo, que vas a poder opinar sobre eso. Me interesa opinar sobre las cosas. Una cosa es leer porque sí, otra cosa es leer sabiendo que lo vas a usar en la novela.

–Y finalmente, ¿cómo elegís el tema? Por ejemplo, con La fiesta del Fauno que tardaste 20 años en ponerte a escribirlo.

 

–No lo se. Por ejemplo, cuando viajaba no tenía cámara para no sacar fotos para ver cosas y anotarlas. Para que lo que veo sean ideas para escribir y no ideas de fotos. Quizás es un poco ingenuo.

No tengo redes sociales porque estaría todo el día con eso. Estaría viendo tuits todo el tiempo, o Instagram o lo que sea y no quiero, no quiero. Yo prefiero no tener mil ideas de tuits, y una de libro. Yo con eso soy feliz y tengo muchas. Me la paso todo el día pensando en libros y puedo ser insoportable. Me podés estar contando algo súper íntimo y yo te estoy escuchando, pero de repente se me ocurre una idea de libro y te la tengo que decir además. “¿No me estás escuchando?”. “Sí, te estoy escuchando pero además en otro nivel, así como otro está pensando qué bueno esto para hacer un meme o no sé qué, yo estoy pensando, qué bueno para un libro”.

De esas tengo muchas por día, anoto una parte y voy acumulando archivos, que después los subdivido cada tanto y después los repaso. Hay una lucha de ideas, algunas triunfan y se quedan ahí. Y se quedan y se quedan.

–¿En cuáles autores siempre encontrás buenas ideas?

 

–Si a vos te gustan las ideas, con César Aira es imposible no irte conforme con un par de ideas. Podes irte disconforme con otras cosas, con el desarrollo psicológico de los personajes, o el suspenso, o el final, o cosas así que a mí mucho no me interesan. Ahora tenés ideas.

¿Querés disfrutar, gozar del lenguaje? Agarrás un Marcelo Cohen, cualquier libro, vas a gozar. Agarrás cualquier cosa y desde la primera línea entendés porqué existe la literatura y porqué va a existir siempre. Hay algunos que son así, no sé si por eso voy y los agarro.

Muchos autores disfruté un montón, (Jorge Luis) Borges, (Julio) Cortázar, cuando era más chico después medio que no vuelvo. Quiero otras cosas. Tengo una cosa medio mimética, que es cuando leo algo que me gusta después quiero escribir como eso y cuando me leo no estoy muy conforme con lo que escribí porque es una imitación berreta y prefiero escribir mal, pero que sea mío.

Eso sí, soy de engancharme con autores. Si me gustan quiero tratar de leer todo lo que consiga. A la vez, como como escribo bastante con temas, últimamente estoy leyendo mucho sobre temas; o sea cosas que no leería en la vida y las leo porque son para un libro.

–¿Cuáles son los autores que “agotaste”? ¿Te gustó todo lo que escribieron por igual o hubo alguna obra o aspecto de su vida que te defraudó?

 

–A mí la vida de los autores no me interesó nunca. Los autores me parecen completamente aburridos y no me interesa nada de lo que hagan. Cuando me presentan un libro y dicen que es una historia verdadera, que le pasó al autor... no. Yo si leo tu libro quiero saber lo que te imaginaste, no me interesa que lo hayas vivido. No me suma.

Es un poco contradictorio porque a la vez yo hice una biografía de Juan Filloy, grandísimo escritor, y haciendola hice una interpretación de sus libros y puse muchas cosas de su biografía que es algo que a mí no me interesa como lector porque ¿qué aprendes? Me decís, "acá el personaje usa una camisa roja porque él usa camisas rojas" ¿Y qué aprendí? ¿Que el tipo usa camisas rojas? Me tiene sin cuidado. Si ese rojo simboliza algo, si se relaciona con otro libro, es mucho más rico que la relación con la vida del tipo que a mí no me interesa. Al menos que sea una persona que tenga una supervida y entonces es interesante su vida y lo lees así y es lo que lees.

Si vas a leer literatura, la relación con la vida del autor no me parece que sea... pero a veces aclara cosas. Pero incluso cuando aclara cosas, la lectura que arroja es pobre.

Normalmente, cuando me engancho con un autor –estoy pensando sobre todo cuando era más chico– me convierto en hincha y si no me gusta, me gusta igual, lo voy a defender. Cortázar, Borges, (Juan Carlos) Onetti, Macedonio (Fernández), (Roberto) Arlt, de los nuestros. De los alemanes, (Franz) Kafka, Thomas Mann, (Friedrich von) Bernhardi. Y los ingleses que me encantan. Realmente los leía y me gustaba todo. Sí hay libros que me gustan más y menos. Estos son todos genios.

Después están en los contemporáneos que tienen buenos libros y buenos líos, estamos nosotros digamos. Pero estos son genios, tienen un nivel sostenido. Y lo que no te gustan tanto ya entendés que son preparatorios para lo otro, todo termina cerrando a mi gusto.

–Mencionaste autores alemanes, vivís en Alemania, ¿cuánto influyó en tu literatura?

 

–Al principio quizás no, pero no lo tenía muy en cuenta. Me vine a vivir a Alemania en el 99, volví en 2005 y ahora estoy acá desde 2020. Desde que me vine a vivir acá sí, cambió completamente. Ni bien llegué lo primero que me puse a hacer fue a traducir. Antes tenía una relación problemática con el alemán, no me gustó estudiarlo en el colegio, no le encontraba onda. Recién cuando me vine a vivir a Alemania descubrí una faceta del alemán que no conocía: escritores que escriben humor, contemporáneos y me empezó a encantar traducir. Ahora ya terminé pensando en alemán y escribiendo en alemán. Ya publiqué dos libros en alemán. Y me encanta escribir en alemán porque es un acto súper irresponsable. En castellano cada vez que ponés una frase tenés a Jorge Luis mirando, diciendo "¿Esa palabra?" Tenés un bagaje.

Y en alemán el expertise es menor en mi caso que no nací acá, entonces soy irresponsable. Ahora están las dos cosas súper mezcladas y me gusta.

–En Muñecas hay una discusión entre los personajes sobre qué es mejor, regalar lo que al otro le gusta aunque uno lo considere una porquería, o regalar algo que le guste a uno. ¿Te planteás esa disyuntiva cuando recomendás o regalás libros?

–Totalmente. No me acordaba que eso estaba en ese libro. Muñecas salió en el 2006 o 2007 y además lo había escrito hace muchos años. Pero esto es completamente así.

Tengo una anécdota. Me acuerdo en algún viaje estar hablando con alguien y justo había leído a (Hermann) Hesse, Siddhartha, algo así, y me había parecido malísimo y estuve hablando pestes de ese libro. Y después nos fuimos, nos encontramos con otra persona y esa persona no sé qué dijo y le digo, “te recomiendo Siddharta, te va a encantar”. A él le va a gustar. Le puedo errar perfectamente porque no conozco a la persona, pero me gusta recomendar y por eso no me gusta regalar para cumpleaños. Prefiero regalarte en otro momento, “me acordé de vos porque sé que este libro te va a gustar”, y te lo regalo ahora.

Después hay clásicos que aunque no te gusten, tenés que leer. Este tipo tenés que leerlo porque es un genio y si no te gusta entonces ya hay toda una parte de la genialidad literaria que ya sabés que no te gusta y está bien; pero sabé que no vas a encontrar nada mejor que esto. Hay absolutos, pero son pocos.

El Ulises de (James) Joyce a mi me encanta, no se lo recomendaría casi nadie. Es muy poca gente que puede ser que lo disfrute y seguramente esa persona ya lo sabe de antes.


–¿Cuáles son esos genios ineludibles?

 

Cervantes, Quevedo. El Quijote es un lugar común, pero no me importa, lo afirmo. O sea, no porque es un lugar común lo tenés que leer, lo tenés que leer si te querés divertir, si querés ver cómo la literatura puede explotar la imaginación, si querés ser escritor, ni hablar.

Y más modernos, Kafka es otro. Es medio difícil que no lo pueda recomendar. Después el genio de (Samuel) Beckett. Si es alguien que disfruta mucho de la literatura pero necesita un poco de acción no le vas a encajar eso.

Después hay genios que no me interesan mucho e igual los leí y los uso, tipo (Marcel) Proust. Claramente un genio, a mí me aburre. Lo usé pero poco irónicamente. Prefiero a (Gustave) Flaubert. Ahora salió una nueva traducción de Madame Bovary, no la vi, pero la recomiendo de (Jorge) Fondebrider. Bovary era un libro que había que volver a traducir, es un libro espectacular. La idea es increíble, es una obra genial. Si no te gusta y ahí tenés un problema. Hay una parte de la invención literaria. Que está bien que sea así, pero está bien que alguien te lo recomiende y en todo caso no lo leas.

 

–Volvamos a La fiesta del fauno...

–Volví a Alemania como invitado en 2020. Alemania tiene un sistema de fomento de los escritores soñado y uno de los fomentos es la declaración de “el escritor de la ciudad”, invitan a un escritor a estar tres meses, seis meses, un año, le da una un lugar para vivir. Y en una de esas ciudades me invitaron a mi y por eso me vine y después me quedé. Y cuando me mudé a Berlín tenían una beca, como el Fondo Nacional de las Artes, pero los montos son distintos. Era una beca para investigar lo que quieras para un libro. Era para escritores que vivieran en Berlín que no escribieran en alemán. Una maravilla, entonces tenía esta idea de la primera porno que fue filmada en Argentina, quería mezclarlo con la historia familiar, pero tenía que investigar. La pedí y salió.

Ese libro fue bastante más rápido por ser pornografía. Y anduvo, pero así como salió podría no haber salido. O sea, eso realmente no lo domino. Este fue de los que salió rápido pero tardé como 20 años porque la primera noticia que tuve de esta película porno que se supone que se filmó en Argentina y es una tesis que no es argentina. Es un mito urbano. Es algo que me enteré cuando vivía en Berlín la temporada pasada.

De hecho, hay una anécdota que me gusta contar. En aquel momento hice una nota periodística y también investigué porque investigar es lo que más me gusta. Y cuando volví a investigar me agarré un libro que era importante porque es un libro sobre la historia moral del cine y ahí dice que en Argentina había un centro de producción de películas pornográficas y que lo dominaban alemanes, que era un dato que yo quería tener porque entonces podía meter a mi abuelo. Estaba marcado el libro y eran todas importantes, nunca me había pasado. Y ahí me acordé que era un libro que yo saqué 20 años antes de la biblioteca y que lo marqué, lo devolví, y ahora 20 años después lo saqué de vuelta para otra cosa y me encontré con mis marcas. Así que todo ese tiempo tardé en volver al tema y en escribirlo, pero no es que estuve 20 años escribiéndolo.

–¿Qué es lo próximo?

 

–Qué pregunta difícil porque lo que estoy escribiendo nunca sé si va a ser lo próximo. Digamos que acabo de publicar en Alemania, en alemán un libro sobre judíos y nazis en Argentina y la convivencia porque tengo muchas anécdotas familiares. Acá se hacen tours de lecturas, otra de las formas de fomentar el trabajo porque si paga muy bien. Y en algunas de esas lecturas comenté una anécdota de mi familia de choque con nazis en Buenos Aires y estaba mi editor y me dijo “¿cómo era esa convivencia? Tenés que escribir un libro sobre eso”. Lo escribí para ellos en alemán y ahora la idea es autotraducirlo al castellano, que es una cosa que nunca hice. Como es no ficción me animo más; no tiene sentido que lo haga otra persona. Va a ser una reversión.

–Te interesa el nazismo como tema, en Abuela aparece también...

 

Me mete Alemania. Mi parte judía me la despierta estar en tierra de nazis, pero sí. El libro de mi abuela es una no ficción también y también se publicó en alemán. Pero yo al alemán no me traduzco, eso estaría mal además porque uno se tiene que traducir solamente a su idioma materno. Es un tema que aparece incluso En la fiesta del fauno también y En el que mueve las piezas, incluso Muñecas. Creo que en el libro de Villa 31 (La 31, una novela precaria) aparece unos judíos y nazis. Me acuerdo mi padre, diciéndome “¡¿hasta ahí metiste!?”. Es un terreno muy rico para hacer chistes así que lo meto una y otra vez.

–¿Lees autores argentinos? Tuviste una época de no leer autores que estuvieran vivos ya.

 

El que me cortó esa sequía fue Juan José Saer. Después cuando empecé a leerlo, dije cómo no leí esto antes, es un genio absoluto. Glosa fue el libro que dije, “basta con esta idiotez de no leer autores vivos”. No es que no leía, leía muy poquito.

Me vas a preguntar cuáles leí últimamente... a mi mujer, a Mariana Dimópulos, a Esther Cross, acaban de publicar La señorita Porcel, es un librazo. A mí me encantó cuando salió en su momento como hace 10 años que ganó un premio, pero no circuló mucho y ahora espero que circule más. Lamentablemente se murió Marcelo Cohen que me da mucha pena, porque siempre decía que era mi escritor vivo argentino favorito y ahora ya no lo puedo decir más.

Sí leo. Estoy al tanto de las novedades, pero no es que las sigo. Estoy un poco afuera el mundillo. Toda esa franela literaria... está todo bien, a veces la hago, a veces no.

Lo que sí me separé (para recomendar) es una autora no argentina pero española que leí hace poco. Llegué a ella porque porque ganó el premio Herralde de novela, con lo cual ya es suficiente para llegar, pero no me llama tanto la atención los premios literarios. Pero sí acá ganó un premio de traducción al alemán entonces ahí sí me llamó la atención y la fui a ver y la fui a leer: Cristina Morales.

Y este libro se llama Lectura fácil, es una cosa espectacular. Es un libro sobre la escena de las casas de los okupas en Barcelona, mezclado con ballet de tullidos. Pero en realidad es un libro sobre anarquismo de un anarquista y de un genio literario. Ahora ya leí más libros de ella y la escuché hablar, es una sacada total y gocé muchísimo este libro, me encantó. No se si se lo puedo recomendar a todos, pero es leer algo bien contemporáneo, medio desmembrado, no es un libro muy de premio, cosa que me encanta. Quizás el enganche viene con que estoy escribiendo sobre arquismo, una comparación entre Enrico Malatesta, uno de los primeros anarquistas y es re importante para la historia anarquista latinoamericana porque él estuvo en Argentina del 1885 a 1890 y es el que organizó el estatuto de los panaderos, todo esto de los cañoncitos, él estuvo metido en eso. Y este tipo nació exactamente 100 años antes y es italiano también que Luca Prodan, que es otro italiano anarquista que se vino Argentina, estuvo unos cinco, siete años e hizo una revolución en el rock. Hay unos paralelos que fui juntando.